sábado, marzo 08, 2008

El séptimo signo

5° Domingo de Cuaresma

+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal Las Casas


En aquel tiempo, Marta y María, las dos hermanas de Lázaro, le mandaron decir a Jesús: “Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo”. Al oír esto, Jesús dijo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.

Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba. Después dijo a sus discípulos: “Vayamos otra vez a Judea”.

Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro, pero María se quedó en casa. Le dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano: Pero aún ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas”.

Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en Mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.

Jesús se conmovió hasta lo más hondo y preguntó: “Dónde lo han puesto”. Le contestaron: “Ven, Señor, y lo verás”. Jesús se puso a llorar y los judíos comentaban: “De veras, ¡cuánto lo amaba!” Algunos decían: “¿No podía Éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que Lázaro no muriera?”

Jesús profundamente conmovido todavía, se detuvo ante el sepulcro, que era una cueva, sellada con una losa. Entonces dijo Jesús: “Quiten la losa”. Pero Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: “Señor, ya huele mal, porque ya lleva cuatro días”. Le dijo Jesús: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la piedra.

Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo ya sabía que Tú siempre me escuchas; pero lo he dicho a causa de esta muchedumbre que me rodea, para que crean que Tú me has enviado”. Luego gritó con voz potente: “¡Lázaro, sal de ahí!” Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo, para que pueda andar”.

Muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en Él. Jn 11, 1-45.



El séptimo signo
Nuevamente San Juan nos presenta uno de sus signos, quizás el más importante de todos. Es el último de los siete signos que escoge para manifestar la persona y la misión de Jesús. Partiendo de la experiencia de la precariedad y caducidad de la vida, nos presenta la resurrección de Lázaro como una señal para descubrir cómo la fe en Jesús va más allá de las enfermedades y condicionamientos humanos, supera la muerte y abre esperanzas firmes para conquistar con Jesús una vida plena. Resuena en toda la narración: “Yo soy la resurrección y la vida”

“El amigo a quien tanto quieres está enfermo”
Enfermedad grave la que presenta nuestro país en estos días: desde los bochornosos actos de corrupción hasta las imperceptibles y cotidianas triquiñuelas que van enfermando y poniendo en estado de coma a toda la nación. Por donde quiera que lo veamos presenta signos inequívocos de debilidad y contaminación. La familia, base de toda sociedad, muestra grave deterioro, ha dejado penetrar en su seno el cáncer mortal de la indiferencia, de la infidelidad y el descuido. Nuestras familias han dejado de ser hogar y se ha conformado, tristemente, en ser asociación de individuos. La familia se encuentra enferma de poder, de ambición, de alcohol y de placer. La política, que debería buscar el bien de la sociedad, se ha transformado en un pleito constante entre partidos, personas y facciones que no hacen otra cosa sino procurar sus propios intereses. La religión se ha desvanecido y ha dejado su lugar a pálidas celebraciones, ritos huecos. No responde a lo más íntimo del hombre y encontramos suicidios, fratricidios, asesinatos, aún de niños, trata de mujeres y de infantes, y tantas otras crueldades que aterrorizan. Por eso, juntamente con Marta y María, nos atrevemos a decir a Jesús: “el amigo a quien tanto amas…” porque a pesar del pecado y la corrupción, tenemos la seguridad de que Cristo nos ama. ¡Qué maravillosa certeza!

“Quiten la losa”
Todos estos síntomas de enfermedad son como una pesada losa que aplasta y oprime a nuestro pueblo, a los más pobres y débiles. Hay quienes se sienten desahuciados y sin ganas de luchar por la vida. No son pocos los que, cargando sufrimientos, responsabilidades y tareas, se ahogan y dejan de luchar. Padres de familia que no encuentran camino, trabajadores cuyo sueldo no es suficiente, mujeres solas que a pesar de sus esfuerzos se sienten agobiadas, indígenas, campesinos, migrantes, una larga fila de pobres que han perdido la esperanza y son aplastados por la pesada losa de injusticias y sin sentidos.

“Señor, ya huele mal”
Sin embargo, la invitación de Jesús a creer, la invitación de Jesús a la verdadera vida, sigue en pie. Quizás debamos decirle a Jesús también nosotros que ya huele mal. Que nuestro país huele a corrupción, huele a miedo, a terrorismo y droga, que nuestras familias no perciben el aroma de la armonía y del cariño, que todo, todo huele mal. Pero cuando todo huele mal, Jesús está ahí cerca del que tanto ama. No le importan sus olores, para Jesús sigue siendo el amigo: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?”. De la fe nos lanza a la acción; pero de una verdadera fe, la misma que ha exigido a Marta. No solamente creer teóricamente en la resurrección, sino experimentar vivamente que Jesús es la resurrección y la vida.


“¡Lázaro, sal de ahí!”
Las palabras de Jesús, llenas de amor pero también llenas de autoridad, resuenan con esperanza en nuestros días. También a nosotros nos dice: “Sal de ahí”. No basados en nuestras propias fuerzas sino basados en su amor. Confiados en su palabra asumimos el compromiso de desatar, de quitar losas, de acrecentar la fe. “Desátenlo, para que pueda andar”. Es la tarea ingente que debemos asumir todos. La fe es el motor que nos moverá, para desde nuestra fe comprometernos a crear un país mejor. Hay que desatar tantas cadenas de injusticia, hay que quitar tantas losas que oprimen, pero sobre todo necesitamos experimentar una fe viva en Cristo que es “la resurrección y la vida”.

Señor Jesús, el que amas está enfermo, ya ha perdido la esperanza, ya huele mal. Confiados en tu palabra, habiendo experimentado que eres la resurrección y la vida, te pedimos vengas en nuestra ayuda para tengamos vida plena. Amén.

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