Toño Aguilar.
Son las nueve de la mañana, el árbitro de Uzbekistán da el pitazo de arranque del partido inaugural de la copa del mundo de fútbol entre México y el anfitrión Sudafrica, la piel se enchina, las miradas de millones de aficionados están sobre los televisores.
Y es que quién iba a pensar que hace 80 años, cuando se celebró el primer mundial, México enfrentó a Francia y en esa ocasión solo unos mil aficionados lograron ver el partido, ahora, el balón que tocó el equipo mexicano y su rival, fue visto por millones en todo el mundo.
Al menos en Comitán, la afición futbolera demostró su pasión por el deporte de las patadas; justo a las nueve de la mañana, las calles lucían vacías, como si fuera temporada vacacional, “ya ni la influenza logró refugiar en sus hogares a tanta gente”.
Por momentos los gritos de filtran por las ventanas y puertas de las casas; es la selección mexicana la responsable, las jugadas cercanas a la portería de Sudafrica, ponían de nervios a toda la afición “cositía”.
México parece dominar el partido, pero aún falta lo que miles de personas esperan para gritar con euforia, el gol, pero no llega y la primera mitad del partido acaba.
Es la hora de desayunar, algunos corren por las tortillas o a la tienda para surtirse de botanas y seguir los comentarios de la primera mitad del inicio de la fiesta más importante del mundo.
Los 22 jugadores vuelvan a la cancha, una cancha que desde las pantallas de televisión, parece alfombra; Sudáfrica mueve primero el balón y parece estar más necesitado en anotar, y así fue, los anfitriones logran abrir el marcador; Shipiwe Tshbalala lanza un disparo “fulminante” contra la portería de México y anota.
El silencio en las calles comitecas se hizo mayor, de las casas no se escuchaba más que el ladrido de los perros, algunos aprovechan para dar un bocado a su desayuno, que no sabe igual que los anteriores.
Dos Santos pone a temblar la portería de los anfitriones sudafricanos, eso vuelve la emoción a la afición y los mismos jugadores, y al minutos 33 de la segunda mitad, Rafa Marquez anota el gol esperado por miles de mexicanos.
Los gritos y las emociones vuelven a salir por las ventanas y puertas de la afición comiteca, las sonrisas también llegan, el consuelo hace que el desayuno pase con un buen sabor, la esperanza de ganarle al anfitrión se llega a por lo menos, pensar.
Pero los minutos pasan y el árbitro de Uzbekistán vuelve a dar el pitazo profuso, el partido termina, el marcador no favorece a nadie, pero la emoción de haber visto un buen partido de futbol y convivir con los amigos y la familia, es algo que nadie discute.
Las calles de Comitán vuelven a tomar su color, será porque el mismo sol salió para regalar un buen día a los comitecos.
Por las calles caminan decenas de aficionados portando orgullosamente la playera de la selección mexicana, otros más prefirieron pintarse la cara, la emoción de disfrutar un mundial, les hizo olvidarse, al menos por 90 minutos, de los problemas económicos, de las campañas políticas, del trabajo, de la escuela, hasta de la propia salud, y eso, es algo que solo un mundial puede provocar.
Son las nueve de la mañana, el árbitro de Uzbekistán da el pitazo de arranque del partido inaugural de la copa del mundo de fútbol entre México y el anfitrión Sudafrica, la piel se enchina, las miradas de millones de aficionados están sobre los televisores.
Y es que quién iba a pensar que hace 80 años, cuando se celebró el primer mundial, México enfrentó a Francia y en esa ocasión solo unos mil aficionados lograron ver el partido, ahora, el balón que tocó el equipo mexicano y su rival, fue visto por millones en todo el mundo.
Al menos en Comitán, la afición futbolera demostró su pasión por el deporte de las patadas; justo a las nueve de la mañana, las calles lucían vacías, como si fuera temporada vacacional, “ya ni la influenza logró refugiar en sus hogares a tanta gente”.
Por momentos los gritos de filtran por las ventanas y puertas de las casas; es la selección mexicana la responsable, las jugadas cercanas a la portería de Sudafrica, ponían de nervios a toda la afición “cositía”.
México parece dominar el partido, pero aún falta lo que miles de personas esperan para gritar con euforia, el gol, pero no llega y la primera mitad del partido acaba.
Es la hora de desayunar, algunos corren por las tortillas o a la tienda para surtirse de botanas y seguir los comentarios de la primera mitad del inicio de la fiesta más importante del mundo.
Los 22 jugadores vuelvan a la cancha, una cancha que desde las pantallas de televisión, parece alfombra; Sudáfrica mueve primero el balón y parece estar más necesitado en anotar, y así fue, los anfitriones logran abrir el marcador; Shipiwe Tshbalala lanza un disparo “fulminante” contra la portería de México y anota.
El silencio en las calles comitecas se hizo mayor, de las casas no se escuchaba más que el ladrido de los perros, algunos aprovechan para dar un bocado a su desayuno, que no sabe igual que los anteriores.
Dos Santos pone a temblar la portería de los anfitriones sudafricanos, eso vuelve la emoción a la afición y los mismos jugadores, y al minutos 33 de la segunda mitad, Rafa Marquez anota el gol esperado por miles de mexicanos.
Los gritos y las emociones vuelven a salir por las ventanas y puertas de la afición comiteca, las sonrisas también llegan, el consuelo hace que el desayuno pase con un buen sabor, la esperanza de ganarle al anfitrión se llega a por lo menos, pensar.
Pero los minutos pasan y el árbitro de Uzbekistán vuelve a dar el pitazo profuso, el partido termina, el marcador no favorece a nadie, pero la emoción de haber visto un buen partido de futbol y convivir con los amigos y la familia, es algo que nadie discute.
Las calles de Comitán vuelven a tomar su color, será porque el mismo sol salió para regalar un buen día a los comitecos.
Por las calles caminan decenas de aficionados portando orgullosamente la playera de la selección mexicana, otros más prefirieron pintarse la cara, la emoción de disfrutar un mundial, les hizo olvidarse, al menos por 90 minutos, de los problemas económicos, de las campañas políticas, del trabajo, de la escuela, hasta de la propia salud, y eso, es algo que solo un mundial puede provocar.
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