EL BAUTISMO DEL SEÑOR
+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas
En aquel tiempo, Jesús llegó de Galilea al río Jordán y le pidió a Juan que lo bautizara. Pero Juan se resistía, diciendo: “Yo soy quien debe ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a que yo te bautice?” Jesús le respondió: “Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere”. Entonces Juan accedió a bautizarlo.
Al salir Jesús del agua, una vez bautizado, se le abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios, que descendía sobre él en forma de paloma y oyó una voz que decía desde el cielo: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias. (Mt 3, 13-17)
Mariposa Monarca
Hace ya muchos años con un grupo de jóvenes en Angangueo, Michoacán, decidimos hacer un paseo por las hermosas y escarpadas montañas que rodean el bellísimo pueblo minero. Me hablaban de un espectáculo maravilloso en medio de la sierra. Después de casi tres horas de empinada caminata, nos introdujimos por un estrecho sendero y de repente: “Ahí, Padre” De momento no capté lo que estaba frente a mí: era un grupo oyameles, muy altos pero cubiertos con lo que parecían racimos de hojas. “No, Padre, son mariposas monarcas” Miles, millones de mariposas colgando de los árboles y un silencio impresionante solamente interrumpido de cuando en cuando por un grupo de ellas que caía y se desplegada en vuelo multicolor predominando el amarillo, el negro y el naranja que recortaban el verde de la montaña. “Caminan casi cuatro mil kilómetros, y a pesar de ser una larva, como todas las mariposas, tienen defensas muy especiales, y llegan a vivir casi 9 meses. Se alimentan de esa planta que llamamos ‘Lengua de Vaca’ que es venenosa y las protege de depredadores” Permanecimos en silencio mucho rato y al calentar el sol, se transformó el paisaje un revoloteo impresionante de millones de mariposas. Me fueron instruyendo los jóvenes. “Saben de dónde vienen y a dónde van y a pesar de ser tan pequeñas tienen fuerzas para realizarlo. Además, van fecundando y multiplicando diversas plantas” Prodigio de la naturaleza: un insecto a la vez tan pequeño y tan fuerte, de tanta hermosura y que sabe de dónde viene y a dónde va.
El Siervo de Dios
Es curiosa la forma de presentarnos la liturgia de este día el bautismo de Jesús. Primero con la lectura de Isaías (42,1-4.6-7), pone ante nuestros ojos e imaginación la figura siempre enigmática del Siervo de Yahvé: sí, el siervo sufriente que en algún momento asombra a todos “pues tan desfigurado estaba que no tenía aspecto de hombre ni su apariencia era humana” y que aquí en el primer cántico es presentado con una gran misión: “No gritará, no clamará, no hará oír su voz por las calles; no romperá la caña resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea. Promoverá con firmeza la justicia, no titubeará ni se doblegará hasta haber establecido el derecho sobre la tierra y hasta que las islas escuchen su enseñanza”. Así de sencillo, el que es débil, que parece que nada puede, tiene la gran misión, nada menos, de establecer ¡la justicia y el derecho! Y continúa el profeta diciendo: “Te he constituido luz de las naciones para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y de las mazmorras a los que habitan en tinieblas” El siervo anuncia el perdón y la misericordia y no tiene necesidad para eso de amedrentar, de amenazar, insultar o agredir. Para la realización de tan gran empresa uno esperaría ejércitos, lanzas, fuerza y poder, pero es presentado con mansedumbre, comprensión, humildad y dulzura. ¿Será algo parecido a como emprendemos nuestras campañas de paz y de conciliación?
El Siervo no se abre paso aplastando a los más frágiles, sino al contrario, respetando al débil, al vacilante, al que se tambalea. No desprecia a nadie, a ninguna persona considera inútil. Incluso los valores más confusos e inciertos, flojos e insignificantes, no son pisoteados brutalmente, no son despreciados, sino alentados y fortalecidos. ¡Qué diferencia con nuestro mundo prepotente que aplasta y oprime, que acorrala y destruye, sólo en favor de los más fuertes!
En la fila de los pecadores
Jesús desde el inicio nos deja entrever que ha venido precisamente para los pecadores y desde el inicio va en busca de ellos. No se forma cómodamente con los buenos y hace un club de los justos y santos, ni se sienta a esperar que los perdidos encuentren la luz y se acerquen a él, sino que se forma con los pecadores y pecadoras, se mezcla en medio de gente sospechosa y se contagia de los indeseables. Y precisamente ahí es donde se abren los cielos, donde su presencia irradia luz y se escucha la potente voz: “Este es mi Hijo muy querido”
El relato del Evangelio no se detiene mucho a contarnos cómo fue el bautismo de Jesús sino que da más importancia a la experiencia vivida por Él en aquella hora que es determinante para su actuación futura. Jesús ya no vuelve a su casa de Nazareth, tampoco se queda con los discípulos de Juan, movido por el Espíritu empieza a dar señales de su reino: los pobres, los cansados, las rodillas vacilantes, son alentados por su presencia que ilumina. Ha retomado exactamente la misión del Siervo. Podíamos decir que la hora del bautismo ha sido para Jesús el momento privilegiado en el que ha experimentado su vocación para proclamar la Buena Nueva (profeta), para ofrecerse en sacrificio que santifica (sacerdote) y para servir dando vida a los hombres y mujeres (rey). Jesús se sumerge en la miseria de los hombres antes que en el agua del bautismo, pero emerge para dar luz, justicia y derecho a los hombres. El Padre lo proclama “su Hijo”; pero nosotros podemos considerarlo “nuestro hermano”. La cruz se convertirá en el signo más evidente de su vocación: en solidaridad con los pecadores asume la culpabilidad de ellos, pero los rescata para la vida plena. La vocación de Jesús: dar vida a los pecadores.
