IV Domingo de Cuaresma
+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de Las Casas
En aquel tiempo, Jesús vio pasar a un ciego de nacimiento, y sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?” Jesús respondió: “Ni él pecó, ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios. Es necesario que yo haga las obras del que me envió, mientras es de día, porque luego llega la noche y ya nadie puede trabajar. Mientras esté en el mundo, yo soy la luz del mundo”.
Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego y le dijo: “Ve a lavarte en la piscina de Siloé” (que significa ‘Envido’). Él fue, se lavó y volvió con vista.
Entonces los vecinos y los que lo habían visto antes pidiendo limosna, preguntaban: “¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?” Unos decían: “Es el mismo”. Otros: “No es él, sino que se le parece”. Pero Él decía: “Yo soy”. Y le preguntaban: “Entonces, ¿cómo se te abrieron los ojos?” Él les respondió: “El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo puso en los ojos y me dijo: ‘Ve a Siloé y lávate’. Entonces fui, me lavé y comencé a ver”. Le preguntaron: “¿En dónde está él?” Les contestó: “No lo sé”.
Llevaron entonces antes los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo lodo y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaron cómo había adquirido la vista. Él les contestó: “Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo”. Algunos de los fariseos comentaban: “Ese hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo puede un pecador hacer semejantes prodigios?” Y había división entre ellos. Entonces volvieron a preguntarle al ciego: “¿Y tú qué piensas del que te abrió los ojos?” Él les contestó: “Que es un profeta”.
Pero los judíos no creyeron que aquel hombre, que había sido ciego, hubiera recobrado la vista. Llamaron, pues, a sus padres y les preguntaron: “¿Es éste su hijo, del que ustedes dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?” Sus padres contestaron: “Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Cómo es que ahora ve o quién le haya dado la vista, no lo sabemos. Pregúntenselo a él; ya tiene edad suficiente y responderá por sí mismo”. Los padres del que había sido ciego dijeron esto por miedo a los judíos, porque éstos ya habían convenido en expulsar de la sinagoga a quien reconociera a Jesús como el Mesías. Por eso sus padres dijeron: ‘Ya tiene edad; pregúntenle a él’.
Llamaron de nuevo al que había sido ciego y le dijeron: “Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es pecador”. Contestó él: “Si es pecador, yo no lo sé; sólo sé que era ciego y ahora veo”. Le preguntaron otra vez: “¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?” Les contestó: “Ya se lo dije a ustedes y no me dan crédito. ¿Para qué quieren oírlo otra vez? ¿Acaso también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?” Entonces ellos lo llenaron de insultos y le dijeron: “Discípulos de ése lo serás tú. Nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios. Pero ése, no sabemos de dónde viene”.
Replicó aquel hombre: “Es curioso que ustedes no sepan de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero al que lo teme y hace su voluntad, a ése sí lo escucha. Jamás se había oído decir que alguien abriera los ojos a un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder”. Le replicaron: “Tú eres puro pecado desde que naciste, ¿cómo pretendes darnos lecciones?” Y lo echaron fuera.
Supo Jesús que lo habían echado fuera, y cuando lo encontró, le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Él contestó: “¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él?” Jesús le dijo: “Ya lo has visto; el que está hablando contigo, ése es”. Él le dijo: “Creo, Señor”. Y postrándose, lo adoró.
Entonces le dijo Jesús: “Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”. Al oír esto, algunos fariseos que estaban con él le preguntaron: “¿Entonces, también nosotros estamos ciegos?” Jesús les contestó: “Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado; pero como dicen que ven, siguen en su pecado”. Jn 9, 1-41
El tracoma
Aunque oficialmente, desde hace algún tiempo, se ha decretado erradicado el tracoma y libre de esta enfermedad la región de los Altos de Chiapas, es evidente que con decretos no se acaban las enfermedades y podemos constatar nuevos y constantes casos de ceguera en toda la región. La ceguera producida por las condiciones de pobreza, de salud y, sobre todo, por la falta de agua, es dolorosamente actual. A Doña Dominga le han extraído ya un ojo y con el otro apenas percibe sombras y reflejos para guiarse en los quehaceres de su casa, escondida en la montaña. Asombroso su carácter alegre y su disposición para el servicio. Trabaja, camina, aconseja, alienta y lleva una vida en armonía. “A veces me llega la tristeza porque ya no puedo hacer muchas cosas como cuando tenía buenos mis ojos. Pero el Señor me ha concedido otras alegrías, aunque yo quisiera seguir sirviendo a mi comunidad”. Hay quienes con dos ojos vemos menos y tenemos menos claridad.
