sábado, marzo 29, 2008

Señales de Resurrección

II Domingo de Pascua
+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de Las Casas


Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.

De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.

Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.

Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.

Otros muchos signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro. Se escribieron éstos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre”. Jn 20, 19-31

Zacario
Al momento de nuestra visita al penal del Amate, Zacario llevaba ya 28 días en huelga de hambre. Esperábamos encontrar un hombre no solamente debilitado físicamente, sino quizás agresivo o falto de coordinación. Sin embargo encontramos un hombre muy joven que ya lleva cinco años en la cárcel; que, por todos los testimonios, tenemos la seguridad que es inocente; y sin embargo refleja una gran paz y una determinación que asombran. “Ya no creo en promesas. He iniciado mi huelga de hambre y quiero participar del hambre y el sufrimiento que tuvo Jesús. Él aguantó el hambre en el desierto durante cuarenta días. Yo espero que aguante hasta que tenga la seguridad plena de mi libertad. Un documento firmado y sellado que garantice que voy a salir libre es lo único que hará que yo deje mi huelga de hambre” Y así continúa hablando de las injusticias que hay en la cárcel, de las torturas y de la inocencia de muchos de los presos. Sabe que está en peligro de muerte, pero dice: “mi muerte y mi dolor ayudará a que otros salgan libres”. A los 34 días, el martes santo, con el papel en la mano debidamente firmado y sellado, suspendió su huelga de hambre y fue puesto en libertad. Quedan sus hermanos y otros muchos presos en huelga de hambre.
A las pruebas…
Estamos en un mundo en que han perdido credibilidad la palabra, los tratados y las promesas. Se sostienen mientras son útiles a una parte, se quebrantan o modifican al propio gusto. Se manipula la verdad con publicidad, se engaña y distorsionan los acontecimientos. Se promete, se jura y después todo queda en el olvido. Quizás por eso hemos caído en la desconfianza y en el escepticismo. Nada nos entusiasma y queremos, igual que Zacario, pruebas claras y contundentes; igual que Tomás, no creeremos hasta no meter nuestros dedos en el agujero y hasta no meter la mano en el costado. Somos incrédulos, así nos ha hecho la vida.

¿Y los que nos consideramos creyentes? Vivimos a menudo como los discípulos del Evangelio, “al anochecer”, “cerradas las puertas”, temerosos, asustados “por miedo a los judíos. Estamos inmersos en la vieja creación; no hemos visto ni experimentado al Resucitado, la humanidad nueva parece ausente de nuestras vidas. Pero el mundo busca señales, quiere creer, está ansioso de pruebas que le devuelvan la esperanza y este domingo nos exige señales verdaderas que nosotros podemos ofrecer a un mundo sumido en las dudas y la desesperanza.

Señales
La paz que ofrece Jesús, la alegría que experimentan los discípulos, el perdón otorgado, el regalo del Espíritu Santo y la vida que se transmite, vienen a contrastar fuertemente con la actitud anterior de los discípulos. Es más, se habla ahora del primer día de la semana, el día de la Resurrección, que nos invita a la construcción de un tiempo nuevo y de una vida nueva. Por si fuera poco, la primera lectura, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos presenta un sumario, quizás idealizado, pero que es la más clara señal de que se sigue a Cristo resucitado: la reunión constante para la enseñanza, para la vida en común, para la fracción del pan y para la oración. La vida de comunidad, compartiendo no sólo el pan sino la propia existencia, es la mejor señal de que Cristo está Resucitado. ¿Estaremos dando esta señal quienes nos decimos discípulos?

Shalom
La paz que ofrece Jesús, el Shalom soñado por los antiguos israelitas, no consiste en esa paz lograda a base de muros para contener al adversario o para no mirar al que piensa diferente. El Shalom es la verdadera armonía encontrada entre los que nos reconocemos hermanos. De ahí brota la comunión, koinonía, que nos lleva a compartir lo nuestro y lo que somos con los demás. No habrá una verdadera paz cuando está fundada en temores, amenazas y vetos que disfrazan las relaciones y fomentan odios. Hoy la palabra “paz”, desgraciadamente, apenas significa ausencia de guerra, cese de hechos violentos de sangre, o el no tener conflictos personales. En la cultura bíblica designa la armonía del ser humano consigo mismo y con los demás, con la naturaleza y con Dios, el disfrute gozoso y exultante de la vida, la convivencia en el respeto y la justicia. Queremos paz pero con respeto y con justicia. Y hoy Jesús repite incesante su saludo, también para nosotros: “La paz esté con ustedes”.

El mundo pide señales
Tomás tiene razón en exigir las pruebas del resucitado, nuestros contemporáneos también tienen toda la razón y el derecho en exigir esas pruebas de que Jesús ha resucitado y solamente los podremos convencer si somos capaces de vivir en paz, en armonía, compartiendo y dando, mirando al otro como hermano. Sólo si metemos nuestros dedos en las llagas del hermano que ha sido sacrificado y nos comprometemos con él, sólo si metemos la mano al fuego por el hermano que está en el dolor, sólo si reconocemos las heridas de Jesús en cada uno de los hermanos, haremos creíble la Resurrección de Jesús.

Señor mío y Dios mío, que pueda descubrirte en las llagas y heridas de mis hermanos, para amándolos y compartiendo con ellos, pueda encontrar la verdadera paz que tú me ofreces. Amén

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