XI Domingo Ordinario
+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de Las Casas
En aquel tiempo, al ver Jesús a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.
Después, llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias.
Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero de todos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el cananeo, y Judas Iscariote, que fue el traidor.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: “No vayan a tierra de paganos ni entren en ciudades de samaritanos. Vayan más bien en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente” (Mt 9, 36-10, 8).
En la Cumbre
En los últimos meses, con mayor o menor insistencia, ha venido apareciendo la amenaza de una hambruna a causa del encarecimiento de los productos agrícolas, básicos para la alimentación de las grandes masas. Quizás por eso se cifraron muchas esperanzas en la reciente Cumbre sobre Seguridad Alimentaria que concluyó el jueves 5 de Junio en Roma. Cuarenta jefes de estado y de gobierno y representantes de 193 países se enfrascaron en discusiones y ponencias logrando sólo raquíticos frutos. “Los llamados poderosos del mundo demostraron una falta de poder lamentable”, aseguraba uno de los periódicos italianos. Algunas cifras ridículas para enfrentar el grave problema que azota a los países menos avanzados y la victoria de las grandes empresas que controlan casi el 80 por ciento del comercio agrícola del mundo, fueron las conclusiones. Nuevamente ganó el interés comercial y monetario sobre la dignidad de las personas. Importó más la ganancia que mirar al hermano morir de hambre. ¿Por qué seremos así?
Jesús y los desamparados
Jesús, al contemplar la situación de las multitudes “se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas”, se conmovía interiormente. La compasión es un sentimiento que con frecuencia aparece en el Antiguo Testamento vinculado a la relación de una madre con el hijo que lleva en sus entrañas. Es mucho más que el tener lástima, es una conmoción interior que une el corazón de quien contempla con el corazón de quien sufre. Compadecerse es padecer juntamente con el hermano, no solamente tener lástima. Así Jesús, movido por este amor entrañable, se fija en el cansancio y abatimiento del pueblo que estaba “como ovejas sin pastor”. Otra expresión del Antiguo Testamento que encierra un reproche contra los dirigentes de Israel y recuerda la imagen de Dios como el único y verdadero pastor de su pueblo. Al desatender los líderes religiosos y políticos de Israel sus labores de cuidado y pastoreo, el pueblo se encuentra desamparado y extenuado, y Jesús asume esta tarea. Él es el buen pastor que, sufriendo con entrañas de misericordia y compasión, se coloca a la cabeza de su pueblo y asume su cuidado para sacarlo de su postración.
Nosotros y el hambre
¡Qué diferente la actitud de Jesús a nuestras actitudes! Ante el hambre, Él se conmueve; ante el hambre, nosotros permanecemos indiferentes o aun buscamos nuestra propia ganancia. La situación de nuestros pueblos es difícil para la mayoría: hay hambre, desnutrición, enfermedades, necesidad y nadie puede permanecer indiferente. A la luz de esta situación, es necesario reafirmar con valentía que el hambre y la desnutrición son inaceptables en un mundo que, en realidad, dispone de niveles de producción, de recursos y de conocimientos suficientes para acabar con estos dramas y con sus consecuencias. El grave problema no es la insuficiencia de alimentos, sino la mala distribución y las políticas económicas. A veces nos sentimos impotentes ante la magnitud de la situación y podemos caer en la tentación de cruzarnos de brazos. Pero lo que sucede a nivel internacional y de grandes empresas lo repetimos a nivel casero y familiar y damos la espalda al hermano buscando nuestra propia ganancia. ¿Qué hace Jesús? ¿A qué nos invita?
