+ Felipe Arizmendi Esquivel
http://www.diocesisancristobal.com.mx
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En un solo día, el pasado lunes 19, fueron ejecutadas 24 personas, por cuestiones de narcotráfico. Esto sucedió en estados del norte y centro del país, regiones económicamente consideradas como las más desarrolladas. Por ahora, el sur, en que viven los más pobres, no fue afectado. Esto no significa que en esta parte no haya delincuencia común y organizada; el pecado sienta sus reales también entre indígenas y campesinos, por ambición de tierras, por divisiones internas ideológicas, políticas y hasta religiosas.
Los medios informativos resaltan asaltos, robos, asesinatos, secuestros, ejecuciones, corrupción, pleitos partidistas, tráfico de drogas, etc. Pareciera que esta ola es como un tsunami, que todo lo envuelve y destruye, y que no hay quien pare los ilícitos, a pesar de más policías y de mayor presencia del ejército en calles y carreteras. Líderes políticos culpan de todo a sus contrarios, como si en sus propias filas no hubiera pecado.
¿A qué se debe esta degradación? ¿Por qué hay personas que no respetan vidas y propiedades ajenas? ¿Cuál es la raíz y cuál la solución?
JUZGAR
Caín no tolera que su hermano Abel sea mejor, y lo mata (cf Gén 4,8). San Pablo dice que “la raíz de todos los males es el afán de dinero, y algunos, por dejarse llevar por él, se extraviaron en la fe y se atormentaron con muchos dolores” (1 Tim 6,10). La ambición de poder y de tener más, corrompe personas, familias, partidos y sociedades.
Dice el apóstol Santiago: “¿De dónde vienen las luchas y los conflictos entre ustedes? ¿No es, acaso, de las malas pasiones, que siempre están en guerra dentro de ustedes? Ustedes codician lo que no pueden tener y acaban asesinando. Ambicionan algo que no pueden alcanzar, y entonces combaten y hacen la guerra… Sométanse a Dios; resistan al diablo y se alejará de ustedes… Humíllense ante el Señor y él los enaltecerá” (4,1-10).
Una de las raíces más profundas de esta descomposición social es la falta de familias bien cimentadas en el amor, en la fe, en valores humanos y cristianos. Cuando los hijos crecen sin un padre que los vaya formando en el respeto a los demás, en el sano temor de Dios, en la fraternidad y solidaridad, se está sembrando la semilla del egoísmo y de la violencia. Cuando las mamás consienten todos los gustos de los hijos, sin enseñarles a renunciar a sus caprichos e instintos, y hasta tienen miedo de corregirlos y aún de castigarlos, los están orientando a vivir a merced de sus inclinaciones, a destruir todo aquello que se les oponga, a no ser dueños de sí mismos. Cuando ambos padres salen a trabajar y los dejan al cuidado de otras personas, no siempre se aseguran criterios y actitudes que sean cimiento de una convivencia civilizada.
Quienes promueven el libertinaje sexual, la homosexualidad, el divorcio, la infidelidad conyugal, el aborto, la falta de respeto a la autoridad y a las instituciones, no se dan cuenta del daño que hacen al bienestar social. Los llamados artistas e intelectuales, que alientan toda clase de libertades, no advierten que están socavando las bases de la sociedad. Culpan de todos los males al gobierno, y no reconocen su propia responsabilidad en la destrucción de valores tradicionales, que nunca pasarán de moda.
ACTUAR
Dice el Papa Benedicto XVI: “No hay que descuidar el peligro de verdaderas ‘guerras de bienestar’, es decir, causadas por la voluntad de extender o conservar el dominio económico en perjuicio de los demás. El simple bienestar material, sin un coherente desarrollo moral y espiritual, puede cegar al hombre hasta el punto de impulsarlo a matar a su hermano” (10-IV-08). “Cuando parece que ya no hay esperanza”, la fe en Dios nos sostiene y alienta (cf Spe salvi, 36).
Por tanto, padres de familia, no se preocupen sólo de que a sus hijos nada les falte en lo material; den prioridad a educarlos en valores humanos y, sobre todo, a asentarlos firmemente en su fe en Dios. Sólo así no sufrirán después por verlos asesinados o en la cárcel. La religión no es un estorbo, ni sólo una costumbre tradicional, sino un cimiento sólido de armonía interior y de paz social.
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En un solo día, el pasado lunes 19, fueron ejecutadas 24 personas, por cuestiones de narcotráfico. Esto sucedió en estados del norte y centro del país, regiones económicamente consideradas como las más desarrolladas. Por ahora, el sur, en que viven los más pobres, no fue afectado. Esto no significa que en esta parte no haya delincuencia común y organizada; el pecado sienta sus reales también entre indígenas y campesinos, por ambición de tierras, por divisiones internas ideológicas, políticas y hasta religiosas.
Los medios informativos resaltan asaltos, robos, asesinatos, secuestros, ejecuciones, corrupción, pleitos partidistas, tráfico de drogas, etc. Pareciera que esta ola es como un tsunami, que todo lo envuelve y destruye, y que no hay quien pare los ilícitos, a pesar de más policías y de mayor presencia del ejército en calles y carreteras. Líderes políticos culpan de todo a sus contrarios, como si en sus propias filas no hubiera pecado.
¿A qué se debe esta degradación? ¿Por qué hay personas que no respetan vidas y propiedades ajenas? ¿Cuál es la raíz y cuál la solución?
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Caín no tolera que su hermano Abel sea mejor, y lo mata (cf Gén 4,8). San Pablo dice que “la raíz de todos los males es el afán de dinero, y algunos, por dejarse llevar por él, se extraviaron en la fe y se atormentaron con muchos dolores” (1 Tim 6,10). La ambición de poder y de tener más, corrompe personas, familias, partidos y sociedades.
Dice el apóstol Santiago: “¿De dónde vienen las luchas y los conflictos entre ustedes? ¿No es, acaso, de las malas pasiones, que siempre están en guerra dentro de ustedes? Ustedes codician lo que no pueden tener y acaban asesinando. Ambicionan algo que no pueden alcanzar, y entonces combaten y hacen la guerra… Sométanse a Dios; resistan al diablo y se alejará de ustedes… Humíllense ante el Señor y él los enaltecerá” (4,1-10).
Una de las raíces más profundas de esta descomposición social es la falta de familias bien cimentadas en el amor, en la fe, en valores humanos y cristianos. Cuando los hijos crecen sin un padre que los vaya formando en el respeto a los demás, en el sano temor de Dios, en la fraternidad y solidaridad, se está sembrando la semilla del egoísmo y de la violencia. Cuando las mamás consienten todos los gustos de los hijos, sin enseñarles a renunciar a sus caprichos e instintos, y hasta tienen miedo de corregirlos y aún de castigarlos, los están orientando a vivir a merced de sus inclinaciones, a destruir todo aquello que se les oponga, a no ser dueños de sí mismos. Cuando ambos padres salen a trabajar y los dejan al cuidado de otras personas, no siempre se aseguran criterios y actitudes que sean cimiento de una convivencia civilizada.
Quienes promueven el libertinaje sexual, la homosexualidad, el divorcio, la infidelidad conyugal, el aborto, la falta de respeto a la autoridad y a las instituciones, no se dan cuenta del daño que hacen al bienestar social. Los llamados artistas e intelectuales, que alientan toda clase de libertades, no advierten que están socavando las bases de la sociedad. Culpan de todos los males al gobierno, y no reconocen su propia responsabilidad en la destrucción de valores tradicionales, que nunca pasarán de moda.
ACTUAR
Dice el Papa Benedicto XVI: “No hay que descuidar el peligro de verdaderas ‘guerras de bienestar’, es decir, causadas por la voluntad de extender o conservar el dominio económico en perjuicio de los demás. El simple bienestar material, sin un coherente desarrollo moral y espiritual, puede cegar al hombre hasta el punto de impulsarlo a matar a su hermano” (10-IV-08). “Cuando parece que ya no hay esperanza”, la fe en Dios nos sostiene y alienta (cf Spe salvi, 36).
Por tanto, padres de familia, no se preocupen sólo de que a sus hijos nada les falte en lo material; den prioridad a educarlos en valores humanos y, sobre todo, a asentarlos firmemente en su fe en Dios. Sólo así no sufrirán después por verlos asesinados o en la cárcel. La religión no es un estorbo, ni sólo una costumbre tradicional, sino un cimiento sólido de armonía interior y de paz social.
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