¿Cuál es nuestra vocación?
La vocación no es asunto de unos cuantos hombres o mujeres. Tarde o temprano todos nos tenemos que preguntar cuál es la razón última de nuestro diario vivir, por qué luchar en el nuevo amanecer, en el nuevo año; tarde o temprano nos tendremos qué preguntar por qué vivimos, hacia dónde caminamos y cómo lo hacemos. En toda vocación hay algo de incierto pero siempre se nos pide una actitud de búsqueda, disponibilidad y apertura. Al igual que para Jesús, nuestro bautismo debería ser la máxima experiencia de vocación: reconocernos pecadores pero Hijos amados de Dios. Sabernos pequeñitos y limitados pero llamados a una gran misión. Igual que Jesús en la cruz: mirando siempre al cielo pero extendiendo la mano comprometida con el hermano. Ser cristiano no es creer que Dios existe, sino experimentar que Dios me ama tal como soy y antes que cambie.
Sentirse amado es la experiencia básica y fundamental que da sentido a nuestro vivir y plenifica nuestro ser, nos protege del mal, del orgullo, la violencia y vanidad pero además nos lleva dar vida y servicio a los demás. ¿Cómo estamos viviendo la vocación recibida en nuestro bautismo? ¿De dónde tomamos nuestra fuerza para continuar? ¿Cómo nos comprometemos con los demás?
Dios todopoderoso y eterno, que proclamaste solemnemente que Cristo era tu Hijo amado cuando fue bautizado en el Jordán y descendió el Espíritu Santo sobre él, concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu, perseverar siempre fieles en el cumplimiento de tu voluntad.
+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas
En aquel tiempo, Jesús llegó de Galilea al río Jordán y le pidió a Juan que lo bautizara. Pero Juan se resistía, diciendo: “Yo soy quien debe ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a que yo te bautice?” Jesús le respondió: “Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere”. Entonces Juan accedió a bautizarlo.
Al salir Jesús del agua, una vez bautizado, se le abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios, que descendía sobre él en forma de paloma y oyó una voz que decía desde el cielo: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias. (Mt 3, 13-17)
Mariposa Monarca
Hace ya muchos años con un grupo de jóvenes en Angangueo, Michoacán, decidimos hacer un paseo por las hermosas y escarpadas montañas que rodean el bellísimo pueblo minero. Me hablaban de un espectáculo maravilloso en medio de la sierra. Después de casi tres horas de empinada caminata, nos introdujimos por un estrecho sendero y de repente: “Ahí, Padre” De momento no capté lo que estaba frente a mí: era un grupo oyameles, muy altos pero cubiertos con lo que parecían racimos de hojas. “No, Padre, son mariposas monarcas” Miles, millones de mariposas colgando de los árboles y un silencio impresionante solamente interrumpido de cuando en cuando por un grupo de ellas que caía y se desplegada en vuelo multicolor predominando el amarillo, el negro y el naranja que recortaban el verde de la montaña. “Caminan casi cuatro mil kilómetros, y a pesar de ser una larva, como todas las mariposas, tienen defensas muy especiales, y llegan a vivir casi 9 meses. Se alimentan de esa planta que llamamos ‘Lengua de Vaca’ que es venenosa y las protege de depredadores” Permanecimos en silencio mucho rato y al calentar el sol, se transformó el paisaje un revoloteo impresionante de millones de mariposas. Me fueron instruyendo los jóvenes. “Saben de dónde vienen y a dónde van y a pesar de ser tan pequeñas tienen fuerzas para realizarlo. Además, van fecundando y multiplicando diversas plantas” Prodigio de la naturaleza: un insecto a la vez tan pequeño y tan fuerte, de tanta hermosura y que sabe de dónde viene y a dónde va.
