+ Felipe Arizmendi Esquivel
http://www.diocesisancristobal.com.mx
VER
Con ocasión de la muerte de Juan Camilo Mouriño, Secretario de Gobernación, y de otros que lo acompañaban en el avión, así como de quienes fueron arrollados en tierra, se desataron toda clase de hipótesis y sospechas para explicar las causas. A pesar de que, hasta el momento, las investigaciones sólo indican que fue un lamentable accidente, muchas personas no le creen al Gobierno esta versión y emiten sus propias elucubraciones, por la misma desconfianza que tienen hacia toda autoridad constituida.
Esto mismo pasa en muchos otros campos de la vida. Quienes se consideran muy enterados de la realidad y que se las saben de todas todas, nada bueno encuentran en las instituciones y en sus autoridades. De todo sospechan; de todo desconfían; a todo le encuentran segundas y terceras intenciones. Aunque un programa, una iniciativa, o una propuesta, tengan la mejor inspiración, obsesivamente descalifican todo cuanto no provenga de ellos mismos. En nuestras instancias eclesiales, no estamos exentos de este fenómeno, que desgasta y divide, duele y desanima.
JUZGAR
Es obvio que no podemos ser ingenuos, como si todo lo que dicen las autoridades gubernamentales fuera cien por ciento verdad y transparencia. Mucha publicidad es engañosa y parcial. Debemos aprender a ser críticos, a analizar quién, por qué, cómo y para qué se dicen y se hacen las cosas. La experiencia histórica nos hace desconfiar, pues muchas veces se nos ha engañado, o se nos han dicho sólo medias verdades. Hemos de preguntarnos qué hay detrás de cada declaración, de cada programa, de cada iniciativa; pero no podemos calificar como falso y mal interesado todo cuanto se hace y dice.
Jesús nos ha dicho: “No juzguen y no serán juzgados; porque así como juzguen los juzgarán y con la medida que midan los medirán. ¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no te das cuenta de la viga que tienes en el tuyo? ¿Con qué cara le dices a tu hermano: ‘Déjame quitarte la paja que llevas en el ojo’, cuando tú llevas una viga en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga que tienes en el ojo, y luego podrás ver bien para sacarle a tu hermano la paja que lleva en el suyo” (Mt 7,1-5).
No podemos emitir juicios tan categóricos sobre lo que dicen o hacen los demás, porque no somos dioses para saber todo; no tenemos muchos elementos de información sobre la realidad de las cosas, que siempre es multifacética. Toda persona y todo acontecimiento tienen múltiples puntos de vista; y el nuestro, es sólo uno de tantos, que no podemos absolutizar como si fuera el único valedero. ¿Por qué presuponer siempre intenciones perversas en cuanto la autoridad, o los otros, dicen y hacen? ¿Por qué creernos tan listos, para sistemáticamente descalificarlos? ¿No será que venimos arrastrando desde la infancia una serie de rechazos paternos, y que son nuestros ojos los turbios, más que turbia la realidad y turbios los demás?
También dice Jesús: “Tus ojos son la luz de tu cuerpo; de manera que, si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo tendrá luz. Pero si tus ojos están enfermos, todo tu cuerpo tendrá oscuridad. Y si lo que en ti debería ser luz, no es más que oscuridad, ¡qué negra no será tu propia oscuridad!” (Mt 6,22-23).
ACTUAR
Jesús nos señala un camino muy sencillo, y a la vez muy sabio: “Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. En esto se resumen la ley y los profetas” (Mt 7,12). ¿A ti no te gustaría que todo te lo malinterpretaran? ¿Que de cualquier cosa que tú dices, haces o propones, desconfiaran? ¿Que te inventen y te atribuyan intenciones que ni en sueños has tenido? Pues no lo hagas a los demás. ¡Vieras cuánto se sufre y cuan solo se siente uno, cuando por todas partes sospechan de ti, desconfían de ti, te malinterpretan!
Sin embargo, Jesús también nos enseña a ser listos y no dejarnos engañar: “Cuidado con los falsos profetas. Se acercan a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Todo árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da frutos malos” (Mt 7,15-17). ¿Qué clase de árbol eres tú?
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Con ocasión de la muerte de Juan Camilo Mouriño, Secretario de Gobernación, y de otros que lo acompañaban en el avión, así como de quienes fueron arrollados en tierra, se desataron toda clase de hipótesis y sospechas para explicar las causas. A pesar de que, hasta el momento, las investigaciones sólo indican que fue un lamentable accidente, muchas personas no le creen al Gobierno esta versión y emiten sus propias elucubraciones, por la misma desconfianza que tienen hacia toda autoridad constituida.
Esto mismo pasa en muchos otros campos de la vida. Quienes se consideran muy enterados de la realidad y que se las saben de todas todas, nada bueno encuentran en las instituciones y en sus autoridades. De todo sospechan; de todo desconfían; a todo le encuentran segundas y terceras intenciones. Aunque un programa, una iniciativa, o una propuesta, tengan la mejor inspiración, obsesivamente descalifican todo cuanto no provenga de ellos mismos. En nuestras instancias eclesiales, no estamos exentos de este fenómeno, que desgasta y divide, duele y desanima.
JUZGAR
Es obvio que no podemos ser ingenuos, como si todo lo que dicen las autoridades gubernamentales fuera cien por ciento verdad y transparencia. Mucha publicidad es engañosa y parcial. Debemos aprender a ser críticos, a analizar quién, por qué, cómo y para qué se dicen y se hacen las cosas. La experiencia histórica nos hace desconfiar, pues muchas veces se nos ha engañado, o se nos han dicho sólo medias verdades. Hemos de preguntarnos qué hay detrás de cada declaración, de cada programa, de cada iniciativa; pero no podemos calificar como falso y mal interesado todo cuanto se hace y dice.
Jesús nos ha dicho: “No juzguen y no serán juzgados; porque así como juzguen los juzgarán y con la medida que midan los medirán. ¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no te das cuenta de la viga que tienes en el tuyo? ¿Con qué cara le dices a tu hermano: ‘Déjame quitarte la paja que llevas en el ojo’, cuando tú llevas una viga en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga que tienes en el ojo, y luego podrás ver bien para sacarle a tu hermano la paja que lleva en el suyo” (Mt 7,1-5).
No podemos emitir juicios tan categóricos sobre lo que dicen o hacen los demás, porque no somos dioses para saber todo; no tenemos muchos elementos de información sobre la realidad de las cosas, que siempre es multifacética. Toda persona y todo acontecimiento tienen múltiples puntos de vista; y el nuestro, es sólo uno de tantos, que no podemos absolutizar como si fuera el único valedero. ¿Por qué presuponer siempre intenciones perversas en cuanto la autoridad, o los otros, dicen y hacen? ¿Por qué creernos tan listos, para sistemáticamente descalificarlos? ¿No será que venimos arrastrando desde la infancia una serie de rechazos paternos, y que son nuestros ojos los turbios, más que turbia la realidad y turbios los demás?
También dice Jesús: “Tus ojos son la luz de tu cuerpo; de manera que, si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo tendrá luz. Pero si tus ojos están enfermos, todo tu cuerpo tendrá oscuridad. Y si lo que en ti debería ser luz, no es más que oscuridad, ¡qué negra no será tu propia oscuridad!” (Mt 6,22-23).
ACTUAR
Jesús nos señala un camino muy sencillo, y a la vez muy sabio: “Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. En esto se resumen la ley y los profetas” (Mt 7,12). ¿A ti no te gustaría que todo te lo malinterpretaran? ¿Que de cualquier cosa que tú dices, haces o propones, desconfiaran? ¿Que te inventen y te atribuyan intenciones que ni en sueños has tenido? Pues no lo hagas a los demás. ¡Vieras cuánto se sufre y cuan solo se siente uno, cuando por todas partes sospechan de ti, desconfían de ti, te malinterpretan!
Sin embargo, Jesús también nos enseña a ser listos y no dejarnos engañar: “Cuidado con los falsos profetas. Se acercan a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Todo árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da frutos malos” (Mt 7,15-17). ¿Qué clase de árbol eres tú?
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