II DOMINGO DE ADVIENTO
+Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas.
En el año décimo quinto del reinado del César Tiberio, siendo Poncio Pilato procurador de Judea; Herodes, tetrarca de Galilea; su hermano Filipo, tetrarca de las regiones de Iturea y Traconítide; y Lisanias, tetrarca de Abilene; bajo el pontificado de los sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino la palabra de Dios en el desierto sobre Juan, hijo de Zacarías.
Entonces comenzó a recorrer toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro de las predicciones del profeta Isaías: Ha resonado una voz en el desierto: preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle será rellenado, toda montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados y todos los hombres verán la salvación de Dios. (Lc 3, 1-6)
Lo primero es escuchar.
¿Fenómenos sicológicos, paranormales, curación o milagro? No lo sé, pero así aconteció. Después de un largo tiempo de oración, el maestro se acercó a la niña que le presentaban, le talló el cuello, le hizo unos masajes y pequeñas pulsaciones con el dedo en los oídos, y la niña empezó a hacer sonidos. “¿Cuántos años tiene?” Preguntó a la mamá. Ella con los ojos llorosos le dijo: “Ya tiene 12 años. Así nació y así ha vivido: sorda y muda”. El maestro la miró de reojo, en silencio, y puso toda su atención en la niña. “Fernanda es su nombre, pero siempre le he dicho Ferdy” añadió la mamá. Él comenzó a emitir sonidos cerca de sus oídos, como un siseo, como un mantra, como un pequeño murmullo que llegara a lo profundo de sus oídos. Y para sorpresa de todos, después de aquellos sonidos del maestro, la niña, torpemente, empezó a emitir los mismos sonidos. “¡Ferdy!, ¡Ferdy!…” repitió, el maestro una y otra vez, recalcando cada letra. “Ffffeeerrrdddyyy..” repitió la niña con gran dificultad. Después otras palabras: mamá, papá… y cada palabra fue repetida con dificultad, pero con fidelidad. Todos estaban asombrados. La madre lloraba de emoción y los ojos de Ferdy brillaban con un nuevo resplandor y se abría para ella un nuevo horizonte. “Ya oye que es lo más importante. Escuchar la palabra es primero. Hay que seguir practicando mucho. Que escuche mucho para que pueda aprender. Después, poco a poco, aprenderá a hablar”, concluyó el maestro.
Primero la Palabra.
El pasaje que hoy nos presenta San Lucas tiene un alto contenido teológico. Abre el relato de la predicación de Juan situándola tanto en la historia del mundo pagano como en la historia del pueblo de Israel. Y aunque todos los datos que enmarcan este comienzo son verificables, él está más interesado en hacer resaltar todo el símbolo que representan: por una parte el poder civil estructurado a modo de pirámide; y por otra el poder religioso representado por dos personajes emparentados entre sí, Caifás, sacerdote en activo, títere de Anás que había sido destituido. Poder político y religión judía no son capaces de dar respuesta a los anhelos del pueblo pobre y humilde. En un punto de la historia, marcado por estos dos poderes, en tiempos del emperador Tiberio, Dios envía su mensaje a Juan, hijo de Zacarías. Y continúan las contradicciones y llamadas de atención: Juan, hijo de aquel que había sido mudo, recibe ahora la Palabra; el hijo de la mujer que había sido estéril, ahora tiene la misión de presentar la vida. Y junto a la solemnidad y precisión del comienzo, llama la atención la imprecisión respecto al lugar: “en el desierto”. La llegada de Jesús no es pura casualidad en la historia, ni está al margen de la historia concreta de los hombres. Está encarnada, llega silenciosa, callada, en algún lugar muy concreto. La Palabra sale en búsqueda de quien quiera escucharla. En el principio está la Palabra.
Escuchar la Palabra.
Vivimos en un mundo de gran comunicación, estamos cada día mejor informados, y sin embargo cada día escuchamos menos y tenemos menos posibilidades de comunicarnos. Quedamos aislados y somos menos capaces de entablar relaciones de amor y amistad. El poder y un mundo materialista han substituido al Dios de la vida y el hombre se encuentra vacío y aunque quiere balbucear y comunicarse, no encuentra nada en su corazón porque no ha escuchado la Palabra. También para el hombre de hoy llega la Palabra, también para quienes se sienten abrumados y cargando penosamente su silencio, hay razones de esperanza. En la primera lectura el profeta Baruc escribe a un pueblo que está desterrado y disperso y le dirige palabras de esperanza. El deseo de Dios es que cambie sus vestidos de luto y aflicción y se vista de esplendor, que vuelva a reunirse, camine seguro y con alegría. A tal punto espera este nuevo retorno que le ofrece un nuevo nombre: “Paz en la justicia y gloria en la piedad”, que al mismo tiempo es una meta y un camino para alcanzar la transformación. Sin una verdadera paz donde se enderecen los caminos no podrá haber justicia, no se puede llegar a Dios si no se establecen nuevas relaciones entre los hermanos, si no se tienden puentes entre los que se han dividido y si no reconocen los derechos de quienes han sido marginados. La gloria de Dios se manifiesta en la armonía de los hombres y la Palabra que hoy llega a nosotros nos ofrece esa posibilidad de reconstruir relaciones y encontrar esta paz en la justicia.