Discípulos con poder
En concreto Jesús llama a los doce y “les da poder”, no para imponerse a las gentes, sino para expulsar demonios y curar enfermedades y dolencias. Éstas serán las dos grandes tareas de sus enviados: proclamar que ya está cerca el Reino de Dios y curar a las personas de todo cuanto introduce mal y sufrimiento en sus vidas. Harán lo que le han visto hacer a Él: curar a las personas haciéndoles experimentar lo cerca que Dios está de sus sufrimientos. Es así como se puede colaborar con Jesús en su proyecto del Reino de Dios. En cada aldea han de hacer lo mismo: anunciarles el Reino compartiendo con ellos la experiencia que están viviendo con Jesús y, al mismo tiempo, curar a los enfermos del pueblo. Todo lo han de hacer gratis sin cobrar ni pedir limosna, pero recibiendo a cambio un lugar en la mesa y en la casa de los vecinos. Es la manera de construir en las aldeas una comunidad basada en valores radicalmente diferentes al poder, al comercio, a la relación de patrón-cliente. Mientras no compartamos el pan con el prójimo no lo podremos llamar hermano. Aquí todos comparten lo que tienen: unos su experiencia del Reino de Dios y su poder de curar; otros, su mesa y su casa.
La cosecha es mucha
¿Habrá hoy quien quiera seguir a Jesús? Pedro, Santiago, Juan y los demás discípulos son hombres sencillos, con sus problemas, sus familias, sus negocios pequeñitos o alguno más importante. Sin embargo, todos captaron el nuevo modo de vivir de Jesús y la propuesta para un mundo diferente. Hoy, si captamos lo grande y maravilloso de esta propuesta, habrá seguramente seguidores fieles de Jesús. Luchar contra los demonios del poder y de la ambición, curar las heridas que deja un mundo hostil, anunciar a todos que Dios está cerca y que se puede compartir en una mesa común, sigue siendo una tarea maravillosa a la que Jesús sigue invitando.
En este domingo, al descubrir el rostro de Jesús frente a los desamparados, ¿cómo nos situamos frente los hermanos desprotegidos y frente a la invitación de Jesús? ¿Con qué palabras y acciones anunciamos la llegada del Reino de Dios? ¿Qué realidades concretas nos abren a la esperanza? ¿Qué dificulta en medio de nosotros la llegada de este Reino?
Dios nuestro, fuerza de todos los que en Ti confían, ayúdanos con tu gracia, sin la cual nada puede nuestra humana debilidad, para que podamos responder fielmente al llamado de Jesús y aportar nuestras pobres fuerzas en la construcción del Reino. Amén.
+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de Las Casas
En aquel tiempo, al ver Jesús a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.
Después, llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias.
Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero de todos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el cananeo, y Judas Iscariote, que fue el traidor.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: “No vayan a tierra de paganos ni entren en ciudades de samaritanos. Vayan más bien en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente” (Mt 9, 36-10, 8).
En la Cumbre
En los últimos meses, con mayor o menor insistencia, ha venido apareciendo la amenaza de una hambruna a causa del encarecimiento de los productos agrícolas, básicos para la alimentación de las grandes masas. Quizás por eso se cifraron muchas esperanzas en la reciente Cumbre sobre Seguridad Alimentaria que concluyó el jueves 5 de Junio en Roma. Cuarenta jefes de estado y de gobierno y representantes de 193 países se enfrascaron en discusiones y ponencias logrando sólo raquíticos frutos. “Los llamados poderosos del mundo demostraron una falta de poder lamentable”, aseguraba uno de los periódicos italianos. Algunas cifras ridículas para enfrentar el grave problema que azota a los países menos avanzados y la victoria de las grandes empresas que controlan casi el 80 por ciento del comercio agrícola del mundo, fueron las conclusiones. Nuevamente ganó el interés comercial y monetario sobre la dignidad de las personas. Importó más la ganancia que mirar al hermano morir de hambre. ¿Por qué seremos así?
Jesús y los desamparados
Jesús, al contemplar la situación de las multitudes “se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas”, se conmovía interiormente. La compasión es un sentimiento que con frecuencia aparece en el Antiguo Testamento vinculado a la relación de una madre con el hijo que lleva en sus entrañas. Es mucho más que el tener lástima, es una conmoción interior que une el corazón de quien contempla con el corazón de quien sufre. Compadecerse es padecer juntamente con el hermano, no solamente tener lástima. Así Jesús, movido por este amor entrañable, se fija en el cansancio y abatimiento del pueblo que estaba “como ovejas sin pastor”. Otra expresión del Antiguo Testamento que encierra un reproche contra los dirigentes de Israel y recuerda la imagen de Dios como el único y verdadero pastor de su pueblo. Al desatender los líderes religiosos y políticos de Israel sus labores de cuidado y pastoreo, el pueblo se encuentra desamparado y extenuado, y Jesús asume esta tarea. Él es el buen pastor que, sufriendo con entrañas de misericordia y compasión, se coloca a la cabeza de su pueblo y asume su cuidado para sacarlo de su postración.
