*** Tras 40 horas de maniobras subterráneas, especialistas del INAH colocaron nuevamente la losa milenaria sobre el sepulcro del soberano maya
*** La piedra que selló la tumba de Pakal, en el año 683 d.C., había sido removida y suspendida para explorar el interior del sarcófago tras su hallazgo en 1952
Hace mil 300 años un séquito acompañó los restos mortales del gobernante maya K’inich Janaab’ Pakal para ser depositados en una cripta, al interior del Templo de las Inscripciones, en la antigua ciudad de Palenque, en Chiapas. Ahora, especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta), tras casi 40 horas de maniobras subterráneas, colocaron de nuevo la lápida milenaria que selló originalmente el sarcófago.
Las inscripciones jeroglíficas de Palenque relatan que el dignatario maya, también conocido como Pakal II, falleció y “entró al camino” el 28 de agosto de 683 d.C. Sin embargo, su reposo fue interrumpido un milenio después por el arqueólogo mexicano Alberto Ruz Lhuillier, quien —tras cuatro años de intensas excavaciones— descubrió la cámara mortuoria el domingo 12 de junio de 1952.
A manera de guardianes, nueve guerreros modelados en estuco rodeaban la extraordinaria lápida esculpida sobre una losa monolítica de aproximadamente siete toneladas; 2.20 metros de ancho por 3.60 de largo. En los años 50 fue elevada por el arqueólogo Ruz Lhuillier para explorar el interior del sepulcro donde reposan los restos del gobernante.
En 2004, la tumba de Pakal fue cerrada al público como una medida de conservación, ya que la entrada masiva provocaba el aumento de la temperatura y la humedad del espacio. No obstante, al comienzo de aquella década también empezó a considerarse la pertinencia de sustituir las placas metálicas que sostenían la lápida, en virtud del grado de corrosión que presentaban.
En 2008, el INAH a través de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural (CNCPC), avaló un proyecto interdisciplinario tendiente a definir no sólo el estado de preservación de la losa, sino de los bienes de la cripta en general: relieves estucados, aplanados, sarcófago y escalones, lo que incluyó un registro pormenorizado de aspectos de conservación, arqueológicos y arquitectónicos.
Este proyecto logró la colaboración entre especialistas de diversas instancias del INAH, como las coordinaciones nacionales de Conservación y de Arqueología, la Subdirección de Laboratorios y Apoyo Académico, y la Zona Arqueológica de Palenque; sin soslayar el invaluable apoyo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) a través del Instituto de Ingeniería.
Así, a finales de 2010, quince especialistas del INAH y la UNAM trabajaron directamente alrededor de la lápida y su contexto durante más de 40 horas, en condiciones de alta temperatura y excesiva humedad, para hacer descender la losa milenaria y cerrar la brecha de 90 centímetros que la separaba del ataúd.
Meses antes de hacer descender la lápida se sustituyeron las vigas metálicas, colocadas hace casi 60 años por Alberto Ruz, por unas de madera. Estas maniobras se realizaron entre julio y octubre de 2010, bajo la supervisión del restaurador Rogelio Rivero Chong, subdirector de Conservación del Patrimonio Cultural; y del maestro Abraham Roberto Sánchez Ramírez, jefe del Laboratorio de Estructuras y Materiales del Instituto de Ingeniería de la UNAM.
Finalmente, el Consejo de Arqueología del INAH resolvió que era necesario descender la lápida y sellar definitivamente el sarcófago, en virtud de los riesgos que corría la pieza y de que los restos de K’inich Janaab’ Pakal contenidos en el sepulcro ya han sido ampliamente estudiados y se cuenta con muestras de los mismos.
Rogelio Rivero Chong precisó que se trata de un trabajo multidisciplinar, no sólo de mecánica sino de análisis y conservación de la lápida, que aporta nuevos elementos para un mayor conocimiento de la pieza. Adelantó que el INAH prevé una publicación conmemorativa de estos trabajos que integra una nueva revisión documental, fotografías de alta definición, dibujo arqueológico directo y en AutoCAD, que superará la información que en su momento asentaron arqueólogos como el propio Alberto Ruz Lhuillier y Merle Greene Robertson, en diversas obras.
Uno de los aspectos más destacados de este proyecto de conservación del espacio funerario, fue el nuevo registro de la lápida de Pakal II, mediante el Radar de Penetración, tecnología de punta con que cuenta el INAH. Esto permitió conocer si la losa presentaba fracturas o fisuras, u otras anomalías que significaran un riesgo durante las maniobras de retiro de las placas metálicas que la soportaban.
De acuerdo con el escaneo —por ondas electromagnéticas— dirigido por el doctor José Ortega Ramírez, del Laboratorio de Geofísica del INAH, fue posible concluir que la lápida —hecha en un solo bloque de roca sedimentaria, una calcarenita, cuyo espesor varía de los 24.5 cm a los 29 cm— no presentaba fracturas, pero su esquina noreste tiene una mayor concentración de humedad.
*** La piedra que selló la tumba de Pakal, en el año 683 d.C., había sido removida y suspendida para explorar el interior del sarcófago tras su hallazgo en 1952
Hace mil 300 años un séquito acompañó los restos mortales del gobernante maya K’inich Janaab’ Pakal para ser depositados en una cripta, al interior del Templo de las Inscripciones, en la antigua ciudad de Palenque, en Chiapas. Ahora, especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta), tras casi 40 horas de maniobras subterráneas, colocaron de nuevo la lápida milenaria que selló originalmente el sarcófago.
Las inscripciones jeroglíficas de Palenque relatan que el dignatario maya, también conocido como Pakal II, falleció y “entró al camino” el 28 de agosto de 683 d.C. Sin embargo, su reposo fue interrumpido un milenio después por el arqueólogo mexicano Alberto Ruz Lhuillier, quien —tras cuatro años de intensas excavaciones— descubrió la cámara mortuoria el domingo 12 de junio de 1952.
A manera de guardianes, nueve guerreros modelados en estuco rodeaban la extraordinaria lápida esculpida sobre una losa monolítica de aproximadamente siete toneladas; 2.20 metros de ancho por 3.60 de largo. En los años 50 fue elevada por el arqueólogo Ruz Lhuillier para explorar el interior del sepulcro donde reposan los restos del gobernante.
En 2004, la tumba de Pakal fue cerrada al público como una medida de conservación, ya que la entrada masiva provocaba el aumento de la temperatura y la humedad del espacio. No obstante, al comienzo de aquella década también empezó a considerarse la pertinencia de sustituir las placas metálicas que sostenían la lápida, en virtud del grado de corrosión que presentaban.
En 2008, el INAH a través de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural (CNCPC), avaló un proyecto interdisciplinario tendiente a definir no sólo el estado de preservación de la losa, sino de los bienes de la cripta en general: relieves estucados, aplanados, sarcófago y escalones, lo que incluyó un registro pormenorizado de aspectos de conservación, arqueológicos y arquitectónicos.
Este proyecto logró la colaboración entre especialistas de diversas instancias del INAH, como las coordinaciones nacionales de Conservación y de Arqueología, la Subdirección de Laboratorios y Apoyo Académico, y la Zona Arqueológica de Palenque; sin soslayar el invaluable apoyo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) a través del Instituto de Ingeniería.
Así, a finales de 2010, quince especialistas del INAH y la UNAM trabajaron directamente alrededor de la lápida y su contexto durante más de 40 horas, en condiciones de alta temperatura y excesiva humedad, para hacer descender la losa milenaria y cerrar la brecha de 90 centímetros que la separaba del ataúd.
Meses antes de hacer descender la lápida se sustituyeron las vigas metálicas, colocadas hace casi 60 años por Alberto Ruz, por unas de madera. Estas maniobras se realizaron entre julio y octubre de 2010, bajo la supervisión del restaurador Rogelio Rivero Chong, subdirector de Conservación del Patrimonio Cultural; y del maestro Abraham Roberto Sánchez Ramírez, jefe del Laboratorio de Estructuras y Materiales del Instituto de Ingeniería de la UNAM.
Finalmente, el Consejo de Arqueología del INAH resolvió que era necesario descender la lápida y sellar definitivamente el sarcófago, en virtud de los riesgos que corría la pieza y de que los restos de K’inich Janaab’ Pakal contenidos en el sepulcro ya han sido ampliamente estudiados y se cuenta con muestras de los mismos.
Rogelio Rivero Chong precisó que se trata de un trabajo multidisciplinar, no sólo de mecánica sino de análisis y conservación de la lápida, que aporta nuevos elementos para un mayor conocimiento de la pieza. Adelantó que el INAH prevé una publicación conmemorativa de estos trabajos que integra una nueva revisión documental, fotografías de alta definición, dibujo arqueológico directo y en AutoCAD, que superará la información que en su momento asentaron arqueólogos como el propio Alberto Ruz Lhuillier y Merle Greene Robertson, en diversas obras.
Uno de los aspectos más destacados de este proyecto de conservación del espacio funerario, fue el nuevo registro de la lápida de Pakal II, mediante el Radar de Penetración, tecnología de punta con que cuenta el INAH. Esto permitió conocer si la losa presentaba fracturas o fisuras, u otras anomalías que significaran un riesgo durante las maniobras de retiro de las placas metálicas que la soportaban.
De acuerdo con el escaneo —por ondas electromagnéticas— dirigido por el doctor José Ortega Ramírez, del Laboratorio de Geofísica del INAH, fue posible concluir que la lápida —hecha en un solo bloque de roca sedimentaria, una calcarenita, cuyo espesor varía de los 24.5 cm a los 29 cm— no presentaba fracturas, pero su esquina noreste tiene una mayor concentración de humedad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario