+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas
VER
Se acaban de abrir totalmente las fronteras entre México y nuestros vecinos del Norte, para que se puedan importar y exportar libremente maíz, frijol, azúcar y leche en polvo, sin restricciones arancelarias. Unos pocos agricultores mexicanos se sienten beneficiados, porque tienen muchas tierras y alta tecnología; pero los campesinos pobres, que apenas tienen pequeñas parcelas, están en grave desventaja, pues nunca podrán competir. Abandonan el campo y emigran. Algunos se dedican a cultivar enervantes.
Yo soy hijo de un campesino ejidatario. Nací en Chiltepec, pequeño pueblo al sur de Toluca. Cuando crecí, se cultivaban maíz, frijol, trigo, haba, chícharo y durazno criollo. Ahora ya nada de eso hay. Muchas tierras están abandonadas. Varios paisanos se fueron al Norte. Ahora se cultivan flor, durazno de otra clase y ahuacate. No hay miseria, pero todo ha cambiado.
Fui a una comunidad indígena Tzeltal, a nueve horas de la ciudad episcopal. Advertí que ya casi no se cultivan maíz y frijol. Pregunté la razón y la única respuesta fue: “El maíz ya no deja”. También los indígenas están emigrando y dejan sus tierras. Ya no es negocio sembrar, pues sale más caro producir que comprar, generando una dependencia económica y cultural que destruye la identidad de un pueblo.
JUZGAR
1. Ante esta situación, los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social emitimos un documento, titulado “Jesucristo, vida y esperanza de los indígenas y campesinos”. ¿Por qué abordamos este asunto? “Ante una multitud que tenía hambre, cuando sus apóstoles sugerían a Jesús que se desentendiera de esa gente, que la enviara a resolver su problema y cada quien comprara algo para comer, él les dijo: “Denles ustedes de comer” (Mc 6, 35-36). Les pidió compartir los cinco panes y los dos peces que tenían para sí; con su bendición, alcanzó para todos, y hasta sobró. Esta actitud de Jesús nos inspira para no desentendernos de los campesinos e indígenas que van a pasar más hambre… A ninguno debería extrañarle que los obispos abordemos esta situación. No podemos reducirnos a celebraciones rituales y a una predicación etérea. Es claro que la palabra de Jesús no nos deja en la comodidad del egoísmo y de la pasividad, sino que nos lanza a que hagamos cuanto podamos por los pobres.
El Papa Benedicto XVI acaba de decir a los directivos de la FAO: “Ha llegado el tiempo de garantizar, por el bien de la paz, que ningún hombre, mujer y niño tenga hambre… En el mundo de la agricultura, debería reconocerse y estimarse debidamente el trabajo de quienes a menudo son considerados los miembros más humildes de la sociedad… Todas las formas de discriminación, y particularmente las que impiden el desarrollo de la agricultura, deben rechazarse porque constituyen una violación del derecho básico de toda persona de estar libre de hambre” (22-IX-07).
ACTUAR
Los obispos de la Pastoral Social invitamos a todos los católicos a hacerse solidarios con la situación que viven nuestros hermanos indígenas y campesinos. Que nuestras autoridades federales analicen la posibilidad jurídica y la conveniencia económica para renegociar el apartado agropecuario del Tratado de Libre Comercio. Generar mecanismos de desarrollo que ayuden a los campesinos e indígenas a ir superando los efectos negativos del Tratado. Destinar más recursos al campo y cuidar su recta aplicación. Cambiar aquellos sistemas que generan injusticia y exclusión, en perjuicio de los países o sectores menos desarrollados. Acompañar a los campesinos, valorar y agradecer su trabajo, adquirir sus productos y apoyarles en todas las formas posibles. Alentar las cooperativas y las organizaciones de pequeños productores, para que sus productos lleguen al mercado sin intermediarios. Insistir a los campesinos y apoyarlos para que no dejen de sembrar y conserven su maíz nativo. Educarnos en la austeridad y en la sobriedad. Los productos del campo son más sanos y baratos que los elaborados, y están al alcance de los pobres. Promover la agricultura orgánica. Consideramos oportuno un debate nacional sobre el papel del campo.