Nuevos signos
Nuevamente nos sorprende san Juan con su narración sobre el ciego de nacimiento. No son los detalles de una mera curación, es todo un camino lleno de signos y simbolismos encubierto en los personajes, sus actitudes y sus palabras. Aparece Cristo como la verdadera luz y los demás personajes representando las diferentes actitudes y propuestas que se pueden presentar frente a la luz. Si miráramos el lado “oscuro” de la narración, tendríamos que presentar diferentes tipos de ciegos de aquel y de nuestro tiempo. Ciegos son los discípulos que acusan de pecado; ciegos son los padres que se niegan a dar un testimonio por temor a ser expulsados de la sinagoga; ciegos, los vecinos; pero, sobre todo, ciegos los maestros de la ley y los fariseos que eran quienes debían guiar al pueblo.
¿Quién pecó?
¿Por qué juzgar siempre de pecado todo lo que no entendemos? ¿Por qué echar pesadas cargas sobre quien ya de por si está sumido en la miseria? El Antiguo Testamento presentaba la enfermedad siempre ligada al pecado; el bienestar o la desgracia se estimaban como signo de una conducta buena o mala. Los discípulos de Jesús, hijos de su tiempo, también tienen esta concepción y de ahí brotan sus preguntas. Jesús rechaza radicalmente esta visión. Jesús presenta a un Dios misericordioso y compasivo, lejos de las venganzas y revanchas. Hoy también tenemos distorsiones de la imagen de Dios y aun hay quienes, abusando de la fe o credulidad de los sencillos, se aprovechan y medran con supuestas amenazas, con curaciones fabricadas o con miedos contagiosos. Nada más lejano del Dios que nos presenta Jesús: Dios amor, Dios misericordia, Dios padre. Quizás nuestro gran pecado sea haber distorsionado la imagen de Dios.
“Edad tiene”
Pecado de los padres es no responder por los hijos, pecado de los padres abandonarlos a su suerte. Y no me refiero al natural crecimiento de los hijos y el enseñarlos, progresivamente, a asumir sus propias responsabilidades. Grave deber la educación de los hijos. En el relato no se aprecia que quieran que el hijo asuma la responsabilidad, es el temor de los padres a asumir la propia responsabilidad ante el peligro de las consecuencias. ¿No será un retrato de nuestro tiempo? ¿No tendremos que acusarnos de negligencia y omisión frente a muchas responsabilidades que tenemos en la formación de los niños y adolescentes? ¡Cuántos jóvenes caminan en soledad y no porque ya tengan edad sino por descuido de los padres! En el campo de la fe, no se pueden imponer ritos y preceptos sin haber enseñado el camino de la fe. Pero un camino que sólo se puede transmitir si se ha andado. ¿Cómo se educa en la fe en nuestras familias? ¿No nos quedamos solo en normas y recomendaciones? ¿No faltará un encuentro profundo con Jesús?
Los vecinos y los que lo habían visto…
Extraña reacción de los vecinos próximos al ciego y testigos de lo ocurrido. Conocen desde afuera, están mal informados, tienen juicios poco sólidos y no se interrogan más allá. La respuesta del ciego: “Ese hombre que se llama Jesús…”, su testimonio y el signo que han visto, los deja maravillados externamente, pero no se cuestionan en su interior. Así se convierten (o nos convertimos) en ciegos a los que no les interesa ver, ni en profundidad ni en extensión, porque desconcierta o porque, al aceptar el signo, uno tiene que mirarse a sí mismo en profundidad. Muchos católicos así caminamos: junto a Jesús, admirándolo, queriéndolo, pero no dejando que llegue a los profundo de nuestro corazón y así permanecemos en nuestras tinieblas.
