+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino. Vendan sus bienes y den limosnas. Consíganse unas bolsas que no se destruyan y acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba, allá donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla. Porque donde está su tesoro, ahí estará su corazón.
Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá. Y si llega a medianoche o a la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos.
Fíjense en esto: Si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. Pues también ustedes estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen vendrá el Hijo del hombre”.
Entonces Pedro le preguntó a Jesús: “¿Dices esta parábola sólo por nosotros o por todos?” El Señor le respondió: “Supongan que un administrador, puesto por su amo al frente de la servidumbre, con el encargo de repartirles a su tiempo los alimentos, se porta con fidelidad y prudencia. Dichoso este siervo, si el amo, a su llegada, lo encuentra cumpliendo con su deber. Yo les aseguro que lo pondrá al frente de todo lo que tiene. Pero si este siervo piensa: ‘Mi amo tardará en llegar’ y empieza a maltratar a los criados y a las criadas, a comer, a beber y a embriagarse, el día menos pensado y a la hora más inesperada, llegará su amo y lo castigará severamente y le hará correr la misma suerte que a los hombres desleales.
El servidor que, conociendo la voluntad de su amo, no haya preparado ni hecho lo que debía, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, haya hecho algo digno de castigo, recibirá pocos.
Al que mucho se le da, se le exigirá mucho, y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más”. (Lc 12, 32-48).
Una cisterna seca
Se asomaron nuevamente al fondo del depósito y aún no lo podían creer: ¡Estaba completamente seco! Su desilusión era enorme y una sensación de impotencia invadía a toda la familia. En la región no hay más posibilidades de agua que la de la lluvia que, a decir verdad, es abundante y en gran parte del año. Entonces, junto con los ingenieros, varias familias decidieron aprovechar esa agua. Con tuberías lograron conducir el agua de techos hacia ese depósito que prometía conservar el agua, pero como parte material para construirlo era donado por programas, se buscaron reducir los costos y se utilizó el material más barato. Trabajaron duro para hacer aquel enorme depósito en medio de la montaña, y se llenaron de alegría después de las primeras lluvias, rápidamente se llenó y se sintieron seguros para muchos días. Pero, a causa de la mala calidad del material, el agua se empezó a filtrar y pronto quedó completamente seco. Por alguien ahorrar unos pesos, se les había escapado el agua que para ellos es la vida.
¿Estamos preparados?
Cuando ocurrió la tragedia de todos conocida como el sunami, hubo preocupación sobre todo en nuestras costas, por la posibilidad de una tragedia semejante y las autoridades, en su afán por tranquilizar a la población, declaraban que estábamos preparados para un evento similar. ¡Imagínese! Después vino el Stan y nos demostró que no solamente no estábamos preparados, sino que irresponsablemente estábamos destruyendo y manipulando la naturaleza tornando más peligrosos los huracanes propios de la estación. Es una realidad: no estamos preparados para desastres y cada día agravamos las situaciones que pueden provocarlos.
Se ha talado de manera inmisericorde las montañas, se rozan inmensas extensiones de terreno, no reforestamos los árboles derribados, llenamos de basura las orillas de las carreteras, los cauces de los ríos y las calles de las poblaciones. Todo esto nos lleva a estar más en peligro. Las carreteras de nuestro estado, son peligrosísimas no solamente por la gran cantidad de curvas, sino porque, con tal de comunicar, están hechas sobre barrancos, sin protección y muy propicias a los grandes deslaves de cerros enteros. En las ciudades, vamos haciendo una mina de tiempo. Baste ver los mercados: infinidad de cables eléctricos sin ninguna precaución, cilindros de gas expuestos peligrosamente, cargadores y niños trabajando sin protección alguna.
Custodios de la vida
¿Es la forma que en que estamos cuidando la vida? El evangelio de este día nos habla de que somos servidores, somos custodios de la vida que el Señor nos ha encomendado: de la vida de la madre tierra, de la vida sus habitantes, de la vida de los niños y de las generaciones venideras y estamos irresponsablemente destruyendo las condiciones de una vida saludable.
“Más vale prevenir que lamentar”, reza el dicho popular. “Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas”, nos dice Jesús en su evangelio. Pero parece que nosotros nos embriagamos de irresponsabilidad, disfrutamos alegremente el momento presente y no estamos cuidando la vida. En el hogar, pasa lo mismo: no prevemos los futuros peligros con la forma de educar y comportarnos. Se descuida la familia, no se atiende a los hijos, se maltrata a la pareja y después nos lamentamos de que nuestra vida está hecha un desastre, que nos hay comunicación, que los hijos han caído en la drogas, que la soledad es nuestra única compañía.
A igual que la cisterna de los pobladores, el agua de la vida se nos escapa, porque no hemos previsto lo necesario. Poco a poco nos vamos quedando secos, solos y en graves peligros sociales, naturales y sicológicos.
Pequeños no desperados
¿Muy dramática la situación? El inicio del evangelio nos presenta como frágiles (rebañito) pero de ninguna manera desesperados: Jesús dijo a sus discípulos: “No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino”. Es la realidad de quien se siente pequeño, de quien se sabe impotente, de quien se sabe servidor; pero también de quien se sabe en las manos de un Dios papá amoroso que nos cuida y que nos deja perder en nuestros propios errores.
Sí, el evangelio de este día hace una seria invitación a estar preparados, pero a buscar seriamente los verdaderos valores en donde vamos a cimentar nuestra felicidad. Ya hace ocho días nos indicaba que no es el dinero la base de la felicidad. Hoy cuestiona nuestros criterios y nos invita: “Consíganse unas bolsas que no se destruyan y acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba, allá donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla”. Hay que estar prevenidos, hay que cuidar la verdadera vida. Hay que hacerlo reconociendo nuestra pequeñez, pero también confiando en la gran misericordia de Dios porque “porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino”. Nosotros somos constructores y servidores de ese Reino ¿Cómo lo estamos haciendo?
Dios Padre Nuestro: danos un corazón grande y potente, capaz de ver con claridad que, más allá de las apetencias y tentaciones de la vida, los valores verdaderos son los valores de tu Reino, y que dar la vida por ellos es lo que más puede alegrar y pacificar nuestro corazón, tal como nos enseñó Jesús, nuestro hermano mayor. Amén
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