viernes, septiembre 07, 2007

Si quieres seguirme…

Si quieres seguirme…
XXIII Domingo Ordinario

+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas

En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y Él, volviéndose a sus discípulos, les dijo: "Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: 'Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar'.

¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.

Así, pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo” (Lc 14, 25-33).

Va de cuento…
“Señor, de verdad te quiero seguir”. Afirmó el joven, con valor. Jesús le contestó lo que todos sabemos: “Si me quieres seguir, toma tu cruz y sígueme”. El joven escogió una de las cruces más pesadas, lleno como estaba de entusiasmo. Y comenzó el camino. Pero pronto sintió que la cruz era demasiado bromosa y no tuvo empacho en cortar un poco de los brazos y un poco de arriba y otro poco de abajo. Por un momento se sintió descansado. Sin embargo, el camino hace más pesada la cruz. Le corta nuevamente de cada uno de los lados. La cruz se hace más pequeña y la carga ya no sobre los hombres, sino al pecho. Demasiado grande para llevarla en el pecho, de nuevo vuelve a cortarle grandes pedazos… así hasta dejar un pequeño crucifijo que no le estorba para caminar. Llega a la meta. Frente a él se encuentra una gran construcción, pero sin puerta, sino sólo con una pequeña ventana en la altura. Grita con todas sus fuerzas: “Aquí estoy, Señor. Ya te he seguido”. “¿Traes tu cruz?”, le pregunta Jesús. “Sí la he traído”. Responde. “Pasa conmigo”, dice Jesús. “¿Por dónde? No hay puerta y la ventana está muy alta”. Jesús le dice: “Utiliza la cruz como escalera” Y el joven se queda contemplando tristemente la pequeñita cruz que él había acomodado de apenas diez centímetros. ¡Ya no era la cruz de Jesús!

El seguimiento de Jesús
Si se nos pregunta si queremos seguir a Jesús, todos podemos responder que sí. Pero es muy poco lo que la Iglesia para considerar a alguien cristiano: se bautiza a los niños recién nacidos y se les piden unas cuantas cosas; a lo más, la asistencia a unas charlas preparatorias del acto del Bautismo y un vago compromiso de actuar como cristianos educando al niño según la ley de Dios y los mandamientos de la Iglesia. Pero en el principio, con Jesús no era así. Para ser discípulo, Jesús ponía unas condiciones tan duras, que llevaban a quien quería serlo a pensarlo seriamente. Pocos seríamos los cristianos, si para ello tuviéramos que cumplir las tres condiciones que, llegado el caso, Jesús exige a sus discípulos. Nosotros decimos que tomamos la cruz de Jesús, pero la acomodamos a nuestra manera y a nuestro estilo. Se puede ser cristiano y faltar a la verdad, se puede ser cristiano y ser injusto con el hermano. Nadie cuestiona si somos cristianos y nos dedicamos a la droga o al alcohol. Se es cristiano y se difama, se destruye y se engaña. El cristiano(a) miente, roba, aborta y da la espalda al hermano. Como el muchacho del cuento, nos hacemos nuestra propia cruz.

A lo más, entendemos como cruz el sufrimiento propio de la vida y lo vamos soportando a más no poder; o entendemos como cruz el trabajo y la dedicación de cada día aunque lo hagamos a medias y de mala gana. Se soporta al marido o a la esposa porque no hay más remedio, es la cruz que nos tocó y no la podemos “tirar”. Hay personas que piensan que cargar con la cruz y seguir al Crucificado es buscar pequeñas mortificaciones, privándose de satisfacciones y renunciando a gozos legítimos para llegar, por el sufrimiento, a una comunión más profunda con Él.

La verdadera cruz
Cuando el Evangelio dice que tomemos la cruz no se refiere precisamente a estas cruces, aunque es legítimo que las tomemos y puedan ayudar en el seguimiento. Jesús habla de algo mucho más profundo que llevar una cruz en el cuello hecha a nuestra medida y a nuestro gusto. Jesús invita a todos, hasta por tres veces, a la opción radical por Él, a cargar con la cruz y a renunciar a todo; de otro modo no podremos ser discípulos suyos. Tres exigencias nos presenta Jesús como casos extremos que nos dan idea de lo importante que es seguir su mismo camino.

La primera, el preferir a Jesús antes que a la familia. El discípulo debe estar dispuesto a subordinarlo todo a la adhesión al maestro. Si en el propósito de instaurar el reinado de Dios, evangelio y familia entran en conflicto, de modo que ésta impida la implantación de aquél, la adhesión a Jesús tiene la preferencia. Jesús y su plan de crear una sociedad nueva, diferente al sistema mundano están por encima de los lazos de familia.

La segunda, cargar con la cruz para ser discípulo, no se trata de hacer sacrificios o mortificarse, como se decía antes, sino de aceptar y asumir que la adhesión a Jesús conlleva la persecución e incomprensión por parte de la sociedad, persecución que hay que aceptar y sobrellevar como consecuencia del seguimiento. Por eso no es necesario precipitarse, no sea que prometamos hacer más de lo que podemos cumplir. El ejemplo de la construcción de la torre que exige hacer una buena planificación para calcular los materiales de que disponemos o del rey que planea la batalla precipitadamente, sin sentarse a estudiar sus posibilidades frente al enemigo, es suficientemente ilustrativo.

La tercera condición, renunciar a todo para poder ser discípulo, nos parece excesiva. Por si fuera poco dar la preferencia absoluta al plan de Jesús y estar dispuesto a sufrir persecución por ello, Jesús exige algo que parece estar por encima de nuestras fuerzas: renunciar a todo lo que se tiene. Se trata, sin duda, de una formulación extrema que hay que entender. El discípulo debe estar dispuesto incluso a renunciar a todo lo que tiene, si esto es obstáculo para poner fin a una sociedad injusta en la que unos acaparan en sus manos los bienes de la tierra que otros necesitan para sobrevivir. El otro tiene siempre la preferencia. Lo propio deja de ser de uno, cuando otro lo necesita. Sólo desde el desprendimiento se puede hablar de justicia, sólo desde la pobreza se puede luchar contra ella. Sólo desde ahí se puede construir la nueva sociedad, el Reino de Dios, erradicando la injusticia de la tierra.

¿Cómo seguimos a Jesús?
Para quienes quitamos con frecuencia el aguijón al Evangelio y nos gustaría que las palabras y actitudes de Jesús fuesen menos radicales, leer este texto resulta duro, pues el Maestro Nazareno es tremendamente exigente. No nos hagamos ilusiones: ¿hemos hecho una cruz blanda a nuestra manera? ¿Suavizamos el cristianismo hasta convertirlo en una religión insípida y sin compromiso?
Optar por la cruz de Jesús no es optar por el sufrimiento pasivo o la indiferencia ante circunstancias que podemos cambiar. Es optar por la vida aún a riesgo de encontrar contrariedades y problemas. Es morir en la cruz para esperar en la Resurrección.

Dios y Padre Bueno, que en la cruz de Jesús, signo de contradicción, nos has dejado la señal del triunfo verdadero, ayúdanos a escuchar su invitación a cargar su cruz, y danos el coraje y el amor necesario para dejarlo todo por su Causa y seguirlo efectivamente, por Cristo, nuestro Señor.

Amén.

No hay comentarios.: