domingo, agosto 07, 2011

Jan de Vos y la Selva Lacandona

(esa mítica Tierra para sembrar sueños… y cosechar pesadillas)


Jan
tu súbita partida me ha dejado
estupefacto,
atónito
perplejo,

Sin querer darme cuenta
de que has muerto…


Miguel Angel García Aguirre
Coordinador General de Maderas del Pueblo del Sureste, AC

El pasado domingo 24 de julio en la madrugada, falleció en la Ciudad de México, el profesor Jan de Vos, amigo, compañero y maestro invaluable. A raíz de su lamentable muerte mucho se ha escrito acerca de su vida, de sus investigaciones históricas y de su inmensa generosidad.


No pensaba yo escribir nada sobre él, pues en un principio consideré que ya bastante -y de forma por demás acertada- lo habían dicho plumas como las de Luis Hernández, Neil Harvey y Hermann Bellinhausen (entre muchos otros). Sin embargo, en el último homenaje más íntimo rendido a Don Jan de Vos, por parte de familiares y amigas-os, una compañera de luchas me hizo notar que si bien a raíz de su muerte se había escrito mucho sobre Jan y sobre su obra, en esos escritos recientes se había tocado de forma insuficiente el tema que más le apasionó a nuestro amigo historiador y sobre el cual giró el eje central de su copiosa producción historiográfica: La Selva Lacandona. Y menos aún –dijo bien nuestra amiga- nadie había resaltado suficientemente el papel que habían jugado en la lucha por la defensa de ese mítico territorio indígena, los vitales descubrimientos históricos que las acuciosas investigaciones de Jan habían puesto al descubierto. 

Después de reflexionarlo, consideré que Ana –nuestra amiga- tenía razón…y me decidí a escribir un algo al respecto. . . 

Mi primer encuentro con Jan 

Corría el mes de junio de 2000 cuando se invita a Maderas del Pueblo del Sureste, a participar en una Mesa Redonda realizada en el auditorio del Museo de Historia Natural, ubicado en la segunda sección del Bosque de Chapultepec en la Ciudad de México. El tema de la Mesa fue algo así como “Los incendios forestales y la problemática ambiental de la Reserva de Biosfera de Montes Azules”, tema álgido en esos momentos, porque desde finales de abril de ese 2000 había venido apareciendo en la prensa nacional una sistemática campaña que se sumaban un conjunto de grupos ecologistas de la Ciudad de México, demandaban “a las autoridades federales y estatales, hacer valer la Ley y actuar con responsabilidad para salvar la Selva Lacandona”. 

En este contexto de verdadero linchamiento mediático de las comunidades indígenas des-calificadas por el gobierno federal como “irregulares”, asentadas en Montes Azules por desplazamiento forzoso (necesidad de supervivencia ó a causa de la guerra en Chiapas) creado a trasmano por la maestra Julia Carabias, entonces Secretaria de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca y por su oscuro asesor político Jorge Del Valle, se dio como respuesta, de parte de la organización indígena ARIC Independiente y de su entonces coordinador, Porfirio Encino (joven indígena tseltal, originario de una comunidad amenazada de desalojo, amigo de Jan y perseguido político por el régimen de Roberto Albores), la realización de un Foro indígena denominado “Por la Defensa de la Vida, de la Tierra y de los Recursos Naturales”, llevado al cabo los días 19 y 20 de mayo de 2000, en la comunidad tsotsil de Nuevo San Gregorio, ubicada en el corazón de Montes Azules. El objetivo del Foro era demostrar ante la opinión pública y ante los grupos ecologistas y defensores de derechos humanos, tanto la inexistencia de los supuestos incendios, como la voluntad y decisión de las comunidades indígenas “irregulares”, de hacer un manejo sustentable y conservacionista de los bienes naturales y de convertirse en “guardianes de la Reserva”. 

A este Foro asistimos personalmente -como testigos y como apoyo- desde el ámbito ecologista, la organización Guerreros Verdes, AC y Maderas del Pueblo del Sureste, AC, y de parte de los defensores de derechos Humanos, el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, así como la Coalición de Organizaciones Autónomas de Ocosingo (COAO) y la Unión Nacional de Organizaciones Campesinas (UNORCA). 

