jueves, septiembre 13, 2007

La azarosa vida de un migrante de La Trinitaria

Fredy Martín Pérez.
El Alto, Chis.- Un tumor cerebral mantuvo a Guadalupe Calvo Maldonado hospitalizado durante cuatro años, lapso en que le practicaron seis cirugías. Superada la enfermedad, el migrante chiapaneco pereció a finales de agosto, en Oakland, California, al ser arrollado por un automovilista.
En el barrio El Alto, en la cabecera municipal de La Trinitaria, doña Rosario Maldonado, recuerda que en el 2001, su hijo le comunicó que estaba cansado de ganar cien pesos diarios como albañil. Había escuchado que en los Estado Unidos “se ganaba muy bien” y partió.
“Lo que aquí ganaba como albañil no le daba para sobrevivir. Decidió irse y prometió que nos iba a ayudar. La pobreza aquí es muy dura. No hay trabajo”, agrega.
A los pocos meses de su estancia en Oakland, Guadalupe de 33 años de edad, encontró trabajo en una empresa dedicada a la limpieza de edificios. “Limpiaba vidrios de ventanas”, explica Maldonado de 58 años de edad.
Pero dos años después, los médicos le descubrieron al migrante un tumor en el cerebro. Al enterarse que su hijo estaba “muy grave”, doña Rosario pidió un préstamo de 36 mil pesos para trasladarse a Oakland, con su nieto Alejandro Pérez Calvo de 16 años.
“Estaba grave y me fui por él a los Estados Unidos”, dice la señora Maldonado, que durante tres días caminó por el desierto, huyendo de los agentes de la Patrulla Fronteriza que en repetidas ocasiones estuvieron cerca de capturarla.
"Me fui de mojada"
Pero todo el trayecto, del barrio El Alto a Oakland, doña Rosario y su nieto lo recorrieron en 20 días. “Me fui de mojada”, recuerda.
En una de las noches, tuvo que quedarse sola entre los matorrales, mientras su nieto trataba de confundir a los oficiales. En otra ocasión tuvo que lanzarse hacia la ladera de un cerro para ocultarse en la maleza.
La señora Guadalupe llegó un Sábado de Gloria, de la Semana Santa del 2005, a la casa de su hijo, con los pies destrozados, hambrienta y fatigada “Por mi edad yo ya no podía caminar. Mis pies estaban ensangrentados”.
Una vez en Oakland, Maldonado fue a ver a su hijo en el hospital donde permanecía internado. Había sido sometido a seis operaciones. La empresa donde laboraba cubrió los gastos médicos.
Al ver a su hijo inmovilizado, doña Rosario trató de ayudarle con recursos. “Yo quería trabajar, pero mejor me dedique a cuidarlo”.
En meses pasados, cuando Guadalupe se restableció y abandonó el hospital, le confesó a su madre que quería regresar a su casa en barrio El Alto, porque tenía buenas noticias: los médicos le habían dicho que había superado la enfermedad y estaba a punto de terminar el tratamiento.
La esposa de Guadalupe, Amada Antonieta Cruz, también regresaría al municipio de La Trinitaria. Era preferible vivir “con lo poco” de dinero en el barrio, que estar huyendo de las autoridades migratorias de los Estados Unidos.
Con la recuperación, Guadalupe también le llegó la estabilidad económica. Compró un auto que en meses pasados empezó a conducir por las calles de Oakland.
En nueve minutos, doña Rosario cuenta a los reporteros la azarosa vida de su hijo, mientras varias mujeres, entre ellas sus nietas, hermanas y vecinas la escuchan con atención. Sus ojos no pueden contener las lágrimas cuando recuerda el momento en que Guadalupe lo vio tirado en el suelo de la calle, cubierto con un plástico de color negro.
La desgracia
El 31 de agosto por la tarde, Guadalupe regresó a su casa en un suburbio de Oakland a bordo de su auto. La desgracia le llegó después de haber estacionado su vehículo y tratado de pasar por la calle que estaba frente a la casa que rentaba, porque justo en ese instante, un automovilista que circulaba a exceso de velocidad lo arrolló.
“Yo escuché como un balazo y salí a ver qué había pasado. Me acerqué y vi que había un cuerpo tirado y cubierto con un plástico de color negro”, rememora doña Rosario, que de inmediato supo que se trataba de su hijo.
El sábado la señora Maldonado retornó a barrio El Alto, después de dos años de estancia en la nación del norte. Ese día, el féretro con el cuerpo de su hijo salía en un vuelo de Oakland a Atlanta, para luego proseguir hacia el Distrito Federal, con destino hacia Villahermosa, Tabasco.
Antes de caer la tarde del martes, doña Rosario y su hijo se volvieron a reencontrar en el barrio El Alto, que dejó en el 2001. No hubo palabras entre ellos. Las lágrimas hablaron por la abatida madre.

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