martes, noviembre 04, 2008

La esperanza traicionada

Desde Los Altos

Vértice

La esperanza traicionada

“El brillo excesivo ciega a quienes viven en la penumbra de la mediocridad”, Carlos Fuentes, La silla del águila.

Pablo Salazar llegó a la gubernatura de Chiapas inflado por la popularidad de los medios. Era un adalid en el “desmoronamiento” del viejo régimen: el de la “dictablanda”, que había perdurado durante más de 75 años. El triunfo de Vicente Fox era el inicio, y Pablo Salazar encarnaba la segunda pieza. El “Glasnot” por fin había llegado a México, y en Chiapas se anunciaba una especie de “revolución” sin fusiles, aterciopelada, como la que encabezó Alexander Dubcek en la República Checa, o acaso más virulenta, como la que pregonaba Hugo Chávez en Venezuela.

Pablo Salazar Mendiguchía era la “cuña del mismo palo”; el que domesticaría la rebelión indígena, la revuelta armada liderada por “Marcos”.

Y vaya que lo logró, como él mismo se ufana, lo luce como el Mariscal una medalla: “Garantizamos al gobierno federal, al presidente Vicente Fox, que habría estabilidad en Chiapas, y hay armonía y hay paz social”. Son sus propias palabras en una entrevista con Canal 10, hace pocos días.

“Marcos” lo patentizó por escrito: “

Esa y no otra ha sido su premisa, su mejor moneda a la complacencia del centro. Los 15 minutos de Fox no era puro eufemismo. Pablo Salazar acalló la voz de los fusiles, desarmó a los alzados, les quitó la palabra, que era lo único que tenían.



2

El ascenso de Salazar Mendiguchía fue vertiginoso. Cómo olvidarlo: El 24 de agosto de 1999, el Partido Convergencia por la Democracia (CD) y el Partido del Centro Democrático (PCD) anunciaron su candidatura. El 2 de octubre el Partido del Trabajo (PT) la hizo suya, y el 30 de octubre el Partido de la Revolución Democrática (PRD). El 23 de enero del 2000, el Partido de Acción Nacional (PAN), y cuatro días después el Partido Verde Ecologista de México (PVEM). A finales del mismo mes, el Partido de la Sociedad Nacionalista (PSN) y el Partido de Alianza Social (PAS) se sumaron a ese “tsunami” que anunciaba una era de luz, de esperanza, de grandes expectativas.

Esa fue, en su mejor momento, la Alianza por Chiapas.

La Alianza por Pablo.

Ocho fuerzas políticas para sacar del Palacio de Gobierno al PRI, que alertado por los sondeos de opinión y de intención del voto, urdió la candidatura de Mario Arturo Coutiño Farrera, por el Partido Democracia Social (PDS), en un intento desesperado de fragmentar los sufragios. Antes se habló de impulsar a “La Tigresa”, Irma Serrano, que ya jugó ese rol, en el proceso en el que se impuso Patrocinio González Blanco Garrido, a fuerza de no ir a elecciones sin contendientes.

Al final, Coutiño Farrera no obtuvo más del 1% de las votaciones, Sami David perdió la contienda, y Pablo Salazar asumió la gubernatura de Chiapas.

Pablo describía así a la Alianza por Chiapas: pacifista, defensora de los derechos humanos, partidaria de la libertad de expresión y de tránsito; promotora de la tolerancia política y religiosa.

Un discurso que se volvió plataforma, y ahí se quedó: como apostolado.

Para Pablo los dos principales problemas en el estado eran la ausencia de paz y el subdesarrollo brutal en todos los órdenes.

Ese era, en sí, el origen de “quienes se inconformaron con el sistema”, y que el 1 de enero de 2004 sorprendieron al mundo: “¡Ya basta!”.

El discurso de Pablo era incendiario, plagado de palabras altisonantes que anunciaban un cambio profundo, de estructuras.

Había que sepultar lo viejo para edificar sobre sus ruinas lo nuevo.

En una reunión que sostuvo con organizaciones sociales “de izquierda”, en las viejas instalaciones del INI, en San Cristóbal, habló de Fidel Castro, como “del comandante”, al que visitaría pronto.

