sábado, agosto 01, 2009

Pan de vida

XVIII Domingo Ordinario

+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas

En aquel tiempo, cuando la gente vio que en aquella parte del lago no estaban Jesús ni sus discípulos, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm para buscar a Jesús.

Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo llegaste acá?” Jesús les contestó: “Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto señales milagrosas, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse. No trabajen por ese alimento que se acaba sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre; porque a éste, el Padre Dios lo ha marcado con su sello”.

Ellos le dijeron: “¿Qué necesitamos para llevar a cabo las obras de Dios?” Respondió Jesús: “La obra de Dios consiste en que crean en aquel a quien él ha enviado”. Entonces la gente le preguntó a Jesús: “¿Qué señal vas a realizar tú, para que la veamos y podamos creerte? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo”.

Jesús les respondió: “Yo les aseguro: No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo”.

Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les contestó: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre y el que crea en mí nunca tendrá sed”. (Juan 6, 24-35)

Sangre que da vida
Apenas nos íbamos conformando el grupo de estudiantes y nos conocíamos muy poco. Uno de ellos, brasileño, enfermó gravemente y fue trasladado al hospital. Pronto nos avisaron que urgía una transfusión de sangre y se requerían donadores. No fue difícil encontrar varios compañeros que con gusto se ofrecieron y se obtuvo la sangre necesaria. Pasaron algunos días de incertidumbre, pero poco a poco el hermano se fue recuperando y a las pocas semanas se unía nuevamente a nuestro grupo. El primer encuentro fue muy emotivo. “Vivo gracias a ustedes. Llevo en mis venas su sangre, su vida”, nos decía emocionado y no encontraba la forma de darnos las gracias, nos abrazaba, nos miraba detenidamente y se deshacía en elogios a los que habían dado “su sangre” por él, que apenas lo conocíamos. “Sin su sangre yo estaría muerto. Si he podido regresar es gracias a ustedes”.

Motivos de búsqueda
Es muy comprensible el inicio de este pasaje evangélico. Si Jesús ha dado de comer a miles de personas, lo más natural es que ahora lo quieran seguir a todos lados. Alguien hablaría de populismo, dar al pueblo pan y circo, hacerlo que se olvide de sus problemas y alimentar su estómago. Jesús no acepta esta búsqueda interesada, sino exige una búsqueda más comprometida y seria. Les hace ver lo equivocado de su actitud y al escuchar la pregunta: “¿Qué obras debemos hacer?”, continuando en el plano de lo exterior y de lo superficial, Cristo los invita a una nueva relación y una nueva forma de vivir. No es sólo lo exterior, implica un cambio profundo en lo interior. Les pide una única obra: “creer en él” y les hace ver que no basta encontrar solución a la necesidad material, sino que hay que aspirar a la plenitud humana, y esto requiere la colaboración de ellos. Los invita a trabajar por conseguir el alimento que no acaba, que permanece, el que da la vida sin término, dándole su adhesión a él como enviado de Dios. Es elevar más allá la mirada. Estamos tan absortos y necesitados del pan material que nos ahogamos en la angustia de cada día. “Trabajamos para comer y comemos para poder trabajar”.

No el alimento que perece
Quizás a algunos les parezca escandalosa la propuesta de Jesús, pero desde los signos que nos ofrece al hacer el milagro, nos hace entender que el pan que sacia el hambre, debe ir acompañado también del reconocimiento de la dignidad de cada hombre y de cada pueblo. Nadie tiene derecho a utilizar el hambre como arma para controlar la voluntad de una persona o de un pueblo. Saciar el hambre, progresar solamente en el aspecto económico y tecnológico, no basta para dar al hombre su verdadero puesto en la creación. Con frecuencia el progreso va unido a nuevas formas de esclavitud y explotación que atan y deshumanizan a la persona. Es urgente buscar caminos que acaben con el hambre pero no basta, se requieren nuevas formas de acercar a la mesa a los hermanos en unidad y fraternidad, compartiendo y construyendo un mundo donde los individuos y los pueblos alcancen un desarrollo integral y pleno. Cristo propone una nueva visión de la persona que incluye su realización plena: “No busquen el alimento que perece”. La persona requiere además del alimento su reconocimiento, su realización y su integración en la comunidad. Requiere también esa vida en plenitud con Dios donde encuentra sentido su existencia.

Pan de vida
No sé si haya una integración más plena entre dos cuerpos que la que proporciona el alimento. El pan que nos alimenta se convierte en nuestra sangre, en nuestros miembros, en nuestra carne y no podemos decir “aquí tengo un trozo de pan que comí en la mañana” sino que se transforma en nosotros mismos, en nuestros miembros. El aparato digestivo descompone y trabaja los elementos de la tortilla, el frijol o el pan que comemos y da vida y fortaleza a nuestro cuerpo. Cristo ha escogido el pan como signo de su presencia y de su integración a cada uno de nosotros. El pan tan común en su cultura, tan insignificante y tan indispensable. Compuesto de pequeños granos triturados, descompuesto para dar vida, sostiene a la persona y le da energía para su trabajo. Llega a ser parte de la misma persona y así se transforma en vida al morir. Cristo ha escogido este signo y se hace para nosotros pan de vida. Se une a nosotros, pasa desapercibido y se convierte en parte nuestra, o, quizás sea mejor decir, nos convierte en parte suya para seguir dando vida. Quizás no hemos reflexionado profundamente en toda esta transformación y no hemos dado gracias suficientes por este regalo de Jesús que se quiere quedar tan dentro de nosotros hasta formar parte de nosotros mismos, hacerse cuerpo nuestro, hacernos cuerpo suyo.

Creen en Él
Creer en esta presencia, creer en Él, es la exigencia que este día nos presenta. Si tomáramos en serio este signo, cómo cambiaría nuestra vida en cada comunión. Nos unimos a Cristo, Él se une a nosotros, y así también nos unimos a todos los hermanos. Es una verdadera comunión que nos deberá llevar a consecuencias muy coherentes en la vida diaria. No tendremos derecho a vivir una vida adormilada e indiferente, sino la tendremos que vivir en plenitud y unidos a Jesús. No podremos vivir una vida individualista y comodina, sino compartida y comprometida con cada uno de los hermanos a los que nos ha unido Jesús. Es la única obra que nos pide Jesús: “creer en Él”, pero creerlo en serio y de verdad; una fe que lleva a las obras, una fe que no se queda en simples deseos, sino que se transforma en acción y en entrega.

¿Cómo es nuestra fe en Jesús? ¿Qué significa para mí que se haya hecho pan, que entre a alimentarme, que me dé fuerzas y me sostenga? ¿Cómo vivo la comunión con Él y con los hermanos? ¿A qué compromisos sociales y evangelizadores me impulsa la Eucaristía así vivida?

Señor, tú eres el pan de vida, formado de múltiples granos, entregado y triturado para darnos vida, concédenos creer en ti, en tu Eucaristía y entrega para vivir plenamente en comunión contigo y con los hermanos. Amén.


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