domingo, octubre 07, 2012

La poesía, ¿Territorio de lo femenino?

Óscar Wong

La historia demuestra que la presencia femenina es capital. Madre de familia, hija, Musa o Creadora, la mujer es el centro del mundo. Su presencia e importancia data desde el Paleolítico, con las sociedades tribales que adoraban a una Diosa Madre y cuyas sacerdotisas eran, obviamente, mujeres.


Los orígenes de la humanidad, según Johan Jacob Bachofen (1815-1887) no se explican sin El derecho materno, signo y supremacía de la mujer, aunque posteriormente los críticos manejaron el término matriarcado. El autor parte de dos principios: el femenino (representado por Isis) y el masculino (cuya manifestación es Osiris) y dos tipos de maternidad: el heterismo de Afrodita, con hijos “sembrados al azar”, puesto que aún no existe la monogamia y, previamente, los ritos de fecundidad dedicados a la Diosa Madre. En la Edad Media, por ejemplo, hubo reinas que modificaron su entorno, figuras femeninas que, en un momento dado, han servido de modelo, como Eleanor de Aquitania (madre de Ricardo Corazón de León y de María de Aragón), quien incluso modificó el tablero de ajedrez, con la reina moviéndose para todos lados (y retirando al par de reyes originales); es sabido que también hubo juglaresas relevantes. Guillaume de Poiter, el primer trovador, indicaba: “La mujer que inspira amor, es una diosa, y merece culto como tal”. Y Robert Graves, en La diosa blanca, precisa: el hombre le sirve a la mujer y el poeta a la Musa. Durante el renacimiento, las beguinas iniciaron movimientos feministas de importancia, generando casas de asistencia donde se enseñaban diversos oficios a las mujeres y asumiendo funciones de teólogos, frente al escándalo de los religiosos varones. Es importante destacar que –según la Dra. Jean Franco– el desarrollo del discurso de la Iglesia judeocristiana, adaptado por los liberales en México –la mujer escolarizada para ser modelo de virtud y madre ejemplar, no precisamente para independizarse– se modifica aparentemente en el discurso de Estado como expresión de poder. En los 60, nuevas instituciones compiten con la nación y la religión por el poder interpretativo. Los medios de comunicación subvierten en algunas instancias los ideales nacionales, con aspectos emancipatorio, como se observó durante 1968, con el movimiento estudiantil. La evolución de México debe observarse a partir de las transiciones violentas del Imperio Azteca hasta la Nueva España (1510-siglo XVII), desde la Época Colonial hasta el México Emancipado de la Corona Española (siglo XVIII-siglo XIX) hasta el México Independiente, y del México Insurrecto (1812-1910), así como desde el México Revolucionario “Mesiánico”, hasta la modernización (1910-1999), siempre con la presencia de la mujer, comenzando con Leona Vicario y la Corregidora doña Josefa Ortiz de Domínguez hasta Frida Kahlo, Ángeles Mastretta y nuestra Rosario Castellanos, por ejemplo (Cf. Jean Franco, Las conspiradoras. La representación de la mujer en México, 1994). Desde siempre el signo y la supremacía es la mujer: como madre, como el cáliz que genera vida y la resguarda. Seguramente por eso los poetas se han ocupado de la Musa, el eterno principio femenino que es representado por la Mujer, en todas sus advocaciones lunares: la Luna en cuarto creciente, representada por la niña, la doncella; la Luna llena o Nueva de primavera (la mujer hecha y derecha) y la Luna en cuarto menguante, cuya representación es la anciana sabia, la mujer enferma y la muerte. Jaime Sabines el poeta mayor de Chiapas, es un trovador, un juglar del amor, un eterno enamorado de la mujer: En el monte, extendida/ sobre la yerba,/ si buscamos bien:/ una mujer. Sin embargo, con una inteligencia insuperable, incluso en el ámbito de las letras mexicanas, Rosario Castellanos abordó todos los géneros literarios y no desestimó la cátedra ni el periodismo para dar cauce a su preocupación fundamental: oficiar en el altar del conocimiento. Es un modelo a seguir. Como poeta, desde Apuntes para una declaración de fe (1948) hasta la compilación de su obra Poesía no eres tú (1972) supo enfrentar su vocación con entereza, superando la confesión personal, las particularidades intimistas. Por supuesto que tuvo conciencia de su mestizaje, de la raigambre cultural de una raza vencida, con la consiguiente madurez y profundidad de sus poemas. El desamparo, la pérdida del amor, también potencializan a sus poemas, dándole una gravedad característica. Pero es en su poema Lamentación de Dido cuando su voz se constituye en un flagelo reflexivo que adquiere el rango de oráculo. A través de sus versículos, esta sacerdotisa de la Palabra oficia su ritual. Persiste la fuerza dramática, la liturgia, a través de heptasílabos y alejandrinos. La angustia y la zozobra vitalizan esta revelación álmica, sagrada. Muchas veces la sabiduría es intuitiva porque la poesía habla a la imaginación. La palabra se impone en todo su espesor, prevalece con todas sus asociaciones y despoja a las cosas, al mundo, de su silencio. La palabra también es mutismo, soledad sonora, como diría el santo poeta. Por eso se invoca al universo a través de esta función resonante, significativa. http://poesiadewong.blogspot.com

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