Nosotros, como Maderas del pueblo, algo sabíamos técnicamente acerca de los incendios forestales en selva, luego de habernos enfrentado –en apoyo y acompañamiento a las comunidades zoques- a los terribles y sospechosos incendios que ocurrieron en la región de los Chimalapas en mayo y junio de 1998. Esa experiencia técnica y social nos enseñó –entre muchas otras cosas- que para que una quema de pasto o roza de milpa, se convierta en un incendio forestal en la selva, se requieren condiciones climáticas extremas y adversas (humedad cero en el ambiente y fuertes vientos secos) factores que no estaban presentes en la Selva Lacandona ni en Montes Azules en Mayo del 2000, por lo que desde un principio olfateamos el trasfondo político, contrainsurgente y manipulador de esta campaña mediática, y así lo denunciamos públicamente. 

Fue entonces que se dio aquella Mesa Redonda, estando presentes, desde el lado oficial y defendiendo la versión de los “depredadores incendios” y justificando los desalojos, Carlos Toledo, mano derecha –literal- de Julia Carabias en SEMARNAP; Carlos Zolla del INI y el ecólogo de la UNAM, Rodrigo Medellin; en la posición opuesta, defendiendo el derecho de las comunidades amenazadas de desalojo y sosteniendo la viabilidad técnica de un manejo sustentable de esas comunidades, Andrés Barreda (Facultad e Economía de la UNAM) y yo, como Maderas del Pueblo. 

Una de las vertientes centrales de mi exposición consistió en mostrar la falsedad histórica de los mal llamados “Lacandones” y el gigantesco fraude agrario cometido por el gobierno federal (avalado por el gobierno estatal de Velasco Suárez) con la publicación, a principios de 1972, del Decreto de Reconocimiento y Titulación de los Bienes Comunales de la Zona Lacandona, mediante el cual dolosamente se les hace propietarios de 614 mil hectáreas de selva, a tan sólo 66 familias maya caribes (llamadas y reivindicadas como “lacandonas” por el citrado decreto) todo ello con el trasfondo real de “legitimar y legalizar” la explotación de maderas preciosas por parte de la paraestatal COFOLASA. Este doloso y fraudulento decreto agrario, que desde entonces ha servido de fundamento al gobierno para des-calificar a las comunidades tseltales, tsoltsiles choles y tojolabales asentadas en la selva a partir de los años 50s, acusándolos de “irregulares” y de ”invasores”, fue a la vez - junto con el posterior Decreto presidencial que establece la Reserva de Biosfera Montes Azules- una de las principales causas que originaron la organización autónoma indígena en la selva, misma que devino en la posterior formación y levantamiento armado del EZLN.

Al final de mi ponencia tuve a bien aclararle al auditorio, que la mayor parte de lo expuesto no era sino una síntesis de las excelentes investigaciones del historiador Jan de Vos, recomendándoles la lectura de los dos libros sobre la Lacandona publicados entonces por él (“La Paz de Dios y el Rey” y “El Oro Verde”). 

Durante el debate público ocurrido luego de las ponencias, sobresalió la participación de una mujer madura, muy combativa, quien de forma airada cuestionó fuertemente a los voceros oficiales. Al final del evento se me acercó dicha mujer (que no era otra sino la combativa Ema Cossío) acompañada de un hombre igualmente maduro, rubio, alto y muy sonriente, quien sin más me dijo: “yo soy Jan de Vos…mucho gusto; me gustó tu exposición”. “Vaya -le respondí- qué bueno que aclaré públicamente la fuente central de mi exposición, si no, qué quemón me hubiera metido”. Jan soltó una franca carcajada de esas que le caracterizaban, invitándome a comer al día siguiente al departamento que compartía con Ema en la colonia San José Insurgentes. 

A partir de ahí se forjó entre nosotros una amistad personal que se acrecienta cuando, como Maderas del Pueblo nos vimos obligados –por presiones de todo tipo- a salir de los Chimalapas y, en lo personal, cuando la crisis financiera me convierte en un “exiliado” económico, viéndome obligado emigrar a Chiapas y aceptar la generosa invitación que me hace en enero de 2001, el hoy fallecido compañero Porfirio Encino, entonces recién nombrado como Secretario de Pueblos Indios del gabinete de Pablo Salazar, para colaborar con él en calidad de Coordinador de Asesores. Hecho que coincide con la decisión de Jan de regresar a radicar definitivamente a San Cristóbal de las Casas. 

Fue en este periodo (2001-2002) cuando la mutua amistad que teníamos con Porfirio y la compartida –entre los tres- preocupación e indignación por los reiterados intentos de desalojo instrumentados por el gobierno federal (SEMARNAT-PROFEPA-SEGOB), apoyados cínicamente por algunos funcionarios estatales como Rubén Velázquez (Desarrollo Rural) y Pablo Muench (IHN) nos hizo reunirnos frecuentemente para compartirnos información –Jan con su acervo histórico y Porfirio y yo, con la información de los hechos recientes que iban saliendo de las comunidades y de las reuniones oficiales a las que asistía la SEPI- coincidiendo ello con la culminación de su excelente libro “Una tierra para sembrar sueños”. 