La Palabra transforma
El tiempo de Adviento es un tiempo de escucha. Para ello tendremos también nosotros que vivir nuestro desierto, nuestro silencio y nuestra soledad. Necesitamos espacios para escuchar la Palabra que hoy llega a nosotros y solamente después podremos pronunciarla, vivirla y transformar nuestros ambientes. El camino del Adviento requiere allanar los senderos, enderezar los caminos torcidos y rellenar los profundos huecos que se han formado en nuestras vidas al margen de Dios. Para que la causa de la paz se abra camino en la mente y el corazón de todos los hombres y, de modo especial, de aquellos que están llamados a servir a sus ciudadanos, es preciso que esté apoyada en firmes convicciones morales, en la serenidad de los ánimos, a veces tensos y polarizados, y en la búsqueda constante del bien común nacional, regional y mundial. Solamente abriendo el corazón podremos hacer fructificar la Palabra. Pero la Palabra no debe quedar estéril, sino penetrar y transformar. El criterio para saber que ha llegado la Palabra es que nos abra a cada persona, sobre todo a los más pobres para que puedan ponerse de pie y caminar con dignidad, para que puedan participar del banquete mismo de la vida.
Hacer recto el sendero
Las Palabra que escucha en su corazón Juan el Bautista y que hoy nos transmite, exige una conversión y un verdadero cambio del corazón. Sólo así alcanzaremos la verdadera paz que nos ofrece Baruc. La consecución de la paz requiere la lucha contra la pobreza y la corrupción, el acceso a una educación de calidad para todos, un crecimiento económico solidario, la consolidación de la democracia y la erradicación de la violencia y la explotación, especialmente contra las mujeres y los niños, requiere además la promoción de una auténtica cultura de la vida, que respete la dignidad del ser humano en plenitud.
¿Qué estamos haciendo para escuchar la Palabra? ¿Cómo estamos construyendo esa nueva paz?
Padre Bueno, que nos has enviado a tu Hijo Jesucristo como Palabra de vida, abre nuestros oídos y nuestros corazones, para que, escuchándolo y siguiéndolo, transformemos nuestro mundo en una comunidad, “Paz en la justicia y gloria en la Piedad”. Amén.
+Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas.
En el año décimo quinto del reinado del César Tiberio, siendo Poncio Pilato procurador de Judea; Herodes, tetrarca de Galilea; su hermano Filipo, tetrarca de las regiones de Iturea y Traconítide; y Lisanias, tetrarca de Abilene; bajo el pontificado de los sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino la palabra de Dios en el desierto sobre Juan, hijo de Zacarías.
Entonces comenzó a recorrer toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro de las predicciones del profeta Isaías: Ha resonado una voz en el desierto: preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle será rellenado, toda montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados y todos los hombres verán la salvación de Dios. (Lc 3, 1-6)
Lo primero es escuchar.
¿Fenómenos sicológicos, paranormales, curación o milagro? No lo sé, pero así aconteció. Después de un largo tiempo de oración, el maestro se acercó a la niña que le presentaban, le talló el cuello, le hizo unos masajes y pequeñas pulsaciones con el dedo en los oídos, y la niña empezó a hacer sonidos. “¿Cuántos años tiene?” Preguntó a la mamá. Ella con los ojos llorosos le dijo: “Ya tiene 12 años. Así nació y así ha vivido: sorda y muda”. El maestro la miró de reojo, en silencio, y puso toda su atención en la niña. “Fernanda es su nombre, pero siempre le he dicho Ferdy” añadió la mamá. Él comenzó a emitir sonidos cerca de sus oídos, como un siseo, como un mantra, como un pequeño murmullo que llegara a lo profundo de sus oídos. Y para sorpresa de todos, después de aquellos sonidos del maestro, la niña, torpemente, empezó a emitir los mismos sonidos. “¡Ferdy!, ¡Ferdy!…” repitió, el maestro una y otra vez, recalcando cada letra. “Ffffeeerrrdddyyy..” repitió la niña con gran dificultad. Después otras palabras: mamá, papá… y cada palabra fue repetida con dificultad, pero con fidelidad. Todos estaban asombrados. La madre lloraba de emoción y los ojos de Ferdy brillaban con un nuevo resplandor y se abría para ella un nuevo horizonte. “Ya oye que es lo más importante. Escuchar la palabra es primero. Hay que seguir practicando mucho. Que escuche mucho para que pueda aprender. Después, poco a poco, aprenderá a hablar”, concluyó el maestro.
Primero la Palabra.
