viernes, octubre 19, 2007

PREDIQUEN “BUENA NUEVA”

Domingo Mundial de las Misiones


+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. Éstos son los milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedaran sanos”.

El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían. (Mc 16, 15-20)

Experiencia de aprendizaje
Cuando llegué a estas bellas tierras de la Diócesis de San Cristóbal, el primer paso urgente que me recomendaron fue acercarme al idioma como base fundamental de comunicación. Así que pronto me buscaron un maestro para que me diera las primeras lecciones. El Padre Eugenio Maurer, S.J., muy serio y en su papel, empezó, antes de decir otra cosa, a explicar que entre los tseltales el concepto de maestro y de alumno es muy diferente al mundo occidentalizado o “ladinizado”, como él decía. “En la cultura tseltal, y creo que también en las culturas indígenas, no se enseña, sino se aprende. No hay un maestro que «transmita sus conocimientos a la mente del discípulo», sino un alguien que hace o ayuda a que el discípulo aprenda. La raíz del vocablo para enseñanza traducido al español sería “acercar”; se trata pues de acercar al discípulo para que aprehenda la realidad por sí mismo y así aprenda. Su paralelo es pedagogo: llevar de la mano al niño”. Me fue explicando antes de decir alguna palabra en el nuevo idioma, la diversa concepción de la vida. Me habló también de ese concepto diferente de alumno (“el que es alimentado”) que en estas culturas tiene ese sentido de quien se acerca y experimenta. En fin me recalcó el sentido comunitario del aprendizaje, de la no competitividad y de muchas otras cosas. “Hay que fomentar la comunitariedad del aprendizaje, y de ninguna manera la competitividad individualista occidental, que resulta tan perniciosa para los estudiantes no-indígenas”, insistía en su primera lección.

Día Mundial de las Misiones
Hoy que celebramos el Día Mundial de la Misiones vienen a mi recuerdo todas esas palabras que el Padre Eugenio me decía en mi primer día de clases. Pues en este día recordamos que Cristo nos envía a enseñar: “Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones” (Mt 28, 19) y nosotros nos lo hemos tomado en serio, pero al estilo occidental. Y nos hemos constituido maestros que transmitimos conocimientos, que nos sentimos autosuficientes para enseñar al que no sabe, para corregir, vara en mano, y jueces para decir qué está bien y qué está mal. No hemos entendido las palabras de Jesús, lo que significa enseñar. Y así tenemos que reconocer que hemos destruido culturas, que hemos menospreciado conocimientos, que no hemos presentado al Señor de la Vida. Quien enseña tendría que tener en el corazón a Jesús y “acercarlo” con mucho respeto y mucho cariño, a las culturas, a las personas y a los ambientes. Así actúa Cristo: en lugar de destruir culturas, da vida, respeta, fortalece y dignifica. Ése es el sentido de misión: dar vida y acercar a la vida. ¡Cuánta necesidad tiene nuestro mundo de esta misión! ¡Cómo se requiere proclamar el Evangelio, “Buena Nueva”! Esta buena nueva no es para unos cuantos. El sueño de Jesús es que todos podamos vivir como hijos de Dios, la predicación es para toda creatura, la salvación plena es para todos.
Prediquen el Evangelio
En un mundo que se sumerge en tanta desventura, que pierde la esperanza, los que nos decimos cristianos no hemos sabido llevar “Evangelio”, “Buena Nueva”. Hemos visto corrientes de predicación que parecen golpear con la Biblia, aturdir con los mandatos, castigar, condenar y destruir. Asustar con terribles castigos o con finales catastróficos prontos a llegar. Pero eso no es evangelio, evangelio es Buena Nueva. Y esto es lo que nos pide Jesús: que en nuestro mundo hablemos y vivamos la Buena Nueva. Así como Él lo hizo, como Él predicó, como Él vivió. Miremos de cerca la vida de Jesús y entenderemos que Él siempre devolvió dignidad al pobre, ternura al oprimido. Es maestro que da vida, es maestro que acerca a la salvación. Cómo insisten los Obispos en Aparecida que todos tenemos que ser discípulos y misioneros para que todos los pueblos en Jesús tengan vida y que nadie se quede con los brazos cruzados pues ser misionero es acercar a Cristo con creatividad y audacia a todos los lugares.
Método de enseñanza
La Palabra de Dios y su Reino no se deben confundir con los medios humanos, con nuestros propios proyectos, con nuestras propias estrategias. Cada vez que los cristianos, a lo largo de la historia, nos hemos confiado a nuestro propios medios: capacidades, palabras, dinero, alianzas, poderes, sustituyendo con lo humano el mensaje divino, cada vez hemos fracasado y el mensaje ha quedado desvirtuado, velado y empequeñecido. El Evangelio va predicado más con la vida que con las palabras. El Evangelio requiere de milagros y de milagros muy concretos que nos propone San Marcos de este día. No nos hagamos ilusiones de arrojar demonios con signos y conjuros. Hay que expulsar el demonio de la ambición, del egoísmo, de la injusticia y de la opresión. Hablar un lenguaje nuevo: el lenguaje de hermanos, el lenguaje de la comprensión y del compromiso, el lenguaje que tiende la mano a todo hermano o hermana no importa de dónde venga o de dónde sea. Sanar a los enfermos: nunca será creíble una doctrina que olvide y deje en el abandono a los hermanos. La fidelidad a Jesús nos exige combatir los males que dañan o destruyen la vida. Que en este Domingo Mundial de las Misiones, miremos qué hay en nuestro corazón, cómo somos discípulos de Jesús y cómo somos misioneros para que nuestros pueblos en Él tengan vida.

Señor y Dios nuestro, que has querido que tu Iglesia sea sacramento de salvación para todos los hombres, a fin de que la obra redentora de tu Hijo perdure hasta el fin de los tiempos, haz que tus fieles caigan en la cuenta de que están llamados a trabajar por la salvación de los demás, para que todos los pueblos de la tierra formen una sola familia y surja una humanidad nueva en Cristo Nuestro Señor.
Amén.

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