Vecinos de Juan de Grijalva bajan a cabecera municipal
Ángeles Mariscal.
Ángeles Mariscal.
Ostuacán, Chis., 8 de noviembre. El hambre, la incomunicación y el temor a nuevos deslizamientos de tierra han hecho bajar a esta cabecera municipal a cientos de pobladores de las rancherías ribereñas del Grijalva.
Piden por igual maquinaria para abrir el paso bloqueado por los derrumbes, comida y radios de comunicación que informen “si estamos en peligro y tenemos que salir de nuestras comunidades, porque no queremos que nos pase lo que Juan de Grijalva”. Intimidados ante los helicópteros que ven pasar sobre sus poblados, y por la multitud de rumores que hay en torno al pueblo que desapareció, los campesinos se acercan temerosos a las oficinas del gobierno municipal, a los grupos de militares, a autoridades estatales.
Sin embargo, aquí todos tienen prisa y la respuesta que reciben cuando logran encontrar quien los escuche es siempre la misma: hay que presentar una solicitud por escrito. “Es que no traigo cuaderno y lápiz”, tartamudea Lorenzo García Castro, quien caminó seis horas de la ranchería Paso la Pigua hasta un lugar donde encontró quien lo subiera a una camioneta para llegar a esta cabecera municipal.
Apoyo en un cibercafé
Lo mandan a un cibercafé, el único que hay en este lugar. Ahí hace fila entre muchos otros campesinos que piden al encargado que les redacte sus peticiones. “Póngale que somos de Paso la Pigua, que somos 20 familias y desde el domingo que fue lo de Juan de Grijalva no tenemos comida, que queremos alimento y un radio de comunicación.
“Póngale que la gente tiene miedo por lo que pasó; que estamos a cuatro kilómetros de donde fue el siniestro y a nuestro pueblo ya llega el olor de la descomposición de los animales y de los destrozos; que hay miedo por la infección y las enfermedades. Que queremos que nos digan si vamos a tener que ir a vivir a otro lugar, y que vaya una autoridad”.
Luego de don Lorenzo siguió la petición del comisariado ejidal del poblado Las Playas. Ahí sólo desean saber “si estamos en peligro, si vamos a tener que irnos a vivir a otro lugar, porque la gente ya no quiere dormir, porque cree que se le van a venir encima los cerros; sólo estamos llegando en las tardes”.
Aquí, en la cabecera municipal, hay un ir y venir de pobladores de diversas rancherías; algunos pretenden vislumbrar su futuro y otros entierran a sus muertos. El sepelio de los últimos cuerpos encontrados provoca que aflore la tensión que viven los familiares de las personas que aún se encuentran desaparecidas en Juan de Grijalva. Brota el llanto y es como una catarsis colectiva.
Al mal olor que despiden los cadáveres por los cuatro días que permanecieron bajo el agua se unen los gritos de indignación porque fueron bajados en bolsas y depositados en una planicie del cementerio, a la espera de las cajas mortuorias.
Y junto a cuerpos y deudos se puede escuchar la discusión que sostienen los empleados del ayuntamiento contratados para abrir las fosas –exigen que les paguen “siquiera para comprar un refresco, porque ya llevamos dos días trabajando”– y el presidente municipal, Justo Tomas Hernández Herrera.
Carmen, la viuda de Rodelí, grita que todavía tenía la esperanza de encontrarlo vivo, mientras el pastor de la iglesia evangélica de los adventistas del séptimo día, a la que pertenecen los lugareños de Juan de Grijalva, acuerda con los albañiles el pago por su servicio. “Háganos 15 fosas más, pero queremos que cada familia tenga su propio espacio…” Para la tarde, en este panteón ya habían sido sepultados los cuerpos de dos mujeres y tres hombres.
También en Juan de Grijalva, poblado al que tradicionalmente no llega nadie, y por tanto no tiene siquiera un hotel, el gobernador Juan Sabines Guerrero consideró necesario precisar las cifras oficiales de la desgracia: “luego de levantar un censo exacto entre los pobladores de lo que fue Juan de Grijalva, únicamente hubo 25 desaparecidos, de los cuales hemos rescatado ocho cuerpos; buscamos los de 17 personas más”.
Detalló que son cinco las comunidades de la ribera que han sido evacuadas, y que a ninguna de ellas se podrá retornar, por ubicarse en zonas de riesgo. Tres son del municipio Ostuacán y dos de Tecpatán, los cinco están ubicados entre el cauce del Grijalva, entre Peñitas y Malpaso. Estos poblados son La Laja, Salomón Blanco, Sayula, Progreso y Juan de Grijalva.
“Todos serán reubicados, unas 3 mil personas. No queremos provocar alarmas; la medida es preventiva y si se puede se les pondrá cerca de sus poblados originales, pero en zonas más altas”, refirió el mandatario. Juan Sabines explicó que las presas Peñitas y Malpaso siguen cerradas en tanto se quita el tapón que provocó el derrumbe de Juan de Grijalva en la zona del embalse de la presa, ya que hay que esperar para ver por dónde correrá el agua.
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