sábado, mayo 24, 2008

Cambiar de raíz

VIII Domingo Ordinario
+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de Las Casas


En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y amará al otro, o bien obedecerá al primero y no le hará caso al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero.

Por eso les digo que no se preocupen por su vida, pensando qué comerán o con qué se vestirán. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes más que ellas? ¿Quién de ustedes, a fuerza de preocuparse, puede prolongar su vida siquiera un momento?

¿Y por qué se preocupan del vestido? Miren cómo crecen los lirios del campo, que no trabajan ni hilan. Pues bien, yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vestía como uno de ellos. Y si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy florece y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe?

No se inquieten, pues, pensando: ¿Qué comeremos o qué beberemos o con que nos vestiremos? Los que no conocen a Dios se desviven por todas estas cosas; pero el Padre celestial ya sabe que ustedes tienen necesidad de ellas. Por consiguiente, busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura. No se preocupen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones. A cada día le bastan sus propios problemas” (Mt 6,24-34)

“Atorado en el medio”
Estábamos en la orilla del río a punto de abordar una pequeña barca que nos trasladara a la rivera contraria. Teníamos que dar un pequeño salto, dejar la seguridad de la tierra firme, para poder caer en la frágil lanchita. Con más o menos miedo todos lo fuimos haciendo, pero una de las personas, fue presa del pánico y cuando puso un pie sobre el borde de la lancha, no se animaba a soltarse del palo que estaba en la orilla. Así permaneció unos momentos, indecisa, queriendo asegurar sus pies de ambos lados, pero al mismo tiempo sin sentir la seguridad en ninguno. Sus pies se abrían cada vez más y empujaban la barca, por fin, entre el susto y la risa, cayó al agua. “Así le pasa al que quiere estar en dos lados”, sentenció nuestro guía, mientras nos ayudaba a subir a nuestro compañero asustado y mojado.

Más amoroso que una madre
Las lecturas de hoy nos ofrecen varias imágenes de Dios, y todas ellas son complementarias. Isaías lo presenta lleno de misericordia con un amor más grande que el de una madre que no puede olvidar su hijo; Jesús en el Evangelio de Mateo, nos lo muestra como el Padre providente y amoroso que cuida de sus hijos; Pablo nos habla del Dios de Jesucristo en su dimensión de juez justo que pone de manifiesto las intenciones del corazón. Ante este Dios, el salmo responsorial, nos invita a entonar un canto sereno: “Sólo en Dios he puesto mi confianza”, porque sabemos que sólo en Él encontraremos descanso. Todas las lecturas son una invitación a reconocer y experimentar el amor grande y misericordioso de Dios; a ponernos confiados en sus manos pero al mismo tiempo cuestionarnos sobre nuestra real confianza en Dios.

Entre Dios y el dinero
Contra lo que pensamos comúnmente, el riesgo de ser idólatras acecha a todo cristiano. Jesús señala con fuerza este peligro: “no pueden ustedes servir a Dios y al dinero”. Las riquezas, el dinero, son las palabras que se usan para traducir la palabra “Mammona”. A todos nosotros las riquezas parecen ponernos en un estado de seguridad, comodidad y bienestar. Pero en realidad sus orígenes no son precisamente nobles, sino que ya trae veneno en su raíz. La palabra “mammona” deriva de un vocablo arameo que significa generalmente riquezas, posesiones, bienes, pero que en la literatura hebrea es usado casi siempre en términos peyorativos: mammona de iniquidad o riqueza de mentira. En la narración de Mateo, el dinero es peligroso porque lleva al hombre a cumplir acciones infames. Cuando hay dinero de por medio la gente está dispuesta a odiar, mentir, matar, traicionar, hacer sufrir, comprar conciencias. Basta mirar los acontecimientos que vive nuestra patria para darnos cuenta de lo corrupto que resulta el dinero. Las leyes, los partidos, las propuestas, todo está condicionado por el dinero. Delante del dinero, Dios mismo desaparece; o lo hacemos desaparecer.

Dios no puede reinar entre nosotros, sino preocupándose de todos y haciendo justicia a los que nadie hace. Dios sólo puede ser servido donde se promueve la solidaridad y la fraternidad. Mientras haya pobres y necesitados, toda la riqueza que uno acapare para sí mismo sin necesidad, es injusta, porque está privando a otros de lo que necesitan. Ante las declaraciones actuales sobre la escasez de alimentos y el peligro de una hambruna, queda la conciencia clara de que hay alimentos suficientes, lo que falta es generosidad, lo peligroso es el acaparamiento y la ambición de unos cuantos que se despachan a su propio gusto mientras millones de hermanos están muriendo de hambre.

Cambiar de raíz
Quizás este evangelio puede resultar extraño y hasta escandaloso para quienes están sufriendo hambre, como si fuera una invitación a quedarse irresponsablemente sin hacer nada, sólo esperando que todo baje del cielo, confiar en la “providencia”. No es ese el sentido del Evangelio. Es una llamada a buscar el Reino de Dios y su justicia, a transformar el mundo conforme a la mirada y al deseo de Dios. El dinero ha invadido los corazones y ha hecho que nos olvidemos de los hermanos. Damos una mano a Dios y otra al dinero, tenemos encendidas dos velas… Es un reclamo a dar el justo valor a las cosas materiales y esto lo debemos tener en cuenta en la familia, en la sociedad y entre las naciones. Es una exigencia de cambiar desde la raíz las situaciones injustas y el sistema económico social que las engendra. ¿No es cierto que los intereses económicos pasan por encima de naciones y de individuos? ¿No es verdad que a los pies de los grandes capitales caen los ideales y sucumben los buenos propósitos?

Cristo nos invita a un punto de equilibrio, Cristo condena el afán desmedido, el ansia exagerada, la agitación forzada. Él mismo trabajó con sus manos y ganó el sustento con su sudor, pero siempre se sintió en manos de su Padre y reconoció que tenía una misión. Es bueno y santificador el trabajo, pero es mala la ambición y el ansia desmedida. Es bueno procurar el bienestar y la seguridad, pero es malo crearnos necesidades artificiales y hacernos esclavos de los bienes materiales hasta sentirnos identificados con ellos. Es bueno sentirnos en manos de un Padre amoroso, pero también lo es sentirnos responsables de cuidar, perfeccionar y hacer común la creación que Él nos ha dejado.

Ante estas propuestas de Jesús debemos cuestionarnos ¿Qué cosas guían mi vida como persona? ¿Cuáles valores determinan mis decisiones? ¿Qué cosa ocupa mi corazón? ¿Busco a Dios pero no me suelto de mis ambiciones?
Padre Bueno, concédenos descubrir el valor de tu amor, sentirnos en tus manos y que el curso de los acontecimientos del mundo se desenvuelva, según tu voluntad, en la justicia, en la paz y en la fraternidad. Amén

No hay comentarios.: