sábado, agosto 22, 2009

Momento de decidirse

XXI Domingo Ordinario

+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Al oír sus palabras muchos discípulos de Jesús dijeron: “Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?”

Dándose cuenta Jesús de que sus discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto los escandaliza? ¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida, y a pesar de esto, algunos de ustedes no creen”. (En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo habría de traicionar). Después añadió: “Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”.

Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También ustedes quieren dejarme?” Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. (Jn 6, 55. 60-69).

De cara al sol
Mariana y Paty, dos jovencitas novicias, se quedan contemplando “las dormilonas” que adornan el jardín del convento. Les sorprende que durante la noche y las madrugadas sus florecillas están “cerradas”, pero apenas aparece el sol, despliegan sus vistosos colores y muestran toda su belleza. “Yo quisiera ser como una de ellas: sólo dirigirme siempre hacia donde está Dios, abrirme sólo para Él y no voltear a ninguna otra parte”, dice una de ellas. Quizás por llevar un poco la contraria, la otra le responde: “Es cierto, pero está bien plantada en el suelo, y necesita nutrirse de la tierra y del agua”. “Sí, pero se levanta desde el suelo y sabe a dónde dirigirse. Yo no quiero perder nunca el rumbo”. Son pláticas de novicias ilusionadas, embelesadas en sus sueños, pero que, sin pensarlo, están descubriendo toda una propuesta de vida, siguiendo el ejemplo de las “dormilonas”: tener bien fija la mirada y los objetivos en Cristo Jesús, sin olvidarse del lugar donde se encuentran plantadas.

Crisis
Las palabras de Jesús provocan una grave crisis entre sus seguidores y discípulos. Las multitudes se alejan bruscamente de él porque ha interrumpido sus sueños de grandeza cimentados en fórmulas materiales, económicas y militares. Hasta en sus más cercanos discípulos aparecen rostros llenos de dudas y contradicciones: “Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?” Y también para nosotros puede parecer un modo intolerable, demasiado radical, porque nosotros ya nos hemos hecho a un estilo de vivir y de comportarnos, un modo seguro. Nos acostumbramos a vivir una religión adaptada a nuestros gustos, dulcificada y aligerada. Pero las palabras de Jesús son explosivas e inquietantes. Comer su carne y beber su sangre no implica ciertamente una especie de antropofagia, sino una forma de creer y de dar vida. Una forma de entregarse completamente al estilo de Jesús que hace una contraposición entre la carne y el espíritu. Y no se refiere ciertamente a la división que nosotros acostumbramos a hacer de cuerpo y alma, sino a dos formas de mirar y entender la vida: desde el interior, desde el espíritu, o bien desde lo material, desde el poder, desde lo exterior.

Una decisión vital
Cuando miramos así la radicalidad del Evangelio y la propuesta de Jesús, muchos cristianos se cuestionan si valdrá la pena seguir a Jesús. No se trata de un punto en especial, sino de entregar la vida completa. No es solamente una duda sobre una verdad o una actitud, lo que realmente les preocupa es algo fundamental: ¿Por qué debo orientar toda mi vida siguiendo esos ideales de Jesús? ¿Por qué todos mis anhelos de felicidad, de gozo y de posesión, se deben limitar a sus bienaventuranzas? ¿Por qué superar mis deseos de autoestima y búsqueda de bienestar personal, para entregarme a su forma de servir y a su forma de vivir? Pero en realidad estas preguntas interiores nos las hace el mismo Jesús y espera que le respondamos: “¿También ustedes quieren dejarme?”. No se excusa por sus exigencias, no dice que lo hemos entendido mal, sino que nos lo propone claramente y espera una respuesta decisiva y clara de cada uno de nosotros. Aunque nosotros tratemos de disimularlo y seguirlo tibiamente, su pregunta debe ser inquietante y la debemos responder claramente, no sólo con las palabras, sino sobre todo con las obras. No se puede decir que lo seguimos y que escuchamos su palabra, si después obramos en su contra, si convivimos con la injusticia y la mentira, si no somos capaces de perdonar, si ponemos por encima de la verdad nuestros propios intereses.

“Señor, ¿a quién iremos?”
Quienes alguna vez nos hemos equivocado, quienes hemos vivido en el error, quienes nos hemos extraviado buscando la felicidad en el placer, en el poder o el dinero, podemos decirle a Jesús: “Señor, ¿a quién iremos?”, porque regresamos desahuciados de aquellas quimeras. Hemos buscado en muchos lugares que nos prometían felicidad y al final nos hemos encontrado con las manos vacías y con el corazón agrietado. Por eso hoy, reconociendo nuestros errores, le podremos decir que ya nos hemos equivocado muchas veces y que “sólo El tiene palabras de vida eterna”. Queremos optar por Jesús, queremos poner los ojos fijos en él y caminar a su lado. Estamos dispuestos a dejar de lado aquellas seducciones y seguir su camino. Es cierto hay muchas cosas que nos costarán trabajo porque estamos acostumbrados a nuestras comodidades y arreglos, pero esto no nos trae la verdadera felicidad.

¿A quién seguir?
Después de escuchar el evangelio, necesitamos hacer una verdadera elección. Así como el discurso de Josué (en la primera lectura) provoca una decisión: “Si no les agrada servir al Señor, digan a quién quieren servir”. Hoy, se trata de tomar una posición clara y evitar ambigüedades. No se puede servir a dos señores y hay que tomar bando: o se está por el Dios de la vida, o bien se quiere seguir a los otros dioses, los ídolos y hoy hay muchos ídolos que nos seducen y atraen. Se disfrazan de “dioses buenos” pero llevan a la muerte: el poder, el placer, el dinero, el bienestar, la superación, etc. Destruyen la comunidad y acaban con los pequeños; en fin, se oponen al Dios de la vida. Hoy nos parece dura la palabra de Jesús, pero debemos dejar que nos cuestione, que nos interrogue y descubrir qué quiere Dios de mí, qué piensa de mí, cómo me mira Jesús.


Dios nuestro, tú que puedes darnos un mismo querer y un mismo sentir, concédenos a todos amar lo que nos mandas y anhelar lo que nos prometes, para que, en medio de las preocupaciones de esta vida, pueda encontrar nuestro corazón la felicidad verdadera. Amén.



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