El Siervo de Dios
Es curiosa la forma de presentarnos la liturgia de este día el bautismo de Jesús. Primero con la lectura de Isaías (42,1-4.6-7), pone ante nuestros ojos e imaginación la figura siempre enigmática del Siervo de Yahvé: sí, el siervo sufriente que en algún momento asombra a todos “pues tan desfigurado estaba que no tenía aspecto de hombre ni su apariencia era humana” y que aquí en el primer cántico es presentado con una gran misión: “No gritará, no clamará, no hará oír su voz por las calles; no romperá la caña resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea. Promoverá con firmeza la justicia, no titubeará ni se doblegará hasta haber establecido el derecho sobre la tierra y hasta que las islas escuchen su enseñanza”. Así de sencillo, el que es débil, que parece que nada puede, tiene la gran misión, nada menos, de establecer ¡la justicia y el derecho! Y continúa el profeta diciendo: “Te he constituido luz de las naciones para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y de las mazmorras a los que habitan en tinieblas” El siervo anuncia el perdón y la misericordia y no tiene necesidad para eso de amedrentar, de amenazar, insultar o agredir. Para la realización de tan gran empresa uno esperaría ejércitos, lanzas, fuerza y poder, pero es presentado con mansedumbre, comprensión, humildad y dulzura. ¿Será algo parecido a como emprendemos nuestras campañas de paz y de conciliación?
El Siervo no se abre paso aplastando a los más frágiles, sino al contrario, respetando al débil, al vacilante, al que se tambalea. No desprecia a nadie, a ninguna persona considera inútil. Incluso los valores más confusos e inciertos, flojos e insignificantes, no son pisoteados brutalmente, no son despreciados, sino alentados y fortalecidos. ¡Qué diferencia con nuestro mundo prepotente que aplasta y oprime, que acorrala y destruye, sólo en favor de los más fuertes!
En la fila de los pecadores
Jesús desde el inicio nos deja entrever que ha venido precisamente para los pecadores y desde el inicio va en busca de ellos. No se forma cómodamente con los buenos y hace un club de los justos y santos, ni se sienta a esperar que los perdidos encuentren la luz y se acerquen a él, sino que se forma con los pecadores y pecadoras, se mezcla en medio de gente sospechosa y se contagia de los indeseables. Y precisamente ahí es donde se abren los cielos, donde su presencia irradia luz y se escucha la potente voz: “Este es mi Hijo muy querido”
El relato del Evangelio no se detiene mucho a contarnos cómo fue el bautismo de Jesús sino que da más importancia a la experiencia vivida por Él en aquella hora que es determinante para su actuación futura. Jesús ya no vuelve a su casa de Nazareth, tampoco se queda con los discípulos de Juan, movido por el Espíritu empieza a dar señales de su reino: los pobres, los cansados, las rodillas vacilantes, son alentados por su presencia que ilumina. Ha retomado exactamente la misión del Siervo. Podíamos decir que la hora del bautismo ha sido para Jesús el momento privilegiado en el que ha experimentado su vocación para proclamar la Buena Nueva (profeta), para ofrecerse en sacrificio que santifica (sacerdote) y para servir dando vida a los hombres y mujeres (rey). Jesús se sumerge en la miseria de los hombres antes que en el agua del bautismo, pero emerge para dar luz, justicia y derecho a los hombres. El Padre lo proclama “su Hijo”; pero nosotros podemos considerarlo “nuestro hermano”. La cruz se convertirá en el signo más evidente de su vocación: en solidaridad con los pecadores asume la culpabilidad de ellos, pero los rescata para la vida plena. La vocación de Jesús: dar vida a los pecadores.
¿Cuál es nuestra vocación?
La vocación no es asunto de unos cuantos hombres o mujeres. Tarde o temprano todos nos tenemos que preguntar cuál es la razón última de nuestro diario vivir, por qué luchar en el nuevo amanecer, en el nuevo año; tarde o temprano nos tendremos qué preguntar por qué vivimos, hacia dónde caminamos y cómo lo hacemos. En toda vocación hay algo de incierto pero siempre se nos pide una actitud de búsqueda, disponibilidad y apertura. Al igual que para Jesús, nuestro bautismo debería ser la máxima experiencia de vocación: reconocernos pecadores pero Hijos amados de Dios. Sabernos pequeñitos y limitados pero llamados a una gran misión. Igual que Jesús en la cruz: mirando siempre al cielo pero extendiendo la mano comprometida con el hermano. Ser cristiano no es creer que Dios existe, sino experimentar que Dios me ama tal como soy y antes que cambie.
Sentirse amado es la experiencia básica y fundamental que da sentido a nuestro vivir y plenifica nuestro ser, nos protege del mal, del orgullo, la violencia y vanidad pero además nos lleva dar vida y servicio a los demás. ¿Cómo estamos viviendo la vocación recibida en nuestro bautismo? ¿De dónde tomamos nuestra fuerza para continuar? ¿Cómo nos comprometemos con los demás?
Dios todopoderoso y eterno, que proclamaste solemnemente que Cristo era tu Hijo amado cuando fue bautizado en el Jordán y descendió el Espíritu Santo sobre él, concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu, perseverar siempre fieles en el cumplimiento de tu voluntad.
Amén.




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