viernes, abril 30, 2010

MINIFALDAS

Arcadio Acevedo

DEDICATORIA CORDIAL

A las voces fuertes de Chiapas, alas que producen eco y hechos memorables, porque les salgan alas y pronto le lleven a Manuel las buenas nuevas.

DESHOJANDO LA MARGARITA

A la reciente plaga de langostas corruptas, voraces, nepóticas, tramposas, ineficaces e ineficientes que se abatieron sobre la Dirección General del Cobach, tus peripecias no les importan, Manuel, aunque valgas tú solo por una docena de ellas. Ellas gustan de atizar el fogón con leña ajena.



LA TRISTE HISTORIA DEL CÁNDIDO MANUEL Y LA BUROCRACIA COBACHENSE DESALMADA (SEGUNDA PARTE)

Dijimos ayer: Siguiendo instrucciones de la Dirección General del Colegio de Bachilleres (Cobach), a fines de 2009, cámara en ristre, viajamos al rancho El Laurel, municipio de la Trinitaria, Chiapas, frontera con Guatemala. La orden, registrar en el video un día en la extraordinaria vida de Manuel Vázquez, un cobachense de cuyas capacidades se afirmaban cosas extraordinarias.



A partir de Comitán, Lourdes Corzo y el profesor Alfonso Hernández, director del Cobach 129 (Las Delicias) donde estudia Manuel, culpables de que la vida del muchacho hubiese saltado las trancas de su terruño, fueron nuestros guías.



Después de varias horas de pésimas carreteras y pedregosos caminos de herradura, entrada la noche llegamos a la casa de la familia Vázquez Vázquez. Tras las presentaciones de rigor, la cámara como testigo, charlamos con los cuatro miembros del clan: Edmundo, papá; María de los Ángeles, mamá; Manuel, el primogénito y Lupita.



Manuel, ya lo dijimos, nació sin brazos. Ni siquiera tiene muñones, lo cual dificulta la adaptación y el manejo de prótesis: “La verdad no esperaba un hijo así, pero a través del tiempo, platicando con mi mujer ella era lo que me daba valor y me decía que no lo íbamos a esconder. Cuando era bebé lo llevábamos a una reunión destapadito para que no dijera la gente que lo escondíamos porque teníamos vergüenza, no”, platica don Edmundo.



VOLAR ALTO SIN ALAS

Interlocutor o escucha, Manuel nunca para de sonreír. A todos nos habla de tú con la mirada, a la par. Es un muchacho consciente de sus alcances. De su valía. Se sabe diferente pero no lo acompleja la diferencia. Su diferencia no es losa sino incentivo. Recuerda, sin embargo, que nunca han faltado estúpidos empeñados en discriminarlo:



“Cuando era yo chiquito no tenía fuerza para permanecer de pie y me caía seguido. Andaba yo todo raspado. Me acuerdo de todo, de mis propios compañeros de primaria que se burlaban de mí; me acuerdo de los maestros que me han rechazado, de todo me acuerdo. Una maestra de primaria me quería obligar a escribir en el pizarrón, no quería razonar que yo no podía escribir tan alto. Mi mamá la puso en su lugar. Luego vinieron nuevos maestros y con ellos salí adelante”, dice Manuel orgulloso, sin resabios.



Concluida la amena, aleccionadora, prolongada charla, la familia nos invitó a su mesa. Mesa de madera, mantel plastificado, servilleteros rojos de plástico. Nos agasajaron con un exquisito pollo con mole, arroz y quesadillas. La salsa mejor no es el hambre sino la sencillez y el buen corazón de los anfitriones, nos enseñaron.



Para pasar la noche, la familia Vásquez Vázquez nos ofreció su vivienda. Ellos tuvieron que alojarse, por una noche, en casa de un pariente. En la sobremesa acordamos acompañar a Manuel, al día siguiente, en su rutina diaria.



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