sábado, mayo 10, 2008

La fuerza del Espíritu

Domingo de Pentecostés
+Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de Las Casas


Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado.

Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”.

Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar” (Jn 20, 19-23).

La destrucción de la selva
Mardonio contempla el desolado panorama que presenta la selva chiapaneca y se deja llevar por los recuerdos. Hace cuarenta años que llegó por estas tierras de impresionante vegetación, de ríos, de lagos y de cascadas. Vienen a su mente los interminables recorridos donde, a golpe de machete, tenían que abrirse camino entre la intrincada vegetación para trasladarse de una comunidad a otra. “No tienen ni idea de la belleza que tenían estas tierras” responde cuando expresamos nuestra admiración por lo que queda de la selva. “Yo ahora veo sólo devastación, no queda nada de aquella exhuberancia. Era majestuosa, pero llegaron las madereras, los programas de “deforestación”, la ambición de los comerciantes, los proyectos para ocupar las tierras, las quemas irracionales y ahora sólo quedan potreros, y si acaso, una que otra ceiba para recordarnos lo que un día fuera selva. Encontramos basura, desperdicios y destrucción por todos lados. El hombre ha sido el principal enemigo de la naturaleza”.

Un fuerte viento resonó por toda la casa
La fiesta de Pentecostés se presenta como una explosión de acontecimientos, si leemos con atención los textos que se nos proponen nos sentiremos como sacudidos por un fuerte vendaval. El Espíritu irrumpe con la fuerza de un viento huracanado que todo lo penetra, que todo lo invade. No queda resquicio que escape a su fuerza. Es presentado también como un fuego que todo lo devora, que quema, que transforma, que aniquila pero que también da una vida exuberante. Así transforma a aquellos discípulos temerosos, indecisos y cobardes en valientes misioneros. Desafiando autoridades, superando dificultades y divisiones, se convierten en ardientes apóstoles, pregoneros de la Resurrección de Jesús, ante la admiración de propios y extraños. ¡Qué diferencia con nuestra Iglesia actual! Pareceríamos conformistas, adormilados y encasillados en la rutina y la indiferencia. La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres y del Evangelio. Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza. Necesitamos dejar entrar al Espíritu en nuestros corazones para que los renueve y les de vida.
Envía, Señor tu Espíritu, a renovar la tierra.
La renovación que pedimos al Espíritu es externa e interna. La respuesta al salmo 103: “Envía, Señor tu Espíritu, a renovar la tierra” es como una súplica al contemplar nuestra pobre naturaleza. Es una urgencia tomar conciencia de que cada vez que desperdiciamos agua, que lanzamos basura, que utilizamos mal la energía, que producimos contaminantes, estamos destruyendo la casa de todos. Es urgente que, junto con la súplica que hacemos al Espíritu Santo de renovar la faz de la tierra, nos comprometamos al cuidado de la naturaleza. Es pecado social su destrucción, necesitamos empeñarnos seriamente en su cuidado, no permitamos que nuestro mundo sea una tierra cada vez más degradada y degradante. Las desconcertantes lluvias, los impredecibles calores, el desequilibrio del clima, no son casuales. Son fruto de la irresponsabilidad y destrucción egoísta del hombre. ¡Necesitamos revertir esta situación! La naturaleza es el regalo de Dios, es la casa de todos. Todos necesitamos cuidarla, protegerla y reconstruirla.

Ven, Espíritu Santo
Pero igualmente, es urgente una renovación interior del hombre y de la humanidad. Así como está degradada y erosionada la naturaleza, así se ha degradado y erosionado el corazón del hombre. Urge una renovación, una revitalización y dar una nueva armonía al corazón del hombre. No es casualidad que la venida del Espíritu Santo se manifieste como un fuego que purifica y dinamiza, cuya presencia provoca entendimiento y unidad entre los más diversos pueblos. Urge la unidad interior del hombre y también la unidad y entendimiento entre los pueblos. San Pablo insiste a los cristianos de Corinto que es posible vivir en unidad siendo diversos, que los diferentes carismas y actividades lejos de ser factor de división, pueden ser enriquecimiento mutuo, todo provocado por el Espíritu Santo (I Cor 12, 3-13) y nos asegura que “En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. A partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fecundas irrupciones del Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos dones y carismas. ¿Tenemos esta conciencia de responsabilidad social y eclesial? ¿Estamos fomentando, con nuestros dones, la unidad y la fraternidad?

Que este Pentecostés nuestra oración se convierta en un fuerte grito suplicando la venida del Espíritu Santo. No podemos seguir viviendo cómodos y estancados. Necesitamos este Espíritu que nos lanza y dinamiza y que al mismo tiempo nos otorga una armonía y serenidad interior. Así dice el himno de la secuencia que el Espíritu es “fuente de todo consuelo… pausa en el trabajo, brisa en un clima de fuego; consuelo en medio del llanto”. Que realmente abramos nuestro corazón a la presencia y acción del Espíritu en nuestro corazón, en nuestra familia y en nuestra Iglesia. También para nosotros son las palabras de Jesús: “Reciban al Espíritu Santo”.

Espíritu Santo, lava nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura nuestras heridas. Doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad y endereza nuestras sendas. Ven, Espíritu Santo. Amén

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