XXIV Domingo Ordinario
+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: "Este recibe a los pecadores y come con ellos".
Jesús les dijo entonces esta parábola: "¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: 'Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido'. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentirse.
¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: 'Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido'. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente".
También les dijo esta parábola: "Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: 'Padre, dame la parte que me toca de la herencia'. Y él les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.
Se puso entonces a reflexionar y se dijo: '¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores'.
En seguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le ‘dijo: 'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.
Pero el padre les dijo a sus criados: '¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado'. Y empezó el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo, y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo'. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.
Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: '¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo'.
El padre repuso: 'Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y le hemos encontrado'. (Lc 15,1-32)
Noticias tristes.
Dos notas, perdidas en medio de tantas noticias alarmantes, llegaron la semana pasada. La primera se refería a un cartel publicitario aparecido en Suiza, conocida por su proverbial pacifismo, donde dos ovejas blancas expulsaban a patadas una oveja negra. Las reclamaciones por el cartel discriminatorio no se hicieron esperar. Uno de los funcionarios explicó que no se trataba de ninguna discriminación contra los negros, sino que era una advertencia en contra todos los delincuentes y viciosos que de ninguna manera tendrían lugar en la comunidad, serían expulsados. Pero a los malos los ponían como negros. La segunda nota venía de Pakistán y se refería a dos mujeres que fueron secuestradas y decapitadas. Sus cuerpos, sin cabeza, fueron hallados el pasado viernes, fuera de un poblado y con una nota que las acusaba de ser prostitutas. Y con la amenaza de que a todos los que infringieran la ley les pasaría lo mismo.
Fariseos actuales
¿Qué actitud tomamos frente al hermano que se equivoca? Como un ejemplo, basta acercarnos a nuestras cárceles, pomposamente llamadas “Centros de Rehabilitación”. Es muy difícil saber si alguien es inocente simplemente por visitarlos -todos se dicen inocentes-, pero es muy fácil darse cuenta que en lugar de rehabilitarse muchos de los presos han caído en situaciones peores de maltrato, discriminación, droga y desesperanza. La detención, el traslado a los separos, los interrogatorios, más parecen armas que el poder utiliza para intentar acallar la voz y la acción de un pueblo que sufre pobreza e injusticia; y no una búsqueda de rehabilitación y de justicia.
Al “presunto delincuente” se le separa de su familia, de sus comunidades y de su ambiente; se hace le diferente y se señala a su familias, se le marca ante la comunidad y se pierde la confianza haciendo que miremos con recelo a sus seres cercanos. Ciertamente hay muchos inocentes en la cárcel o muchos que han cometido delitos imprudenciales o errores circunstanciales y que la cárcel en lugar de darles instrumentos y medios para salir adelante, los mete en peores problemas: el preso pierde la conciencia de su dignidad de persona, pierde la esperanza en el futuro y no su autoestima cae por los suelos, cree que no vale nada por si mismo y que no puede cambiar. Ciertamente habrá criminales que no tienen ninguna esperanza de rehabilitación y que habría que poner a buen resguardo, pero cuando visitamos la cárcel queda esa sensación de que hay muchos inocentes y que los culpables en lugar de mejorar, van empeorando.
La situación carcelaria de nuestro país nos debería llevar a una profunda reflexión sobre esos hermanos y hermanas y la actitud que tomamos frente a ellos. Pero esto es solamente un ejemplo. La discriminación y el desprecio por el que se ha equivocado, o por el que es diferente, están en todos los momentos de la vida. Desde el padre de familia que corre de la casa a la hija embarazada, el alcohólico que es despreciado, el drogadicto que recibe sólo insultos y rechazos, hasta las graves guerras y bloqueos internacionales a quienes piensan diferente. Solo porque no piensan como nosotros, ya son culpables
La misericordia de Jesús
¿Cómo actúa Jesús? Nadie más claro que Jesús para denunciar y desenmascarar el pecado y la injusticia, pero nadie más misericordioso y compasivo con el pecador. La misericordia divina es una de las constantes bíblicas de toda la historia de la salvación humana, que culmina en Cristo, imagen y espejo del rostro misericordioso de Dios. Con las parábolas que hoy nos presenta Jesús, condena todo puritanismo clasista y sus consecuencias: la marginación a todos los niveles. Muy claro en la parábola del hijo pródigo. Mientras el hermano mayor se ha olvidado de que quien regresa es precisamente su hermano menor y lo llama “ese hijo tuyo”, lo trata con desprecio y se niega a participar con él. El padre le devuelve todos los signos de filiación, lo nombra “hijo”, “hermano tuyo” y lo vuelve a poner a la mesa, donde comparten los iguales, donde se reconstruye la fraternidad. La fraternidad nunca se podrá reconstruir con desprecio, marginación y olvido.
El desprecio al otro nunca será cristiano ni liberador; representa más bien la inversión de los valores evangélicos. Cristo insiste una y otra vez que Él no ha venido para los justos sino para los pecadores y que hay alegría en el cielo por la conversión de uno solo de ellos.
Las parábolas de este día nos llevan a la conciencia de dos grandes verdades: que el amor de Dios es más grande que nuestro pecado y que no tenemos derecho a juzgar a los demás. El amor de Dios hacia nosotros es de tal manera gratuito que no podemos pretender haberlo ganado y es de tal manera permanente y firme que nunca podremos decir que estamos fuera del amor de Dios por más pecadores que seamos. Pero este amor de Dios nos debe llevar a amar a los diferentes y dejar la actitud farisaica y discriminatoria que nos presenta el evangelio. Como sugiere la conferencia de Aparecida, tenemos que salir al encuentro de los que no están en casa. Ciertamente necesitamos dejar la actitud arrogante que a veces adoptamos y lanzarnos a buscar las ovejas que están fuera del redil, pero en actitud de encuentro no de condena. Debemos barrer con cuidado toda la basura de la casa para encontrar la pequeñita moneda perdida. Debemos abrir amplios nuestros brazos para reencontrarnos con el “otro” en un abrazo fraternal.
Que este día sintamos el abrazo amoroso de Dios Padre, a pesar de nuestras miserias, y que abramos nuestra mente y nuestro corazón para acoger a todos los hermanos como una sola familia.
Padre bueno, que nos amas aún cuando somos pecadores, concédenos acercarnos de tal manera a tu amor, que podemos experimentar la grandeza de tu perdón que nos renueva en lo más íntimo y nos acerca a la mesa a compartir con los hermanos.
Amén
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