Obispo de San Cristóbal de Las Casas
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Se acaban de abrir totalmente las fronteras entre México y nuestros vecinos del Norte, para que se puedan importar y exportar libremente maíz, frijol, azúcar y leche en polvo, sin restricciones arancelarias. Unos pocos agricultores mexicanos se sienten beneficiados, porque tienen muchas tierras y alta tecnología; pero los campesinos pobres, que apenas tienen pequeñas parcelas, están en grave desventaja, pues nunca podrán competir. Abandonan el campo y emigran. Algunos se dedican a cultivar enervantes.
Yo soy hijo de un campesino ejidatario. Nací en Chiltepec, pequeño pueblo al sur de Toluca. Cuando crecí, se cultivaban maíz, frijol, trigo, haba, chícharo y durazno criollo. Ahora ya nada de eso hay. Muchas tierras están abandonadas. Varios paisanos se fueron al Norte. Ahora se cultivan flor, durazno de otra clase y ahuacate. No hay miseria, pero todo ha cambiado.
Fui a una comunidad indígena Tzeltal, a nueve horas de la ciudad episcopal. Advertí que ya casi no se cultivan maíz y frijol. Pregunté la razón y la única respuesta fue: “El maíz ya no deja”. También los indígenas están emigrando y dejan sus tierras. Ya no es negocio sembrar, pues sale más caro producir que comprar, generando una dependencia económica y cultural que destruye la identidad de un pueblo.
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1. Ante esta situación, los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social emitimos un documento, titulado “Jesucristo, vida y esperanza de los indígenas y campesinos”. ¿Por qué abordamos este asunto? “Ante una multitud que tenía hambre, cuando sus apóstoles sugerían a Jesús que se desentendiera de esa gente, que la enviara a resolver su problema y cada quien comprara algo para comer, él les dijo: “Denles ustedes de comer” (Mc 6, 35-36). Les pidió compartir los cinco panes y los dos peces que tenían para sí; con su bendición, alcanzó para todos, y hasta sobró. Esta actitud de Jesús nos inspira para no desentendernos de los campesinos e indígenas que van a pasar más hambre… A ninguno debería extrañarle que los obispos abordemos esta situación. No podemos reducirnos a celebraciones rituales y a una predicación etérea. Es claro que la palabra de Jesús no nos deja en la comodidad del egoísmo y de la pasividad, sino que nos lanza a que hagamos cuanto podamos por los pobres.
El Papa Benedicto XVI acaba de decir a los directivos de la FAO: “Ha llegado el tiempo de garantizar, por el bien de la paz, que ningún hombre, mujer y niño tenga hambre… En el mundo de la agricultura, debería reconocerse y estimarse debidamente el trabajo de quienes a menudo son considerados los miembros más humildes de la sociedad… Todas las formas de discriminación, y particularmente las que impiden el desarrollo de la agricultura, deben rechazarse porque constituyen una violación del derecho básico de toda persona de estar libre de hambre” (22-IX-07).
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Los obispos de la Pastoral Social invitamos a todos los católicos a hacerse solidarios con la situación que viven nuestros hermanos indígenas y campesinos. Que nuestras autoridades federales analicen la posibilidad jurídica y la conveniencia económica para renegociar el apartado agropecuario del Tratado de Libre Comercio. Generar mecanismos de desarrollo que ayuden a los campesinos e indígenas a ir superando los efectos negativos del Tratado. Destinar más recursos al campo y cuidar su recta aplicación. Cambiar aquellos sistemas que generan injusticia y exclusión, en perjuicio de los países o sectores menos desarrollados. Acompañar a los campesinos, valorar y agradecer su trabajo, adquirir sus productos y apoyarles en todas las formas posibles. Alentar las cooperativas y las organizaciones de pequeños productores, para que sus productos lleguen al mercado sin intermediarios. Insistir a los campesinos y apoyarlos para que no dejen de sembrar y conserven su maíz nativo. Educarnos en la austeridad y en la sobriedad. Los productos del campo son más sanos y baratos que los elaborados, y están al alcance de los pobres. Promover la agricultura orgánica. Consideramos oportuno un debate nacional sobre el papel del campo.




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