+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas
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En Semana Santa, celebramos la Pasión de Jesucristo, que se actualiza en su Cuerpo, que es su Iglesia. En efecto, El y nosotros estamos sufriendo por los pecados internos, por las infidelidades y traiciones, por las incoherencias y dobles vidas, que duelen más porque son heridas y espinas que provienen de discípulos muy cercanos, en quienes Jesús y la comunidad habían depositado su confianza. Duelen y calan las burlas y los escupitajos de los enemigos, pero hacen sufrir más los pecados de Judas, de Pedro y demás apóstoles.
Esta pasión de la Iglesia es también provocada por quienes se solazan en sobredimensionar faltas reales y condenables, pero que además calumnian, sacan de contexto, malinterpretan y ofenden a toda la institución, para quitarle fuerza moral. Se empeñan en enlodar la figura del Papa, antes Juan Pablo, ahora Benedicto. Como nuestra Iglesia no cede y no aprueba sus criterios y conductas inconformes con el Evangelio, no le perdonan. ¡La quisieran desaparecer! Los adúlteros, homosexuales, libertinos, divorciados, abortistas, corruptos y laicistas, no toleran que no aplaudamos sus posturas. Medios informativos de capital judío ofenden cuanto pueden, para restar fuerza a la lucha de la Iglesia a favor del pueblo palestino, oprimido por judíos. No soportan se les critique.
JUZGAR
Pedro presume que no va a fallarle a Jesús; que está dispuesto incluso a ir con El hasta la muerte. Pero Jesús le hace ver su realidad: que lo va a negar tres veces. Y así sucedió. Pedro, el de las confianzas de Jesús, lo niega, lo desconoce. ¿Cuál es la actitud de Jesús? No lo condenó, sino que lo miró con amor, y este amor misericordioso transformó a Pedro, quien después fue en verdad fiel hasta dar la vida por Jesús. Nadie puede presumir de no tener pecado; mientras más avanzamos en años, somos conscientes de nuestras debilidades. Jesús nos comprende; no nos condena; nos mira con amor y nos transforma; no es conformista con lo que es desordenado y urge no volver a pecar. Eso es lo que debemos hacer con nuestros propios pecados y los de los demás. Jesús mismo nos pide no juzgar, para no ser juzgados; no condenar, para no ser condenados; perdonar, para ser perdonados. ¿Es esta nuestra actitud? Algunos sólo piden justicia y resarcimiento de daños, pero parecen más bien actuar así sólo por deseos de venganza, de desquite, de desprestigiar.
La liturgia de estos días nos presenta textos bíblicos que describen la pasión de Jesús y de su Iglesia: “El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro a los insultos y salivazos. Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido; por eso endurecí mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado” (Is 50,5-7). “Por ti he sufrido injurias y la vergüenza cubre mi semblante. La afrenta me destroza el corazón y desfallezco; espero compasión y no la hallo; busco quien me consuele y no lo encuentro. En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre… Pero el Señor jamás desoye al pobre” (Salmo 69).
Dice San Pablo: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por ustedes, y completo en mi carne lo que le falta a las tribulaciones de Cristo, a favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24).
ACTUAR
Quienes somos esta Iglesia, Cuerpo de Cristo, pidamos perdón a Dios y a quienes hayamos ofendido o causado daño; debemos reconocer humildemente los errores, arrepentirnos de corazón y no volver a pecar. Pero también asumir las persecuciones, las calumnias, las ofensas, las burlas, las caricaturas y los desprecios que nos llegan por ser de Cristo, por vivir conforme a su Evangelio. Si sufrimos por El, no por nuestras faltas, hasta hemos de alegrarnos de esos ataques, viendo en ellos una oportunidad de compartir la cruz redentora de Cristo. Sufriendo por El y con El, colaboramos en la salvación de aquellos mismos que nos ofenden. No huyamos ante la tribulación, sino permanezcamos como María, Juan y otras mujeres: de pie y firmes ante la cruz. ¡Vendrá la resurrección!
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