Los fariseos también preguntaron
Hay otra clase de ciegos que me parece más grave: ciegos que ven la realidad y la deforman deliberadamente; ciegos que con actitudes inamovibles rechazan a los otros y atan a las personas; ciegos que utilizando su poder, su sabiduría o sus medios, confunden, engañan y cautivan a los más pequeños. Ciegos que llaman al mal, bien; y al bien, mal. Ciegos, amigos de las tinieblas, que esconden la luz, que impiden ver a los demás, que prefieren la ignorancia del pueblo, que someten, que confunden, que distorsionan la luz. A veces los montajes de nuestra sociedad, su organización y su estructura, sus propias luces, nos impiden ver con hondura los acontecimientos de la historia, es una ceguera estructural que disfraza los problemas sociales, políticos, económicos y religiosos. No hay peor ciego que el que no quiere, pero no hay ciego más perverso que el que roba la luz al otro. ¿No seremos de estos ciegos?
¿Quién es para que yo crea en Él?
El lado positivo de la narración nos lo presentan Jesús como Luz y el camino de fe seguido por el “ciego”, el único que parece ver en toda la narración. El ciego de nacimiento personifica el proceso de fe de cualquier creyente. No hay conversión auténtica sin un encuentro personal con Cristo. Ser cristiano significa experimentar vivamente a Jesús, luz del mundo, y por medio de Él entrar en comunión con Dios Padre. Para llegar a conocer a Cristo se impone un camino no exento de dificultades. Los católicos nos hemos acostumbrado a una fe de tradición y se requiere una experiencia fuerte de Jesús en nuestras vidas. ¿Por qué no arriesgarnos a encontrarnos con Jesús? ¿Por qué no librarnos de todas las ataduras y prejuicios y dejarnos iluminar en lo más profundo por su luz? Nada perdemos: solamente se iluminará nuestro interior. Hoy también a nosotros Jesús nos dice: “Ve a lavarte”. Tenemos que quitarnos las cataratas que nos impiden mirar a Jesús y mirar el rostro de Jesús en los hermanos.
Gracias Padre por tu Hijo Jesús que ilumina toda nuestra vida. Condúcenos por el camino de la luz para que, dejando nuestra ceguera congénita, lleguemos a la iluminación de Cristo y caminemos como hijos de la luz. Amén
+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de Las Casas
En aquel tiempo, Jesús vio pasar a un ciego de nacimiento, y sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?” Jesús respondió: “Ni él pecó, ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios. Es necesario que yo haga las obras del que me envió, mientras es de día, porque luego llega la noche y ya nadie puede trabajar. Mientras esté en el mundo, yo soy la luz del mundo”.
Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego y le dijo: “Ve a lavarte en la piscina de Siloé” (que significa ‘Envido’). Él fue, se lavó y volvió con vista.
Entonces los vecinos y los que lo habían visto antes pidiendo limosna, preguntaban: “¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?” Unos decían: “Es el mismo”. Otros: “No es él, sino que se le parece”. Pero Él decía: “Yo soy”. Y le preguntaban: “Entonces, ¿cómo se te abrieron los ojos?” Él les respondió: “El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo puso en los ojos y me dijo: ‘Ve a Siloé y lávate’. Entonces fui, me lavé y comencé a ver”. Le preguntaron: “¿En dónde está él?” Les contestó: “No lo sé”.
Llevaron entonces antes los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo lodo y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaron cómo había adquirido la vista. Él les contestó: “Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo”. Algunos de los fariseos comentaban: “Ese hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo puede un pecador hacer semejantes prodigios?” Y había división entre ellos. Entonces volvieron a preguntarle al ciego: “¿Y tú qué piensas del que te abrió los ojos?” Él les contestó: “Que es un profeta”.
Pero los judíos no creyeron que aquel hombre, que había sido ciego, hubiera recobrado la vista. Llamaron, pues, a sus padres y les preguntaron: “¿Es éste su hijo, del que ustedes dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?” Sus padres contestaron: “Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Cómo es que ahora ve o quién le haya dado la vista, no lo sabemos. Pregúntenselo a él; ya tiene edad suficiente y responderá por sí mismo”. Los padres del que había sido ciego dijeron esto por miedo a los judíos, porque éstos ya habían convenido en expulsar de la sinagoga a quien reconociera a Jesús como el Mesías. Por eso sus padres dijeron: ‘Ya tiene edad; pregúntenle a él’.