La Selva Lacandona: una tierra para sembrar sueños,desnudar mitos . . .y cosechar pesadillas 

En contraparte a su excelente labor académica, no poco se ha cuestionado de Jan su aparente falta de compromiso político público para con las comunidades indígenas de la Selva Lacandona en resistencia, armada (EZLN) ó pacífica (ARIC Independiente y ARIC Unión de Uniones Histórica). No era esa ni su naturaleza ni su rol. Jan no era ni podía convertirse en un activista. No había nacido para “tomar las armas”; había nacido para forjar al menos dos de ellas y de las más letales; las armas de la verdad y de la razón. De esta forma Jan brindó a la resistencia y al activismo, el aporte central de su obra historiográfica relativa a la – literalmente hablando- mítica Selva Lacandona, consistente en datos y hechos que dejaron al desnudo dos mitos “geniales”, relativos a la selva y a su historia, esgrimidos para justificar desalojos, despojos e injusticias, no sólo por el gobierno, sino también por académicos al servicio del poder y por conservacionistas al servicio del dinero -y viceversa-. 

Dicho par de mitos1 “geniales”, desnudados por la obra de Jan, son: 

1º. “La Reserva de Biosfera de Montes Azules es una selva virgen intocada; de ahí su alta biodiversidad; luego entonces, así debe de mantenerse”. Nada más falso; las investigaciones de Jan acerca de la explotación maderera realizada entre 1850 y 1920, en toda la Selva Lacandona por parte de empresas, la mayoría de origen extranjero, publicadas en su libro “El Oro Verde”, demuestran lo asediada y “violentada” que se vió la “virgen” selva durante un largo período reciente (sin hablar aquí del prehispánico poblamiento maya que alcanzó en la Lacandona un millón de habitantes). Inclusive resultaba delicioso escuchar a Jan narrar de viva voz, su aventura cuando él personalmente penetró hasta el corazón de Montes Azules a través del río Tzendales, para constatar la existencia de restos arqueológicos de un gigantesco aserradero que, usando mano de obra indígena semiesclava de peones acapillados, saqueó la madera preciosa de esa “pristina” zona hacia finales del siglo XIX y principios del XX. 



2º. “Los Lacandones que hoy conocemos, son los dueños ancestrales de la Selva Lacandona, y por ello, tienen derechos históricos de propiedad sobre dicha Selva”. Falso totalmente. Los hechos documentados y escritos magistralmente por Jan en su obra “La Paz de Dios y el Rey” echan por tierra esta falaz afirmación, pues demuestran que el Pueblo originario y verdadero poblador ancestral de la Selva fueron los lacantunes, ancestros de los actuales ch´oles, quienes resistieron 200 años a la conquista española, hasta que se vieron totalmente exterminados a inicios del siglo XVIII, casi al mismo tiempo en que ocurre la llegada a la Lacandona, de indígenas migrantes de origen maya caribe, provenientes de la península de Yucatán, quienes un siglo y medio después fueron bautizados erróneamente por el antropólogo francés Jacques Soustelle -y luego por la suiza Gertrudis Duby- como “Lacandones”, y enzalsados de forma equivocada como los “descendientes de los príncipes de Palenque y Bonampak”. 

Con este par de descubrimientos trascendentales, la obra académica de Jan de Vos deslegitima, de un plumazo, los falaces fundamentos que han esgrimido el gobierno y sus aliados conservacionistas para justificar la contrainsurgente -y violatoria de los más elementales derechos colectivos- estrategia de reubicación forzosa y desalojo de comunidades indígenas en Montes Azules y demás Áreas Naturales Protegidas ubicadas en la Selva Lacandona. Ese –nada más ni nada menos.- ha sido el aporte de Jan a la lucha de resistencia a esta brutal política de despeje territorial y despojo social. Con base en ello, redes civiles, las ARICs y el propio EZLN, a través de sus voceros y simpatizantes, desnudamos públicamente en reiteradas ocasiones, las mentiras oficiales. (En ese sentido, recuerdo cómo en varias de las veces que Jan vino a nuestra casa-oficina de Maderas, a compartir familiarmente música, pozole y mezcal, se solazaba divertido, diciéndonos que mientras él escribía los libros, nosotros los convertíamos en panfletos…y que eso estaba muy bien –decía riendo- porque difícilmente sus libros los iban a poder leer las comunidades indígenas de la selva). 

