+ Felipe Arizmendi Esquivel
www.diocesisancristobal.com.mx
VER
Estuve en Cancún y Playa del Carmen, no como turista, sino para una visita pastoral a los migrantes chiapanecos que llegan allá en busca de trabajo, pues el desarrollo turístico de esa región requiere mucha mano de obra no calificada. Se les llama pendulares porque van y vienen a sus lugares de origen, sobre todo en tiempos de siembra o de cosecha. Son miles.
Nuestra diócesis se unió a la Prelatura de Cancún-Chetumal, para atenderles pastoralmente. Con este fin, creamos, en forma conjunta, el Centro de Atención a Migrantes en la Riviera Maya. Las necesidades lo han rebasado, y ahora se atiende a quienes vienen de otros Estados y a los centroamericanos que pasan por allí. Se han integrado tres parroquias de la región Ixcán, de la diócesis del Quiché, en Guatemala.
Se les ofrecen alimentos y despensa; ropa y comunicación con su familia; asesoría jurídica, tanto a indocumentados, como a detenidos en las cárceles; reuniones de convivencia y apoyo grupal; atención espiritual y sacramental; catequesis en su idioma; grupos de oración y reflexión de la Palabra de Dios.
Al escuchar sus experiencias, constatamos muchas carencias: les faltan servicios de salud, no tienen opciones de alimentación a un costo adecuado a sus ganancias, no cuentan con vivienda o alojamiento dignos. Sufren accidentes graves en el lugar de trabajo, sin seguridad social e higiene. Conflictos psicológicos por falta de trabajo, por incomunicación con la familia, por la soledad, que les llevan al alcoholismo y la droga, la depresión y el suicidio. Enfermedades de transmisión sexual. Pérdida progresiva de tradiciones, idioma y costumbres de sus lugares de origen. Expuestos a múltiples ofertas religiosas no católicas.
JUZGAR
El Papa Benedicto XVI, en su Encíclica Caritas in veritate, afirma: “Todos podemos ver el sufrimiento, el disgusto y las aspiraciones que conllevan los flujos migratorios… Los trabajadores no pueden ser considerados como una mercancía o una mera fuerza laboral. Por tanto no deben ser tratados como cualquier otro factor de producción” (62).
“Los pobres son en muchos casos el resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano, bien porque se limitan sus posibilidades (desocupación, subocupación), bien porque se devalúan los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia. Un trabajo que sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación” (63).
ACTUAR
No podemos quedarnos indiferentes ante este reto humano y pastoral. Se necesitan instalaciones para darles alojamiento; brindar mejor servicio de alimentos; establecer acuerdos con médicos voluntarios que atiendan a quienes sufren riesgos laborales; prevenir y denunciar violaciones cometidas por las autoridades en las detenciones. Que se cumplan los derechos básicos en las construcciones y en los hoteles.
Los migrantes que, con su trabajo, han construido hoteles de gran lujo y trabajan allí en los más sencillos menesteres, no pueden ser sólo mano de obra barata, sino que son personas con todos los derechos humanos, laborales, sociales, culturales y espirituales.
Relacionar a los católicos con su parroquia más cercana allá y que mantengan comunicación con sus parroquias de origen. Recrear la comunidad de migrantes creyentes, con servidores comprometidos en su atención pastoral integral, en comunión de Iglesias.
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Estuve en Cancún y Playa del Carmen, no como turista, sino para una visita pastoral a los migrantes chiapanecos que llegan allá en busca de trabajo, pues el desarrollo turístico de esa región requiere mucha mano de obra no calificada. Se les llama pendulares porque van y vienen a sus lugares de origen, sobre todo en tiempos de siembra o de cosecha. Son miles.
Nuestra diócesis se unió a la Prelatura de Cancún-Chetumal, para atenderles pastoralmente. Con este fin, creamos, en forma conjunta, el Centro de Atención a Migrantes en la Riviera Maya. Las necesidades lo han rebasado, y ahora se atiende a quienes vienen de otros Estados y a los centroamericanos que pasan por allí. Se han integrado tres parroquias de la región Ixcán, de la diócesis del Quiché, en Guatemala.
Se les ofrecen alimentos y despensa; ropa y comunicación con su familia; asesoría jurídica, tanto a indocumentados, como a detenidos en las cárceles; reuniones de convivencia y apoyo grupal; atención espiritual y sacramental; catequesis en su idioma; grupos de oración y reflexión de la Palabra de Dios.
Al escuchar sus experiencias, constatamos muchas carencias: les faltan servicios de salud, no tienen opciones de alimentación a un costo adecuado a sus ganancias, no cuentan con vivienda o alojamiento dignos. Sufren accidentes graves en el lugar de trabajo, sin seguridad social e higiene. Conflictos psicológicos por falta de trabajo, por incomunicación con la familia, por la soledad, que les llevan al alcoholismo y la droga, la depresión y el suicidio. Enfermedades de transmisión sexual. Pérdida progresiva de tradiciones, idioma y costumbres de sus lugares de origen. Expuestos a múltiples ofertas religiosas no católicas.
JUZGAR
El Papa Benedicto XVI, en su Encíclica Caritas in veritate, afirma: “Todos podemos ver el sufrimiento, el disgusto y las aspiraciones que conllevan los flujos migratorios… Los trabajadores no pueden ser considerados como una mercancía o una mera fuerza laboral. Por tanto no deben ser tratados como cualquier otro factor de producción” (62).
“Los pobres son en muchos casos el resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano, bien porque se limitan sus posibilidades (desocupación, subocupación), bien porque se devalúan los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia. Un trabajo que sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación” (63).
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No podemos quedarnos indiferentes ante este reto humano y pastoral. Se necesitan instalaciones para darles alojamiento; brindar mejor servicio de alimentos; establecer acuerdos con médicos voluntarios que atiendan a quienes sufren riesgos laborales; prevenir y denunciar violaciones cometidas por las autoridades en las detenciones. Que se cumplan los derechos básicos en las construcciones y en los hoteles.
Los migrantes que, con su trabajo, han construido hoteles de gran lujo y trabajan allí en los más sencillos menesteres, no pueden ser sólo mano de obra barata, sino que son personas con todos los derechos humanos, laborales, sociales, culturales y espirituales.
Relacionar a los católicos con su parroquia más cercana allá y que mantengan comunicación con sus parroquias de origen. Recrear la comunidad de migrantes creyentes, con servidores comprometidos en su atención pastoral integral, en comunión de Iglesias.
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