+ Felipe Arizmendi Esquivel
http://www.diocesisancristobal.com.mx
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Con ocasión de la muerte de nueve jóvenes y tres policías en una discoteca de la ciudad de México, aplastados por la multitud que intentaba salir, se han desatado toda clase de acusaciones entre unos y otros, recayendo la condenación en los dueños y administradores del antro y en los responsables del operativo policiaco. Sin embargo, poco se ha reflexionado sobre las razones por las que tantos jóvenes acuden a estos centros y la responsabilidad de los padres de familia.
Es frecuente el lamento en comunidades indígenas de que los jóvenes ya no quieren seguir las costumbres de sus mayores; cuando salen a estudiar o trabajar, regresan contagiados por las modas que ven en otras partes.
Fui a celebrar la fiesta de San Juan Bautista en una colonia de nuestra ciudad. El templo estaba lleno de fieles. Pero, después de la Misa, empezó a tocar un conjunto musical, y fueron llegando, a pesar de una llovizna pertinaz, muchísimos adolescentes y jóvenes, a quienes lo que menos interesaba era la fiesta religiosa, sino bailar y divertirse, escapar de sus frustraciones, aturdirse un rato para olvidar su realidad, buscar experiencias y sensaciones con quien se pudiera. ¿Qué nos hacen pensar estos hechos?
JUZGAR
En las tres últimas Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, se ha insistido en que debemos hacer una opción preferencial por los jóvenes. En el documento de Puebla (1979), se dice que “la familia es el cuerpo social primario en el que se origina y educa la juventud. De su estabilidad, tipo de relaciones con la juventud, vivencia y apertura a sus valores, depende, en gran parte, el fracaso o el éxito de la realización de esta juventud” (No. 1173).
En Santo Domingo (1992), dijimos: “Muchos jóvenes son víctimas del empobrecimiento,… del alcoholismo, de abusos sexuales; muchos viven adormecidos por la propaganda de los medios de comunicación social y alienados por imposiciones culturales, y por el pragmatismo inmediatista” (No. 112).
En Aparecida (2007), expresamos: “Constatamos con preocupación que innumerables jóvenes atraviesan por situaciones que les afectan significativamente: las secuelas de la pobreza, que limitan el crecimiento armónico de sus vidas y generan exclusión; la socialización, cuya transmisión de valores ya no se produce primariamente en las instituciones tradicionales, sino en nuevos ambientes no exentos de una fuerte carga de alienación; su permeabilidad a las formas nuevas de expresiones culturales, producto de la globalización, lo cual afecta su propia identidad personal y social. Son presa fácil de las nuevas propuestas religiosas y pseudo religiosas. La crisis, por la que atraviesa la familia hoy en día, les produce profundas carencias afectivas y conflictos emocionales” (No. 444).
ACTUAR
¿Qué hacer? Las autoridades deben revisar que operen debidamente discotecas y centros de diversión, y que las policías cumplan bien sus deberes. Sin embargo, invito a responsables de medios informativos y a generadores de opinión que no incentiven la destrucción de la familia tradicional, fiel y estable, porque ésta es la que salvaguarda a niños, adolescentes y jóvenes. Los legisladores analicen si sus propuestas de nuevas leyes construyen o socavan la familia, so pretexto de libertad personal y de derechos a opciones nuevas. Luchemos contra la plaga del divorcio, la infidelidad, la paternidad irresponsable. Que los padres dediquen más tiempo a sus hijos, para educarlos en valores humanos y cristianos. La separación de los cónyuges y las nuevas uniones destrozan los cimientos de la persona, dejando a los hijos inestables e indefensos ante la vida.
Como Iglesia, debemos impulsar con más decisión la pastoral de la adolescencia y de la juventud, organizar grupos juveniles y “proponer a los jóvenes el encuentro con Jesucristo vivo y su seguimiento en la Iglesia, a la luz del Plan de Dios, que les garantiza la realización plena de su dignidad de ser humano, les impulsa a formar su personalidad y les propone una opción vocacional específica” (Aparecida, 446).