La cosecha de pesadillas 

Sin embargo, a partir de 2003 –luego del desencanto y descontrol producido por la contrarreforma indígena, así como luego del extraño accidente de avioneta en el que fallece Porfirio Encino, y luego también de la salida de la Secretaría de Gobierno de Chiapas de Emilio Zebadúa y la abierta derechización de Pablo Salazar- astutamente la inteligencia política gubernamental profundiza en la Lacandona una estrategia de bajo perfil, de baja intensidad y de largo plazo, basada en la cuantiosa inyección de recursos (proyectos); la irrupción de los partidos políticos en la vida social comunitaria; así como el desgaste, la división y la cooptación de las organizaciones sociales, comunidades, líderes indígenas y ONGs, que estaban en resistencia activa frente a los desalojos en Montes Azules. 

Y así, ante nuestros ojos, los sueños en esa mítica tierra fueron convirtiéndose en pesadillas para los 45 poblados indígenas acusados de invasores de la tierra “Lacandona” y “depredadores” de la Reserva Montes Azules., quienes fueron entonces objeto abierto de presiones, amenazas y hostigamiento para lograr su reubicación forzosa –vía reacomodo primero e indemnización después- ó –en caso de negativa- su desalojo violento y encarcelamiento de líderes, llegándose al dramático y silenciado caso del pequeño poblado Viejo Velasco, donde 38 habitantes tseltales que se negaron a la reubicación, fueron masacrados en un operativo armado de corte paramilitar realizado el 13 de noviembre de 2007. 

Jan, aunque no lo hiciera público, en privado lamentaba y se indignaba con esta situación…y acopiaba e investigaba todo lo relativo a estos desalojos, plasmando sus resultados en uno de los capítulos que conforman su último libro denominado “Caminos del Mayab: cinco incursiones en el pasado de Chiapas”, presentado apenas el pasado 30 de marzo, durante la conmemoración de que fue objeto en San Cristóbal, por sus 30 años de escritor y 75 de vida. 

(Hoy mismo –1º de agosto 2011- en la Plaza de la Paz de San Cristóbal de las Casas se encuentran en plantón cinco familias indígenas de origen ch´ol, cuya pesadilla se materializó el 17 de diciembre de 2002, al ser desalojados de su pequeño poblado Lucio Cabañas, ubicado en las orillas del río Lacantún, porción sur de la Reserva Montes Azules, para ser llevados forzosamente, primero a un albergue en Comitán, posteriormente a Teopisca, para –luego de largas gestiones y denuncias- ser reubicados en un predio del municipio de Salto de Agua, de donde apenas hace unos días han sido nuevamente desalojados . . . ). 

(Y en contraparte, hoy mismo también, hemos escuchado por el radio la buena noticia de que en la Ciudad de México, la ARIC Independiente y la llamada Comunidad Lacandona, anunciaron al pueblo de México que llegaron al acuerdo: de “no permitir más desalojos de hermanos indígenas. Hemos llegado a la conclusión que la salida jurídica es impedir que San Gregorio, Salvador Allende y Ranchería Corozal sean expulsados, así que pidieron al presidente Felipe Calderón expropiar las tres tierras en riesgo en favor de los Bienes Comunales Zona Lacandona” Este trascendente Acuerdo alcanzado directamente .entre ellos, en contra de la voluntad y total oposición del gobierno –federal y estatal- , que –luego de 40 años de resistencia y negociación- permitiría la justa regularización de esas 3 últimas comunidades que aún quedan dentro de Montes Azules: Nuevo San Gregorio, Ranchería Corozal y Salvador Allende, poblado éste último al que Jan le tenía especial cariño, pues fue ese lugar precisamente, el que visitó y donde pernoctó y convivió con las familias indígenas en su último viaje realizado a su amada y mítica Selva Lacandona. 

Epílogo 

Quienes hemos leído, admirado y compartido la obra, la generosidad y la vida de Jan de Vos, tenemos para con él y para con su memoria, una ineludible obligación moral: hacer todo lo que esté a nuestro alcance – desde cualquiera de los ámbitos en los que nos desenvolvamos- para impedir que continúe el avance de la peor de todas las pesadillas que se ciernen sobre la Selva Lacandona y sobre nuestras propias vidas como pueblo: la mercantilización y privatización corporativa multinacional de nuestros invaluables bienes naturales comunes . . no vaya a ser que un día de éstos, despertemos y nos encontremos con que el aire, el agua y la selva misma tienen grabado un logo que dice; Coca Cola; Monsanto, Pfizer ó Ford Motors Co . . . 

San Cristóbal de las Casas, Jovel, Chiapas, Agosto 2, 2011 

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