+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas
Un día, Jesús estaba orando y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”.
Entonces Jesús les dijo: “Cuando oren, digan: ‘Padre, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, danos hoy nuestro pan de cada día y perdona nuestras ofensas, puesto que también nosotros perdonamos a todo aquel que nos ofende, y no nos dejes caer en tentación’”.
También les dijo: “Supongan que alguno de ustedes tiene un amigo que viene a medianoche a decirle: ‘Préstame, por favor, tres panes, pues un amigo mío ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle’. Pero él le responde desde dentro: ‘No me molestes. No puedo levantarme a dártelos, porque la puerta ya está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados’. Si el otro sigue tocando, yo les aseguro que, aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo, por su molesta insistencia, sí se levantará y le dará cuanto necesite.
Así también les digo a ustedes: Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá. Porque quien pide, recibe: quien busca, encuentra y al que toca, se le abre. ¿Habrá entre ustedes algún padre que, cuando su hijo le pida pan, le dé una piedra? ¿O cuando le pida pescado, le dé una víbora? ¿O cuando le pida huevo, le dé un alacrán? Pues, si ustedes que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan?” ¡Palabra del Señor! ¡Gloria a ti, Señor Jesús! (Lc. 11,1-13)
Experiencia de oración
Se suscitó una grave confrontación en la comunidad a causa de las tierras. Dos grupos esgrimían sus argumentos, presentaban escritos y nadie estaba dispuesto a ceder. Imposible llegar a acuerdos. Hubo varias reuniones y cada vez parecía que era más difícil encontrar una solución. Amenazas, insultos y agresiones empezaron a ir y venir entre los grupos agravando más la situación. “Esto no tiene más que una solución” me comentó el diácono de la comunidad. “Tenemos que hacer mucha oración y ayuno. Voy a invitarlos a todos a que nos reunamos en la ermita y que le pidamos a Dios que nos ayude a disponer el corazón para el diálogo”. Se fijaron los días de ayuno y oración y así lo hicieron: dos días completos escuchando la Palabra de Dios, reflexionándola, implorando la iluminación del Señor, cantando y danzando ceremonialmente. Todo dentro de la ermita y en completo ayuno, solamente interrumpido por el agua y el pozol (bebida de maíz). Durante los dos días, nadie habló del problema, solamente haciendo oración y poniéndose en manos de Dios. ¡Encontraron solución! A mí me pareció un milagro. Al diácono le pareció lo más sencillo y natural. “El Señor siempre nos escucha”, me comentó después.
Ausencia de Dios
El pueblo judío, igual que nuestros pueblos campesinos, tenían un especial sentido de la presencia de Dios. Todos los acontecimientos, los fenómenos naturales, el día o la noche, la lluvia o la sequía, todo tiene sentido delante de Dios y siempre todos nuestros actos son en relación con Dios. No se entiende la vida sin Dios. Ha llegado la modernidad y hemos perdido ese sentido de Dios y su providencia. No es que ignoremos los avances científicos o nos pongamos irresponsablemente en manos de Dios cuando debemos actuar nosotros. No es el sentido mercantilista del que prende una veladora y espera un milagro, no es comprar a Dios o renunciar a las propias responsabilidades, es vivir en la presencia y en manos de Dios lo que nos enseña esta actitud.
Casi sin darnos cuenta vamos llenando nuestra vida de cosas, de actividad, de preocupaciones y evadiéndonos calladamente de Dios. Siempre tenemos otra cosa más importante que hacer, algo más urgente o más útil. ¿Cómo ponerse a orar cuando uno tiene tantas cosas en que ocuparse? Y así, nos acostumbramos a vivir “cómodamente” sin la necesidad de orar, pero llevando una vida cada vez más apagada e ineficaz.
Enseñanza de Jesús
San Lucas nos muestra todo lo contrario: Jesús siempre y en todos los momentos hace oración. Y no es que tuviera pocas cosas que hacer. Antes de escoger a sus discípulos, hace oración; antes de curar un enfermo, hace oración; antes de iniciar su vida apostólica, hace cuarenta días de oración. Por eso en el pasaje de este domingo, nos lo presenta haciendo oración. ¿Qué verían los discípulos que también quieren hacer oración? Cierto que había maestros de oración, como los hay ahora. Pero este ejemplo de Jesús mueve a los discípulos, y nos debería despertar en nosotros el deseo de aprender a orar.
Algunos hemos aprendido algunas oraciones de pequeños y la rezamos de vez en cuando. Y está bien, como una fórmula de inicio pero no basta, se requiere mucho más. Y esto es lo que Jesús nos enseña. La oración no es una fórmula, la oración es la experiencia más hermosa de Dios que podemos tener. Por eso inicia así su oración “Padre Nuestro”. “PADRE” es la palabra con la cual Jesús nos enseña a llamar a Dios. La noticia más bella que nos trajo Cristo es que Dios es nuestro Padre y que le agrada que lo tratemos como a un papá muy amado. San Pablo dirá: “no hemos recibido un espíritu de temor si no un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! (Rom 8,15). No tenemos a un Dios lejano, es un papá cercano. Ninguno de nosotros es un huérfano. Ninguno de nosotros se sienta desamparado; todos somos hijos del Padre más amable que existe. Y si tenemos un mismo padre, somos todos hijos de El, por lo tanto debemos reconocernos y amarnos como hermanos. Si lo llamamos “Padre” amémoslo como a un buen padre y no seamos faltos de cariño para con El. Dios, pues, es un padre que conoce muy bien todo lo que necesitan sus hijos y se deleita en ayudarlos y siente enorme satisfacción cada vez que puede socorrerlos. El nos ayuda no porque nosotros somos buenos, sino porque El es bueno y tiene generosos sentimientos. Quizás no nos habríamos atrevido a llamar a Dios, nuestro Padre, si Jesús no nos hubiera enseñado a llamarlo así. No lo olvidemos, la oración es el medio más seguro para obtener de Dios las gracias que necesitamos para nuestra salvación.
Experiencia de Dios
La experiencia de Dios como papá que sólo Cristo nos la puede enseñar. La oración a Dios como Padre, Él nos la compartió. Él es el maestro por eso necesitamos hoy también nosotros decirle: “enséñanos a orar”. Pero, a caminar se aprende caminando, a nadar se aprende nadando y orar se aprende orando, cada día, a cada momento, en toda ocasión. ¿Acaso no podemos sentirnos amados a toda hora y en todo momento por papá Dios? Pues hacer consciente este amor, es inicio de oración.
Nos quejamos de nuestro mundo, criticamos a toda institución, renegamos de cómo van las cosas, pero si el tiempo que dedicamos a renegar o a quejarnos sin sentido, lo dedicáramos a hacer oración, seguramente el mundo iría mejor y cada unos de nosotros también, porque nos sentiríamos más amados por Dios.
Padre, que a través de tu Hijo nos enseñaste a pedir, buscar y llamar con insistencia, escucha nuestra oración y concédenos la alegría de sabernos amados y escuchados, de sentirnos seguros en tus manos.
Amén
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