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Con ocasión de la muerte de nueve jóvenes y tres policías en una discoteca de la ciudad de México, aplastados por la multitud que intentaba salir, se han desatado toda clase de acusaciones entre unos y otros, recayendo la condenación en los dueños y administradores del antro y en los responsables del operativo policiaco. Sin embargo, poco se ha reflexionado sobre las razones por las que tantos jóvenes acuden a estos centros y la responsabilidad de los padres de familia.
Es frecuente el lamento en comunidades indígenas de que los jóvenes ya no quieren seguir las costumbres de sus mayores; cuando salen a estudiar o trabajar, regresan contagiados por las modas que ven en otras partes.
Fui a celebrar la fiesta de San Juan Bautista en una colonia de nuestra ciudad. El templo estaba lleno de fieles. Pero, después de la Misa, empezó a tocar un conjunto musical, y fueron llegando, a pesar de una llovizna pertinaz, muchísimos adolescentes y jóvenes, a quienes lo que menos interesaba era la fiesta religiosa, sino bailar y divertirse, escapar de sus frustraciones, aturdirse un rato para olvidar su realidad, buscar experiencias y sensaciones con quien se pudiera. ¿Qué nos hacen pensar estos hechos?
JUZGAR
En las tres últimas Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, se ha insistido en que debemos hacer una opción preferencial por los jóvenes. En el documento de Puebla (1979), se dice que “la familia es el cuerpo social primario en el que se origina y educa la juventud. De su estabilidad, tipo de relaciones con la juventud, vivencia y apertura a sus valores, depende, en gran parte, el fracaso o el éxito de la realización de esta juventud” (No. 1173).
En Santo Domingo (1992), dijimos: “Muchos jóvenes son víctimas del empobrecimiento,… del alcoholismo, de abusos sexuales; muchos viven adormecidos por la propaganda de los medios de comunicación social y alienados por imposiciones culturales, y por el pragmatismo inmediatista” (No. 112).
En Aparecida (2007), expresamos: “Constatamos con preocupación que innumerables jóvenes atraviesan por situaciones que les afectan significativamente: las secuelas de la pobreza, que limitan el crecimiento armónico de sus vidas y generan exclusión; la socialización, cuya transmisión de valores ya no se produce primariamente en las instituciones tradicionales, sino en nuevos ambientes no exentos de una fuerte carga de alienación; su permeabilidad a las formas nuevas de expresiones culturales, producto de la globalización, lo cual afecta su propia identidad personal y social. Son presa fácil de las nuevas propuestas religiosas y pseudo religiosas. La crisis, por la que atraviesa la familia hoy en día, les produce profundas carencias afectivas y conflictos emocionales” (No. 444).
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¿Qué hacer? Las autoridades deben revisar que operen debidamente discotecas y centros de diversión, y que las policías cumplan bien sus deberes. Sin embargo, invito a responsables de medios informativos y a generadores de opinión que no incentiven la destrucción de la familia tradicional, fiel y estable, porque ésta es la que salvaguarda a niños, adolescentes y jóvenes. Los legisladores analicen si sus propuestas de nuevas leyes construyen o socavan la familia, so pretexto de libertad personal y de derechos a opciones nuevas. Luchemos contra la plaga del divorcio, la infidelidad, la paternidad irresponsable. Que los padres dediquen más tiempo a sus hijos, para educarlos en valores humanos y cristianos. La separación de los cónyuges y las nuevas uniones destrozan los cimientos de la persona, dejando a los hijos inestables e indefensos ante la vida.
Como Iglesia, debemos impulsar con más decisión la pastoral de la adolescencia y de la juventud, organizar grupos juveniles y “proponer a los jóvenes el encuentro con Jesucristo vivo y su seguimiento en la Iglesia, a la luz del Plan de Dios, que les garantiza la realización plena de su dignidad de ser humano, les impulsa a formar su personalidad y les propone una opción vocacional específica” (Aparecida, 446).
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