sábado, abril 18, 2009

Una llaga que da vida

II Domingo de Pascua

+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas

Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.

De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.

Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.

Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.

Otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre. (Jn 20, 19-31).

Ojos que no ven…
Al quemarse unas miserables chozas de la orilla de la ciudad, un grupo de personas de la parroquia organizaron una colecta de víveres, utensilios, ropa y dinero para ayudar a aquellos hermanos en tan grave necesidad. La mayoría entregaban lo colectado pero algunos preferían ir a entregarlo personalmente y ver que fuera efectivamente para los damnificados. Se presentó un grupo de señoras que había colectado bastantes cosas y al preguntarles si querían ellas mismas llevarlas al lugar, me sorprendieron con la respuesta: “Con mucho gusto hemos juntado lo que pudimos, pero preferimos que alguien lo lleve. Es muy doloroso ver la situación en que viven estas personas y después quedamos como en shock por algunos días. Así que mejor alguien que haga el favor de entregarla” Me quedé pensando que quizás tenían razón: siempre la pobreza, las llagas de la sociedad, el dolor y los rostros de los que sufren, alteran las buenas conciencias y nos ponen en crisis. ¿Por eso mostraría Cristo sus llagas?


Transformación
Este día tenemos uno de los evangelios más bellos y conmovedores y no tanto por la situación simpática o anecdótica del incrédulo Tomás, que también tiene mucho que enseñarnos, sino porque en unos cuantos instantes se cambia toda la perspectiva y situación de los discípulos. Se encontraban en la oscuridad, al anochecer, encerrados, con miedo y con incredulidad. Al presentarse Jesús, como si un escenario se llenara de luz, todo pasa a ser iluminación, alegría, paz y nueva misión para perdonar los pecados. Termina este escenario con la afirmación: “para que creyendo, tengan vida en su nombre”, que nos manifiesta la verdadera finalidad de toda la misión de Jesús. Todo cambia con la presencia de Jesús resucitado. Los que nos decimos creyentes con frecuencia vivimos la misma situación que los discípulos, estamos inmersos en la vieja creación; no hemos visto ni experimentado al resucitado; comunidades vacías, huecas, ocultas, replegadas en sí mismas como si Cristo no hubiera resucitado. Pero la presencia de Jesús lo cambia todo si nos permitimos experimentarlo, tocarlo y dejarnos tocar por su luz.

Shalom
De capital importancia resulta el saludo de Jesús que insiste hasta por tres veces: “La paz esté con ustedes” y no como algo externo, porque las insidias y las dificultades de parte de los judíos seguirán, es más, cada día se agravarán. Jesús ofrece la verdadera paz, la paz interior, la paz que es armonía con el propio corazón. Es curioso que en algunos de los idiomas mayas para expresar una intranquilidad o una inquietud se dice que se camina “con doble corazón”, porque no es encuentra la paz. Paz es la verdadera unidad tanto interior como exterior. Podemos decir que para los primeros discípulos, la resurrección fue una experiencia que los llenó de paz. Hoy la palabra paz con dificultad significa ausencia de guerra, cese de hechos violentos. Pero para los israelitas paz o “shalom” designa la armonía del ser humano consigo mismo y con los demás, con la naturaleza y con Dios. Es tener la vida en plenitud y para todos, en la convivencia, en el respeto y en la justicia.

Paz y heridas
La paz que Jesús ofrece y que pide construir no es la paz superficial de quien no quiere meterse en problemas y prefiere “no ver” u “ocultar” las heridas, las dificultades y los problemas, como si esto pudiera solucionarlo. Pero bien sabemos que una herida que no se cura, se encona y se pudre. Quizás por eso Cristo hoy antes de enviar a sus discípulos les muestra las heridas y quizás por eso también San Juan nos insiste en la terquedad de Tomás, para hacernos ver muy claramente que el resucitado es el mismo que fue crucificado y al revés que el crucificado ha resucitado. El triunfo no ha llegado sin pasar por el dolor, pero tampoco la cruz ha terminado en el fracaso. Ha sido un camino de entrega que hace posible el triunfo sobre la muerte y el egoísmo. Ahora también quiere Jesús que sus discípulos den vida y por eso les envía su Espíritu que los capacita y los anima.

Sanar heridas
Tocar la llaga de los demás, mirar la llaga de Jesús en cada uno de los hermanos, es camino de conversión. Sentir el dolor de los hermanos y asumirlo como propio, compartirlo, es camino para encontrarse con el Resucitado. Rehuir al dolor, no querer asumirlo, esconder nuestras llagas y no querer curarlas, no nos lleva a la sanación. En cambio manifestar la herida, buscar la sanación, es camino de restauración. Este día también de un modo especial se celebra a Cristo como Señor de la Misericordia, a Él acudiremos manifestando todos nuestros dolores y todas nuestras heridas, infectadas y podridas, sólo Él puede sanarlas. El perdón ofrecido y el perdón otorgado nos llevan a una verdadera misericordia y reconciliación. Así lo ha hecho Jesús, ningún reproche a los abandonos y negaciones, solamente amnistía y salvación. Es la misión de la Iglesia, de cada uno de nosotros como Iglesia: perdonar y reconciliar.

¿Hemos dejando atrás nuestros miedos y temores al contemplar a Cristo resucitado? ¿Qué estamos haciendo para sanar nuestro mundo de las heridas del odio, de la venganza? ¿Somos capaces de perdonar y perdonarnos? ¿Cómo asumimos y sanamos las propias heridas? ¿Qué hacemos para construir la verdadera paz?

Dios de eterna misericordia, que reavivas la fe de tu pueblo con la celebración anual de las fiestas pascuales, aumenta en nosotros tu gracia, para que comprendamos a fondo la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del Espíritu que nos da dado una vida nueva y de la Sangre que nos ha redimido. Amén.


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