viernes, agosto 31, 2007

Obispo Enrique Díaz Díaz

Construir con los últimos
XXII Domingo Ordinario


+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas

Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándole. Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola:
“Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: ‘Déjale el lugar a éste’, y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate a la cabecera’. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.
Luego dijo al que lo había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará cuando resuciten los justos”. (Lc 14, 1. 7-14).

Para subir al metro
¡Una tarde de locura en el metro! Para quienes no estamos acostumbrados a andar en esos trotes y sólo de vez en cuando tenemos que meternos en ese manicomio que es la ciudad de México, es toda una odisea subirse al metro. Pero había que hacerlo. Me dijo mi compañero: “Ponte abusado porque si no, te quedas afuera y ten mucho cuidado porque te quitan todo lo que traes”. En efecto, al llegar el metro se arremolinó toda la gente, codazos, empujones y nada de respeto. “Olvida por un momento la educación y la caridad, si no, nunca vas a subir”, me aleccionó nuevamente mi compañero. Con el vaivén de las personas, con muchos apretones, no se cómo, pero logramos entrar en un vagón antes que se cerrara la puerta. Alguna señora no pudo salir donde debía y muchos fueron los que se quedaron fuera. “¿Y cómo le hacemos para bajar?” me arriesgué a preguntar. “Pues de la misma manera. Tú nada más ponte abusado y empuja fuerte pues tenemos que salir”. Los mismos aventones, el remolino humano que te lleva y te trae, y logramos salir. En mi mente seguían resonando las palabras: “Ponte abusado” y me quedé rumiando qué cerca está “ser abusado” de “ser abusivo”.

La ley de la selva
Es muy humano el afán de ser, de situarse, de estar sobre los demás. Parece tan natural convivir con este deseo que lo contrario se etiqueta en nuestra sociedad como estupidez. Quien no aspira a más, quien no se sitúa por encima de los demás, quien no se sobrevalora, es tachado, a veces, de “tonto” en este mundo tan competitivo. Así nos acostumbramos a vivir en la ley de la selva, donde el más fuerte domina al débil; donde el pez grande se come al más pequeño, donde importa aparecer, subir aunque sea pisando a los demás.

Si miramos con atención, por todos lados aparece una feroz competencia que descalifica a los pequeños y que da un lugar preponderante a los fuertes. Baste escuchar a nuestros candidatos en estos días de campaña: ellos son los únicos que valen, y para demostrarlo tratan de destruir a los demás en su fama, en sus alcances y en sus valores. No importa lo que se tenga que hacer, al fin que en el amor y en la política todo se vale. Más que propuestas propias que busquen solucionar los graves problemas de la entidad, se escuchan descalificaciones, insultos y agresiones. ¡Así no se construye una nueva sociedad!

Las grandes firmas comerciales, utilizando todo tipo de artimañas, van dejando fuera a la competencia. Los pequeños productores, los campesinos, los simples artesanos son devorados por los “tiburones” de las grandes industrias y las grandes transnacionales. Todo es válido en un mundo donde sólo importa la fuerza y ocupar los primeros lugares. Muchos papás así educan a sus hijos: para sobresalir, para competir más que para compartir. Las naciones poderosas ahorcan a las del tercer mundo y, lejos de ayudar a su crecimiento, con sus “préstamos e intereses” las endeudan y empobrecen, saqueando e hipotecando sus riquezas.


La “ley” de Jesús
Los valores de la sociedad son puestos en evidencia por “los convidados escogían los primeros lugares”; los contravalores de la comunidad de Jesús, en cambio, por el consejo que da Él: “Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar”. Jesús invierte la escala de valores de la sociedad No pone en tela de juicio el banquete, símbolo de la participación y de la fraternidad, sino la forma en que hacemos el banquete: luchando por los primeros lugares e invitando solamente a quienes pueden reportarnos alguna ganancia. Así quedan fuera y despreciados los más pobres, los sencillos y los humildes. Y en lugar de que el banquete sea signo de fraternidad se convierte en manifestación plena de la discriminación, del egoísmo y de la entronización del dinero y el poder.

Jesús nos invita a actuar desde una actitud diferente, desde una actitud de gratuidad y de comunión que nos lleve a la fraternidad y a la solidaridad con el pobre, opuesta totalmente a la lógica del que busca destacar, ser reconocido, acumular, aprovecharse o excluir a los demás de su propia riqueza. Jesús nos llama a compartir gratis, sin seguir la lógica de quien siempre busca cobrar las deudas, aun a costa de humillar a ese pobre “que siempre está en deuda frente a un sistema que lo exprime”. Jesús no critica la amistad, ni las relaciones familiares, ni el amor gozosamente correspondido, pero sí critica fuertemente el egoísmo y la ambición que destruyen al hermano y que nos llevan a considerar como ajenos a nosotros a quienes no están con nosotros. El sueño de Jesús es que todos seamos hermanos y cualquier acción que limite este ideal, que lo reduzca a unos cuantos, está corrompiendo su plan salvador y el Reino de Dios.

No es fácil vivir de esta manera desinteresada en nuestros días. El camino de la gratuidad es duro, difícil y a veces agotador; va a contracorriente. Pero es posible cuando uno mismo se reconoce como regalo inmerecido del amor de Dios y cree en la lógica de Jesús: servir y no ser servido; dar la vida para ganarla; ocupar los últimos lugares y no buscar el lugar de privilegio.

De ninguna manera esto nos debe colocar en una actitud pasiva o irresponsable frente a los graves problemas de la sociedad. No es estar indiferente, es estar activo pero cuidar los intereses por lo que lo estamos haciendo. Es sentirse responsable por amor. Es construir unas relaciones propias de una humanidad nueva, una comunidad diferente donde los pequeños ocupan un lugar importante. No se trata de asistencialismo, sino de reconocimiento: construir junto con los pobres. Ésta es la lógica del Reino; ésta es la lógica de la nueva comunidad de Jesús.

Una pregunta seria nos queda en el corazón: como Iglesia o como miembros de la Iglesia, ¿buscamos los primeros lugares y servir sólo a quienes nos pueden reportar una ganancia? ¿Hemos lastimado a alguien por nuestro afán de subir y aparecer? ¿Cómo estamos construyendo esta nueva comunidad de Jesús donde reine la fraternidad?
Dios, Padre bueno, que por puro amor gratuito nos has creado y nos has regalado también gratuitamente la Vida, danos un corazón grande para amar, fuerte para luchar y generoso para entregarnos a nosotros mismos como regalo a tu familia humana, por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que entregó su vida generosamente por nosotros como el camino que hemos de seguir para llegar hasta Ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

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