DOMINGO DE PASCUA
+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de Las Casas
Transcurrido el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran temblor, porque el ángel del Señor bajó del cielo y acercándose al sepulcro, hizo rodar la piedra que lo tapaba y se sentó encima de ella. Su rostro brillaba como el relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Los guardias, atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: “No teman. Ya sé que buscan a Jesús, el crucificado. No está aquí; ha resucitado, como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde lo han puesto. Y ahora, vayan de prisa, a decir a sus discípulos: ‘Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de ustedes a Galilea; allá lo verán’. Eso es todo”.
Ellas se alejaron a toda prisa del sepulcro, y llenas de temor y de gran alegría, corrieron a dar la noticia a los discípulos. Pero de repente Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron. Entonces les dijo Jesús: “No tengan miedo. Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán”. Mt 28, 1-10
Hacia el sepulcro
Las dos mujeres buscaban un sepulcro, encontraron una tumba vacía; buscaban la muerte, y encontraron la vida. Esperaban cerrar un capítulo doloroso en su vida y encontraron una nueva misión: proclamar la Resurrección y la Vida. Estas discípulas fieles, que no abandonaron a Jesús y que regresaron para terminar lo que había faltado en el funeral, se convierten en las primeras testigos de la Resurrección. Ahora las mujeres tienen una mayor responsabilidad: son constituidas en testigos con pleno derecho, aunque los discípulos opongan resistencia para aceptarlo. Nosotros también nos hemos acercado en esta noche de Vigila Pascual al acontecimiento más grandioso de nuestra vida, a la experiencia más trascendental para cada uno de nosotros: experimentar la vida de Cristo Resucitado en nuestra propia vida.
“No teman. Ya sé que buscan a Jesús, el crucificado”
San Mateo nos narra de manera cuidadosa el acercamiento de aquellas mujeres al sepulcro. Es un viaje breve pero que ahora resulta decisivo: “Transcurrido el sábado, al amanecer del primer día de la semana...”. Sin darse cuenta, las mujeres han entrado en una nueva contabilidad del tiempo y de la vida, lo que ayer era sábado, normas, leyes y muerte, ahora se convertirá en el primer día de la semana, en el domingo, día del “Señor”, el tiempo de la vida, el tiempo del amor. Todo se hace nuevo y diferente: los aromas y las flores se quedan en sus manos, ya no necesitan llegar a su destino y aunque, ya lo saben en su corazón, necesitan ser informadas de la novedad sensacional. “No está aquí, ha resucitado”.
Hoy también muchas mujeres, y muchos hombres, deberían ser informados que Jesús, el Crucificado, no se encuentra en la tumba. Hay quienes siguen cargando la cruz sin sentido, hay quienes llevan el sufrimiento a cuestas sin ilusión, como si Cristo no hubiese resucitado. Y el sufrimiento, la cruz y el sepulcro sólo tendrán sentido si se ha experimentado la Resurrección de Cristo. Si no, nos producirán un sentido fatalista de fracaso y se perderá el sentido de la propia existencia. Tan trascendental es el poder sentir a Cristo vivo.
“Vayan de prisa, a decir a sus discípulos: ‘Ha resucitado’.”
La tarea es difícil, son simples mujeres, y aunque lleven en sí mismas la vida, no les creerán; pero ¿qué importa si les creen o no, cuando se proclama y se grita la vida? Atrás ha quedado el último sábado en que deberían guardar reposo, ahora se les dice: “vayan de prisa”. La noticia es tan importante que no admite dilaciones, debe ser conocida en todas partes. El mundo no puede ignorar la Resurrección de su Señor, todos deben conocer que Jesús ha sido resucitado porque en su Resurrección, todos encontraremos la vida. Son enviadas como testigos de una vida nueva porque ya han contemplado la tumba vacía y han escuchado el anuncio del ángel.
Llenas de temor y de gran alegría
Son las buenas nuevas que deben llevar y que ya alegran su corazón, pero aún no lo han visto, y he aquí que de pronto experimentan lo que no hubieran pensado: “de repente, Jesús les salió al encuentro y las saludó”. Tantas veces lo había anunciado Jesús, tantas escrituras hablaban de esa nueva vida, pero hasta que la experimentan y la viven en su corazón, son capaces de convertirse en mensajeras de la buena nueva: Ha resucitado el Señor.
Día de resurrección y de alegría, hoy debemos proclamar que Cristo está vivo, hoy anunciamos a todos que es posible encontrarlo en medio de nosotros, hoy también cada uno de nosotros recibimos el mismo mensaje: “Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán”. Sí, el Señor se nos mostrará en cada momento de nuestra vida cotidiana, en la Galilea humilde de nuestros hogares, en el trabajo de los pobres, al lado de los marginados. Hoy proclamemos a grito abierto: ¡Ha resucitado el Señor!
Dios nuestro, que por medio de tu Hijo venciste a la muerte y nos has abierto las puertas de la vida, concédenos defender, cuidar y vivir una vida plena. Amén
sábado, marzo 22, 2008
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