Llamaron de nuevo al que había sido ciego y le dijeron: “Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es pecador”. Contestó él: “Si es pecador, yo no lo sé; sólo sé que era ciego y ahora veo”. Le preguntaron otra vez: “¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?” Les contestó: “Ya se lo dije a ustedes y no me dan crédito. ¿Para qué quieren oírlo otra vez? ¿Acaso también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?” Entonces ellos lo llenaron de insultos y le dijeron: “Discípulos de ése lo serás tú. Nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios. Pero ése, no sabemos de dónde viene”.
Replicó aquel hombre: “Es curioso que ustedes no sepan de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero al que lo teme y hace su voluntad, a ése sí lo escucha. Jamás se había oído decir que alguien abriera los ojos a un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder”. Le replicaron: “Tú eres puro pecado desde que naciste, ¿cómo pretendes darnos lecciones?” Y lo echaron fuera.
Supo Jesús que lo habían echado fuera, y cuando lo encontró, le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Él contestó: “¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él?” Jesús le dijo: “Ya lo has visto; el que está hablando contigo, ése es”. Él le dijo: “Creo, Señor”. Y postrándose, lo adoró.
Entonces le dijo Jesús: “Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”. Al oír esto, algunos fariseos que estaban con él le preguntaron: “¿Entonces, también nosotros estamos ciegos?” Jesús les contestó: “Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado; pero como dicen que ven, siguen en su pecado”. Jn 9, 1-41
El tracoma
Aunque oficialmente, desde hace algún tiempo, se ha decretado erradicado el tracoma y libre de esta enfermedad la región de los Altos de Chiapas, es evidente que con decretos no se acaban las enfermedades y podemos constatar nuevos y constantes casos de ceguera en toda la región. La ceguera producida por las condiciones de pobreza, de salud y, sobre todo, por la falta de agua, es dolorosamente actual. A Doña Dominga le han extraído ya un ojo y con el otro apenas percibe sombras y reflejos para guiarse en los quehaceres de su casa, escondida en la montaña. Asombroso su carácter alegre y su disposición para el servicio. Trabaja, camina, aconseja, alienta y lleva una vida en armonía. “A veces me llega la tristeza porque ya no puedo hacer muchas cosas como cuando tenía buenos mis ojos. Pero el Señor me ha concedido otras alegrías, aunque yo quisiera seguir sirviendo a mi comunidad”. Hay quienes con dos ojos vemos menos y tenemos menos claridad.
Nuevos signos
Nuevamente nos sorprende san Juan con su narración sobre el ciego de nacimiento. No son los detalles de una mera curación, es todo un camino lleno de signos y simbolismos encubierto en los personajes, sus actitudes y sus palabras. Aparece Cristo como la verdadera luz y los demás personajes representando las diferentes actitudes y propuestas que se pueden presentar frente a la luz. Si miráramos el lado “oscuro” de la narración, tendríamos que presentar diferentes tipos de ciegos de aquel y de nuestro tiempo. Ciegos son los discípulos que acusan de pecado; ciegos son los padres que se niegan a dar un testimonio por temor a ser expulsados de la sinagoga; ciegos, los vecinos; pero, sobre todo, ciegos los maestros de la ley y los fariseos que eran quienes debían guiar al pueblo.
¿Quién pecó?
¿Por qué juzgar siempre de pecado todo lo que no entendemos? ¿Por qué echar pesadas cargas sobre quien ya de por si está sumido en la miseria? El Antiguo Testamento presentaba la enfermedad siempre ligada al pecado; el bienestar o la desgracia se estimaban como signo de una conducta buena o mala. Los discípulos de Jesús, hijos de su tiempo, también tienen esta concepción y de ahí brotan sus preguntas. Jesús rechaza radicalmente esta visión. Jesús presenta a un Dios misericordioso y compasivo, lejos de las venganzas y revanchas. Hoy también tenemos distorsiones de la imagen de Dios y aun hay quienes, abusando de la fe o credulidad de los sencillos, se aprovechan y medran con supuestas amenazas, con curaciones fabricadas o con miedos contagiosos. Nada más lejano del Dios que nos presenta Jesús: Dios amor, Dios misericordia, Dios padre. Quizás nuestro gran pecado sea haber distorsionado la imagen de Dios.
