domingo, noviembre 25, 2007

El agua puso fin la elaboración de petates

Roberto Barbosa.
Congregacín Chicozapote, Tab.— Doña Maribel May Hernández tejía cinco petates semanales, por cuya venta obtenía 175 pesos semanales. “Esos centavos me servían para comprar jabón y azúcar”, agrega.
Relata que en el tiempo libre que le dejaban los quehaceres domésticos y la atención de sus siete hijos, se ponía a trabajar el producto artesanal. Lograba realizar un petate diario con el apoyo de sus vástagos.
Desde hace un mes ya no teje, ni tampoco tendrá con qué seguir en esa actividad económica durante los próximos meses.
Y es que la planta de cañita, de donde se obtiene la fibra vegetal utilizada para elaborar el petate, sombreros y otra serie de artículos artesanales, fue aniquilada por el exceso de humedad.
Las cañas están bajo el agua desbordada del río Carrizal, que inundó toda esta zona.
Como doña Maribel, la mayoría de los indígenas chontales del municipio de Nacajuca tejen petates y fabrican otros artículos artesanales, utilizados por ellos mismos y para obtener ingresos con la venta, principalmente.
En las dos hectáreas propiedad de su esposo, Jorge Sánchez Rodríguez, tenían cultivados 100 surcos de cañita —arbustos en formas de varas—, que llevaban tres meses de vida. Se les da seis meses de crecimiento para cortarlos, ponerlos a secar al sol, obtener una especie de listones vegetales y bordarlos en forma rectangular de dos metros, en promedio.
Las superficies de cultivo de esta zona permanecen inundadas y para cuando se seque el agua, todo quedará podrido.
La familia Sánchez May actualmente vive sobre el dique de tierra, utilizado también como carretera, en una improvisada choza, cuyo techo fue construido con el que tenía su casa inundada.
Maribel recuerda que la creciente del río llegó y sumergió bajo dos metros todo lo que encontró. Junto con sus hijos, durmió durante ocho días al lado de unas 20 vacas, en un corral techado que el dueño del hato tenía en el dique de protección.
Su esposo pudo entrar a destechar la vivienda donde vivían, para construir una choza provisional en el camino y utilizar las láminas para el techo.
Hace unos ocho días llegaron unos gringos del Club Rotario Internacional, quienes les donaron casas de campaña tamaño familiar y dos cobertores. “Allí, sí está bien, duermen bien los niños”, aunque de día no entran, pues con el sol, el plástico se calienta, “pero gracias a Dios que vinieron”, dice.

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