José Luis Castillejos
En Chiapas, tierra del olvido oficial, hasta morirse cuesta caro. Hay un panorama desolador tanto en lo económico como en lo político y la lumbre ya está llegando a los aparejos. La agricultura, sostén de la economía regional, está deprimida. La otrora región del Soconusco, soyera, ganadera y cafetalera hoy es casi una caricatura, una estela fantasmal en el recuerdo.
Aunque la globalización va hacia la estandarización de la sociedad mundial, aquí lo único que se globaliza es la pobreza debido a que cada vez son más las personas que se incorporan a ese punto crítico del que los gobernantes prefieren no hablar.
Las inversiones extranjeras, que en otras partes del país mueven la economía y generan competencia, al Soconusco y al resto de Chiapas no llega. No es que no exista seguridad jurídica sino que falta voluntad política para fomentarlas, crear infraestructura y dar incentivos en la denominada zona franca de cuyos beneficios pocos conocen.
El desarrollo del sistema agroindustrial es casi nulo y si acaso en algunas fincas del Soconusco hay un incipiente desarrollo en esa materia. Ningún plan modernizador existe para impulsar el cultivo del café, en paralelo, al desarrollo de las comunidades campesinas y al mejoramiento del nivel de vida de los jornaleros agrícolas guatemaltecos que año con año viajan por la sierra hasta recalar en Chiapas para el levantamiento del aromático grano.
El gobierno mexicano exige para sus nacionales –jornaleros agrícolas- respeto a su derecho laboral, prestaciones sociales, oportunidades y acceso a la educación y que se les regularice su situación migratoria. Pero, ¿y los pizcadores guatemaltecos que trabajan en las fincas del Soconusco?. A estos los zancudos, las chinches les succionen la sangre y desfallezcan en la insalubridad y que duerman como siempre en barracas en fincas de algunos señores de “horca y cuchillo” que no han querido sujetarse a las leyes del trabajo y del Seguro Social para garantizarles un mejor nivel de vida a aquellos que años tras años vienen a hacer el trabajo que los mexicanos no desean llevar a cabo. Se parece esto en algo a lo que les pasa a los mexicanos en Estados Unidos. Ni más ni menos.
Para exigir buen trato para los jornaleros mexicanos al gobierno norteamericano hay que predicar en el sur mexicano con el ejemplo. Detrás de la humeante tasa de café del Soconusco que se degusta en Alemania, Estados Unidos, entre otros países, puede haber decenas de historias inciertas, de personas que viven casi en la mendicidad en la tierra donde recogen el cafeto: en el Soconusco.
De esa forma, la pobreza se globaliza en un sistema económico neoliberal que se ha distinguido por crear injusticia y desigualdad. Impone su modelo económico, político, social y cultural a millones de seres humanos y a aquéllos a quienes no considera introducir en su reparto pretende eliminarlos y de entre estos marginados se encuentran los indígenas, aquéllos que se rebelan y se resisten.
Los excluidos de la “modernidad”, los agricultores menores, en pequeño, que junto con las comunidades indígenas se dedican al cultivo del café desarrollan su trabajo dentro de la problemática del precio internacional del café, el otrora exitoso producto, en la actualidad no les da para comer en tanto que las comercializadoras y tostadoras son cada vez mas ricas.
María Juana Correa Luna, investigadora de temas de equidad social y equidad de género en México recordó que Oxfam Internacional cuestiona la supuesta crisis ya que las grandes comercializadoras reportan enormes cantidades de ganancias en tanto que los productores viven en una inmensa pobreza.
Los precios bajos han llevado a los agricultores a un estado de pobreza y no alcanzan a cubrir sus necesidades básicas, es por ello que optan por vender sus tierras o migran a otros lugares en busca de una mejor oportunidad, lo que provoca una reacción en cadena.
Esta crisis del precio del café ha golpeado severamente a las comunidades y pueblos así como a los grupos familiares sin importar género ni edad. En México la producción cafetalera se encuentra principalmente en los 280,000 campesinos indígenas que lo producen; la economía del país no depende de este producto pero sí las familias y comunidades que lo producen y que se encuentran principalmente en Oaxaca, Veracruz, Chiapas y Puebla.
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