“Edad tiene”
Pecado de los padres es no responder por los hijos, pecado de los padres abandonarlos a su suerte. Y no me refiero al natural crecimiento de los hijos y el enseñarlos, progresivamente, a asumir sus propias responsabilidades. Grave deber la educación de los hijos. En el relato no se aprecia que quieran que el hijo asuma la responsabilidad, es el temor de los padres a asumir la propia responsabilidad ante el peligro de las consecuencias. ¿No será un retrato de nuestro tiempo? ¿No tendremos que acusarnos de negligencia y omisión frente a muchas responsabilidades que tenemos en la formación de los niños y adolescentes? ¡Cuántos jóvenes caminan en soledad y no porque ya tengan edad sino por descuido de los padres! En el campo de la fe, no se pueden imponer ritos y preceptos sin haber enseñado el camino de la fe. Pero un camino que sólo se puede transmitir si se ha andado. ¿Cómo se educa en la fe en nuestras familias? ¿No nos quedamos solo en normas y recomendaciones? ¿No faltará un encuentro profundo con Jesús?
Los vecinos y los que lo habían visto…
Extraña reacción de los vecinos próximos al ciego y testigos de lo ocurrido. Conocen desde afuera, están mal informados, tienen juicios poco sólidos y no se interrogan más allá. La respuesta del ciego: “Ese hombre que se llama Jesús…”, su testimonio y el signo que han visto, los deja maravillados externamente, pero no se cuestionan en su interior. Así se convierten (o nos convertimos) en ciegos a los que no les interesa ver, ni en profundidad ni en extensión, porque desconcierta o porque, al aceptar el signo, uno tiene que mirarse a sí mismo en profundidad. Muchos católicos así caminamos: junto a Jesús, admirándolo, queriéndolo, pero no dejando que llegue a los profundo de nuestro corazón y así permanecemos en nuestras tinieblas.
Los fariseos también preguntaron
Hay otra clase de ciegos que me parece más grave: ciegos que ven la realidad y la deforman deliberadamente; ciegos que con actitudes inamovibles rechazan a los otros y atan a las personas; ciegos que utilizando su poder, su sabiduría o sus medios, confunden, engañan y cautivan a los más pequeños. Ciegos que llaman al mal, bien; y al bien, mal. Ciegos, amigos de las tinieblas, que esconden la luz, que impiden ver a los demás, que prefieren la ignorancia del pueblo, que someten, que confunden, que distorsionan la luz. A veces los montajes de nuestra sociedad, su organización y su estructura, sus propias luces, nos impiden ver con hondura los acontecimientos de la historia, es una ceguera estructural que disfraza los problemas sociales, políticos, económicos y religiosos. No hay peor ciego que el que no quiere, pero no hay ciego más perverso que el que roba la luz al otro. ¿No seremos de estos ciegos?
¿Quién es para que yo crea en Él?
El lado positivo de la narración nos lo presentan Jesús como Luz y el camino de fe seguido por el “ciego”, el único que parece ver en toda la narración. El ciego de nacimiento personifica el proceso de fe de cualquier creyente. No hay conversión auténtica sin un encuentro personal con Cristo. Ser cristiano significa experimentar vivamente a Jesús, luz del mundo, y por medio de Él entrar en comunión con Dios Padre. Para llegar a conocer a Cristo se impone un camino no exento de dificultades. Los católicos nos hemos acostumbrado a una fe de tradición y se requiere una experiencia fuerte de Jesús en nuestras vidas. ¿Por qué no arriesgarnos a encontrarnos con Jesús? ¿Por qué no librarnos de todas las ataduras y prejuicios y dejarnos iluminar en lo más profundo por su luz? Nada perdemos: solamente se iluminará nuestro interior. Hoy también a nosotros Jesús nos dice: “Ve a lavarte”. Tenemos que quitarnos las cataratas que nos impiden mirar a Jesús y mirar el rostro de Jesús en los hermanos.
Gracias Padre por tu Hijo Jesús que ilumina toda nuestra vida. Condúcenos por el camino de la luz para que, dejando nuestra ceguera congénita, lleguemos a la iluminación de Cristo y caminemos como hijos de la luz. Amén
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