Nunca lo hizo.

Quienes lo vimos en ese momento, Pablo Salazar Mendiguchía se asumía frente a los campesinos e indígenas adoctrinados como un aliado natural: si en el centro había ganado la derecha, el PAN, Vicente Fox; en el sur, en Chiapas, el triunfo tenía diferente faz: el discurso, otro, a la izquierda.

Claro, no dijo que a la izquierda de Fox, del aberrante centralismo, del presidente dador, del sunami privatizador.

Sus promesas de campaña fueron eso: promesas. Fortalecer las instituciones de la Sociedad Civil de Defensa de los Derechos Humanos y promover que los tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) se conduzcan con pleno respeto a los derechos humanos.

Era el “ Mesías” del nuevo milenio ofreciendo curar todos los males de una sociedad arcaica, semifeudal, desigual, injusta, racista, brutal, en la que unos pocos, la llamada “familia chiapaneca”, se había apropiado de la tierra y el poder político desde la Colonia.

Era Antonio García de León y su “Resistencia y Utopía” en boca de Pablo Salazar Mendiguchía.

Era el que garantizaba la paz.

El eventual triunfo del PRI, de Sami David, encarnaba la prolongación de la guerra, según pregonaba él, que en cuatro años de mandato, sigue hablando solo ( solo él, solo de él), y encarcelando a campesinos, maestros, periodistas.

3

Pablo asumió como propias muchas de las proclamas del “subcomandante Marcos”, el líder visible del EZLN. Se comprometió a impulsar reformas constitucionales para democratizar las estructuras políticas de Chiapas: El plebiscito, el referéndum, la iniciativa popular, “para que, en un momento dado, los chiapanecos puedan decidir si sigue o no un gobernador”.

"Queremos que la sociedad vigile más", decía.

Pero nada de esto hizo. Propuso, en cambio, reformas constitucionales ante un Congreso del estado doblegado, sumiso, corruptible, que prosperaron sin mayor trámite: la denominada “Ley Mordaza”, la “Reforma Electoral”, que acorta el tiempo de precampaña y lacera facultades propias de los partidos al órgano árbitro de la política, el Instituto Estatal Electoral (IEE).

Pablo personificaba “la esperanza” para miles de chiapanecos, de los diversos sectores de la llamada sociedad civil, de los ocho partidos políticos y las diversas iglesias y cacicazgos regionales que coadyuvaron a su encumbramiento; de los organismos que dejaron de ser "no gubernamentales" y se convirtieron en "para-gubernamentales", favorecidos con el programa de "co-inversión” que traspasaron a diversas ONGs miles de dólares del erario público. “Dólar por dólar”.

En los albores, el "gobierno del cambio" tenía que demostrar su intención real de cambio. Y lanzó la primer embestida: arraigó al ex coordinador de Comunicación Social del gobierno de Albores, Manuel de la Torre, por la presunta malversación de recursos. Poco tiempo después fue liberado. Encarceló al ex gerente de la Comisión Estatal de Caminos, Arturo López Martínez, acusado de fraude, asociación delictuosa y ejercicio indebido de funciones. El ex director de Salud, Humberto Córdova Cordero huyó a Guatemala. Fue encarcelado el ex procurador de justicia, Eduardo Montoya Liébano. Poco tiempo después fue liberado. Encarceló al ex secretario de Desarrollo Rural, Librado de la Torre, y le expropió sus bienes. Filtró a los medios el presunto desfalco de millones de pesos de la Unach. Sindicó al meco Jorge Mario Lesie Talavera.

Pablo trataba de demostrar que el combate a la corrupción iba en serio.

Era una de sus cartas mayores, hasta que Socorro Zebadúa dimitió de la Contraloría General del Gobierno y de manera repentina viajó a los Estados Unidos.

Las auditorias quedaron en el aire.

Cerca de mil millones de pesos presuntamente malversados por los Ayuntamientos priistas, la Legislatura saliente y el Instituto Estatal Electoral (IEE).

¿Concertacesión o cambio?


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