EL UNIVERSAL
6 de noviembre de 2007
Editorial
Editorial
Tuvo que deslizarse un cerro reblandecido por las mismas lluvias que inundaron Tabasco, y causar la desaparición de decenas de personas, para que volviéramos la vista hacia el estado más rezagado del país, Chiapas, ahora golpeado por el temporal, y para que recordáramos la urgencia de ayudarlo.
Súbitamente, las pérdidas humanas dramatizan la magnitud de la tragedia. Más de un millón de personas resultaron damnificadas en Tabasco, y la pérdida de su patrimonio, el trastorno de sus vidas, merece todos los auxilios que les han sido destinados y aún más.
En Chiapas, por el contrario, asiento de importantes comunidades indígenas, la ayuda ha sido tradicionalmente suministrada a cuentagotas. Basta recordar la tragedia que sufrió la entidad con el huracán Stan, que a diferencia de la zona hotelera azotada por Wilma, no recibió un rescate apresurado por parte del gobierno federal.
En el caso del derrumbe de ayer, las investigaciones de los técnicos habrán de determinar si el accidente pudo preverse o si al menos hubo alguna posibilidad de dar la voz de alerta sobre la inminencia del riesgo.
Por lo pronto ya se activaron recursos del Fondo Nacional de Desastres para ese estado por las decenas de miles de hectáreas de plantaciones agrícolas dañadas, más de 200 derrumbes sobre más de 500 kilómetros de carreteras y cinco puentes que han colapsado.
El presidente Felipe Calderón pidió este fin de semana que la tragedia en Tabasco no sea utilizada para obtener beneficios políticos, por lo que no es dable temer que las diferencias entre la Federación y el gobierno de Tuxtla Gutiérrez estorben el flujo de socorros. Lo demuestra el rápido desplazamiento del secretario de Gobernación, Francisco Ramírez Acuña, para supervisar junto con el gobernador Juan Sabines las acciones de auxilio.
Tampoco deben politizarse las advertencias, como la amenaza de graves inundaciones en el Distrito Federal debidas a la falta de mantenimiento y ampliación del drenaje de aguas negras.
Podrá o no haber intenciones políticas en algunos de esos llamamientos, pero sería poco serio que las autoridades locales no se abocaran de inmediato a la atención de obras poco propicias para la propaganda oficial, pero fundamentales para la vida normal en la capital de la República.
No hay ninguna extravagancia en estas preocupaciones. Demasiadas veces hemos comprobado que detrás de aparentes accidentes naturales hay incompetencias, negligencias, corruptelas y hasta impertinentes golpes bajos entre funcionarios y políticos.
En Veracruz, por ejemplo, zonas residenciales que se inundan periódicamente eran, desde que se fraccionaron, terrenos más bajos que el nivel del mar. Los menores escurrimientos lo delatan.
Chiapas tiene que ser atendida sin duda en esta emergencia, pues todos estamos pendientes de lo que allí sucede. Pero después debe recibir la atención que merece su marginación, su retraso social y su inaceptable lentitud en el tránsito hacia su pleno desarrollo.
Su riqueza petrolera, hidráulica, generadora de energía, agropecuaria y cultural da para eso y más. Como en los trenes, la velocidad de la nación la fija el estado más lento.
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