El pasaje que hoy nos presenta San Lucas tiene un alto contenido teológico. Abre el relato de la predicación de Juan situándola tanto en la historia del mundo pagano como en la historia del pueblo de Israel. Y aunque todos los datos que enmarcan este comienzo son verificables, él está más interesado en hacer resaltar todo el símbolo que representan: por una parte el poder civil estructurado a modo de pirámide; y por otra el poder religioso representado por dos personajes emparentados entre sí, Caifás, sacerdote en activo, títere de Anás que había sido destituido. Poder político y religión judía no son capaces de dar respuesta a los anhelos del pueblo pobre y humilde. En un punto de la historia, marcado por estos dos poderes, en tiempos del emperador Tiberio, Dios envía su mensaje a Juan, hijo de Zacarías. Y continúan las contradicciones y llamadas de atención: Juan, hijo de aquel que había sido mudo, recibe ahora la Palabra; el hijo de la mujer que había sido estéril, ahora tiene la misión de presentar la vida. Y junto a la solemnidad y precisión del comienzo, llama la atención la imprecisión respecto al lugar: “en el desierto”. La llegada de Jesús no es pura casualidad en la historia, ni está al margen de la historia concreta de los hombres. Está encarnada, llega silenciosa, callada, en algún lugar muy concreto. La Palabra sale en búsqueda de quien quiera escucharla. En el principio está la Palabra.
Escuchar la Palabra.
Vivimos en un mundo de gran comunicación, estamos cada día mejor informados, y sin embargo cada día escuchamos menos y tenemos menos posibilidades de comunicarnos. Quedamos aislados y somos menos capaces de entablar relaciones de amor y amistad. El poder y un mundo materialista han substituido al Dios de la vida y el hombre se encuentra vacío y aunque quiere balbucear y comunicarse, no encuentra nada en su corazón porque no ha escuchado la Palabra. También para el hombre de hoy llega la Palabra, también para quienes se sienten abrumados y cargando penosamente su silencio, hay razones de esperanza. En la primera lectura el profeta Baruc escribe a un pueblo que está desterrado y disperso y le dirige palabras de esperanza. El deseo de Dios es que cambie sus vestidos de luto y aflicción y se vista de esplendor, que vuelva a reunirse, camine seguro y con alegría. A tal punto espera este nuevo retorno que le ofrece un nuevo nombre: “Paz en la justicia y gloria en la piedad”, que al mismo tiempo es una meta y un camino para alcanzar la transformación. Sin una verdadera paz donde se enderecen los caminos no podrá haber justicia, no se puede llegar a Dios si no se establecen nuevas relaciones entre los hermanos, si no se tienden puentes entre los que se han dividido y si no reconocen los derechos de quienes han sido marginados. La gloria de Dios se manifiesta en la armonía de los hombres y la Palabra que hoy llega a nosotros nos ofrece esa posibilidad de reconstruir relaciones y encontrar esta paz en la justicia.
La Palabra transforma
El tiempo de Adviento es un tiempo de escucha. Para ello tendremos también nosotros que vivir nuestro desierto, nuestro silencio y nuestra soledad. Necesitamos espacios para escuchar la Palabra que hoy llega a nosotros y solamente después podremos pronunciarla, vivirla y transformar nuestros ambientes. El camino del Adviento requiere allanar los senderos, enderezar los caminos torcidos y rellenar los profundos huecos que se han formado en nuestras vidas al margen de Dios. Para que la causa de la paz se abra camino en la mente y el corazón de todos los hombres y, de modo especial, de aquellos que están llamados a servir a sus ciudadanos, es preciso que esté apoyada en firmes convicciones morales, en la serenidad de los ánimos, a veces tensos y polarizados, y en la búsqueda constante del bien común nacional, regional y mundial. Solamente abriendo el corazón podremos hacer fructificar la Palabra. Pero la Palabra no debe quedar estéril, sino penetrar y transformar. El criterio para saber que ha llegado la Palabra es que nos abra a cada persona, sobre todo a los más pobres para que puedan ponerse de pie y caminar con dignidad, para que puedan participar del banquete mismo de la vida.
Hacer recto el sendero
Las Palabra que escucha en su corazón Juan el Bautista y que hoy nos transmite, exige una conversión y un verdadero cambio del corazón. Sólo así alcanzaremos la verdadera paz que nos ofrece Baruc. La consecución de la paz requiere la lucha contra la pobreza y la corrupción, el acceso a una educación de calidad para todos, un crecimiento económico solidario, la consolidación de la democracia y la erradicación de la violencia y la explotación, especialmente contra las mujeres y los niños, requiere además la promoción de una auténtica cultura de la vida, que respete la dignidad del ser humano en plenitud.
¿Qué estamos haciendo para escuchar la Palabra? ¿Cómo estamos construyendo esa nueva paz?
Padre Bueno, que nos has enviado a tu Hijo Jesucristo como Palabra de vida, abre nuestros oídos y nuestros corazones, para que, escuchándolo y siguiéndolo, transformemos nuestro mundo en una comunidad, “Paz en la justicia y gloria en la Piedad”. Amén.
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