Nosotros y el hambre
¡Qué diferente la actitud de Jesús a nuestras actitudes! Ante el hambre, Él se conmueve; ante el hambre, nosotros permanecemos indiferentes o aun buscamos nuestra propia ganancia. La situación de nuestros pueblos es difícil para la mayoría: hay hambre, desnutrición, enfermedades, necesidad y nadie puede permanecer indiferente. A la luz de esta situación, es necesario reafirmar con valentía que el hambre y la desnutrición son inaceptables en un mundo que, en realidad, dispone de niveles de producción, de recursos y de conocimientos suficientes para acabar con estos dramas y con sus consecuencias. El grave problema no es la insuficiencia de alimentos, sino la mala distribución y las políticas económicas. A veces nos sentimos impotentes ante la magnitud de la situación y podemos caer en la tentación de cruzarnos de brazos. Pero lo que sucede a nivel internacional y de grandes empresas lo repetimos a nivel casero y familiar y damos la espalda al hermano buscando nuestra propia ganancia. ¿Qué hace Jesús? ¿A qué nos invita?
Discípulos con poder
En concreto Jesús llama a los doce y “les da poder”, no para imponerse a las gentes, sino para expulsar demonios y curar enfermedades y dolencias. Éstas serán las dos grandes tareas de sus enviados: proclamar que ya está cerca el Reino de Dios y curar a las personas de todo cuanto introduce mal y sufrimiento en sus vidas. Harán lo que le han visto hacer a Él: curar a las personas haciéndoles experimentar lo cerca que Dios está de sus sufrimientos. Es así como se puede colaborar con Jesús en su proyecto del Reino de Dios. En cada aldea han de hacer lo mismo: anunciarles el Reino compartiendo con ellos la experiencia que están viviendo con Jesús y, al mismo tiempo, curar a los enfermos del pueblo. Todo lo han de hacer gratis sin cobrar ni pedir limosna, pero recibiendo a cambio un lugar en la mesa y en la casa de los vecinos. Es la manera de construir en las aldeas una comunidad basada en valores radicalmente diferentes al poder, al comercio, a la relación de patrón-cliente. Mientras no compartamos el pan con el prójimo no lo podremos llamar hermano. Aquí todos comparten lo que tienen: unos su experiencia del Reino de Dios y su poder de curar; otros, su mesa y su casa.
La cosecha es mucha
¿Habrá hoy quien quiera seguir a Jesús? Pedro, Santiago, Juan y los demás discípulos son hombres sencillos, con sus problemas, sus familias, sus negocios pequeñitos o alguno más importante. Sin embargo, todos captaron el nuevo modo de vivir de Jesús y la propuesta para un mundo diferente. Hoy, si captamos lo grande y maravilloso de esta propuesta, habrá seguramente seguidores fieles de Jesús. Luchar contra los demonios del poder y de la ambición, curar las heridas que deja un mundo hostil, anunciar a todos que Dios está cerca y que se puede compartir en una mesa común, sigue siendo una tarea maravillosa a la que Jesús sigue invitando.
En este domingo, al descubrir el rostro de Jesús frente a los desamparados, ¿cómo nos situamos frente los hermanos desprotegidos y frente a la invitación de Jesús? ¿Con qué palabras y acciones anunciamos la llegada del Reino de Dios? ¿Qué realidades concretas nos abren a la esperanza? ¿Qué dificulta en medio de nosotros la llegada de este Reino?
Dios nuestro, fuerza de todos los que en Ti confían, ayúdanos con tu gracia, sin la cual nada puede nuestra humana debilidad, para que podamos responder fielmente al llamado de Jesús y aportar nuestras pobres fuerzas en la construcción del Reino. Amén.
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