Carta de viaje
Carlos Tello Díaz.
Hace cerca de tres décadas, el 17 de noviembre de 1983, fue fundado en el fondo de la Selva Lacandona lo que el mundo conoció después con el nombre de Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Sus fundadores establecieron el primer campamento en el cauce del río Negro, cerca de una comunidad que vivía inmersa en la vegetación, llamada La Candelaria.
Formaban un grupo de sólo cinco personas: tres mestizos (Germán, Elisa y Rodolfo) y dos indígenas (Frank y Javier). Elisa habría de permanecer tres años más en la selva, al mando del campamento del río Negro.
Germán residiría en la capital, donde sería por décadas —quizá lo sea todavía— comandante en jefe del EZLN. Rodolfo, a su vez, sería marginado del mando por el ascenso de uno de los cuadros mejor preparados de la guerrilla: Marcos.
Por parte de los indígenas ignoro cuál haya sido el destino de Javier, pero sé que Frank, muy activo en la organización política, tiene hoy un café muy popular en San Cristóbal de Las Casas.
Ambos eran originarios de Sabanilla, en la zona norte de Chiapas, por lo que tenían relaciones de parentesco con algunas de las familias de los ejidos asentados al sur de la laguna de Miramar —sobre todo Tierra y Libertad, formado por choles y tzotziles originarios, como ellos, de la región de Sabanilla.
En ese ejido, los zapatistas tuvieron sus primeros contactos con los campesinos de la Selva Lacandona. ¿Cuál es el saldo de la rebelión que comenzaron aquel día remoto de noviembre? En el libro que publiqué sobre el origen del levantamiento, La rebelión de las Cañadas, decía esto: “Es larga la lista de resultados, buenos y malos, que ha tenido para la nación el estallido del EZLN.
El levantamiento sacudió la conciencia de la sociedad; acabó con el triunfalismo del gobierno; replanteó la cuestión indígena; situó sin equívocos a la cabeza de las prioridades del país el problema de la marginación y de la pobreza; contribuyó también, junto con otros factores, a presionar en favor de la transición hacia la democracia.
Al mismo tiempo, sin embargo, dividió las conciencias; desestabilizó los mercados; acrecentó la violencia; fomentó el voto del miedo; revivió reflejos que parecían ya superados en sectores muy importantes de la izquierda. En la zona de conflicto, como en el resto del país, las consecuencias de la rebelión fueron también contradictorias.
El levantamiento reactivó el flujo de recursos hacia las comunidades; aceleró la solución de los problemas de tierra de los campesinos; revolucionó las normas de la impartición de justicia; impulsó los cambios que requería la ley electoral en Chiapas.
Al mismo tiempo, sin embargo, desunió a las familias; provocó la expulsión de miles de indígenas de sus poblados; dejó sin medios para subsistir a rancheros muy humildes; acentuó la inseguridad en el campo; desató la violencia entre las comunidades; implicó, inevitablemente, la militarización de las cañadas”.
Ese es el resultado del levantamiento. ¿Cuál es su saldo? Yo creo que fue bueno para el país, pero malo para las comunidades que participaron en la rebelión, como lo fue también para las comunidades de Morelos que en 1910 secundaron al general Emiliano Zapata.
Así lo pude constatar en un viaje reciente a la Selva Lacandona. Las comunidades de las cañadas habían perdido su ganado, su capital, para financiar el movimiento.
La guerrilla estaba ya desarticulada, al mando de Moisés, quien tenía el grado de teniente coronel del EZLN.
El resto de los mayores había dejado la organización: uno trabajaba para Sedesol, otro tenía un negocio en Ocosingo, otra más vivía en la Ciudad de México.
Pero las bases, como hace años, vivían pobres y marginadas. ctello@milenio.com
Carlos Tello Díaz.
Hace cerca de tres décadas, el 17 de noviembre de 1983, fue fundado en el fondo de la Selva Lacandona lo que el mundo conoció después con el nombre de Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Sus fundadores establecieron el primer campamento en el cauce del río Negro, cerca de una comunidad que vivía inmersa en la vegetación, llamada La Candelaria.
Formaban un grupo de sólo cinco personas: tres mestizos (Germán, Elisa y Rodolfo) y dos indígenas (Frank y Javier). Elisa habría de permanecer tres años más en la selva, al mando del campamento del río Negro.
Germán residiría en la capital, donde sería por décadas —quizá lo sea todavía— comandante en jefe del EZLN. Rodolfo, a su vez, sería marginado del mando por el ascenso de uno de los cuadros mejor preparados de la guerrilla: Marcos.
Por parte de los indígenas ignoro cuál haya sido el destino de Javier, pero sé que Frank, muy activo en la organización política, tiene hoy un café muy popular en San Cristóbal de Las Casas.
Ambos eran originarios de Sabanilla, en la zona norte de Chiapas, por lo que tenían relaciones de parentesco con algunas de las familias de los ejidos asentados al sur de la laguna de Miramar —sobre todo Tierra y Libertad, formado por choles y tzotziles originarios, como ellos, de la región de Sabanilla.
En ese ejido, los zapatistas tuvieron sus primeros contactos con los campesinos de la Selva Lacandona. ¿Cuál es el saldo de la rebelión que comenzaron aquel día remoto de noviembre? En el libro que publiqué sobre el origen del levantamiento, La rebelión de las Cañadas, decía esto: “Es larga la lista de resultados, buenos y malos, que ha tenido para la nación el estallido del EZLN.
El levantamiento sacudió la conciencia de la sociedad; acabó con el triunfalismo del gobierno; replanteó la cuestión indígena; situó sin equívocos a la cabeza de las prioridades del país el problema de la marginación y de la pobreza; contribuyó también, junto con otros factores, a presionar en favor de la transición hacia la democracia.
Al mismo tiempo, sin embargo, dividió las conciencias; desestabilizó los mercados; acrecentó la violencia; fomentó el voto del miedo; revivió reflejos que parecían ya superados en sectores muy importantes de la izquierda. En la zona de conflicto, como en el resto del país, las consecuencias de la rebelión fueron también contradictorias.
El levantamiento reactivó el flujo de recursos hacia las comunidades; aceleró la solución de los problemas de tierra de los campesinos; revolucionó las normas de la impartición de justicia; impulsó los cambios que requería la ley electoral en Chiapas.
Al mismo tiempo, sin embargo, desunió a las familias; provocó la expulsión de miles de indígenas de sus poblados; dejó sin medios para subsistir a rancheros muy humildes; acentuó la inseguridad en el campo; desató la violencia entre las comunidades; implicó, inevitablemente, la militarización de las cañadas”.
Ese es el resultado del levantamiento. ¿Cuál es su saldo? Yo creo que fue bueno para el país, pero malo para las comunidades que participaron en la rebelión, como lo fue también para las comunidades de Morelos que en 1910 secundaron al general Emiliano Zapata.
Así lo pude constatar en un viaje reciente a la Selva Lacandona. Las comunidades de las cañadas habían perdido su ganado, su capital, para financiar el movimiento.
La guerrilla estaba ya desarticulada, al mando de Moisés, quien tenía el grado de teniente coronel del EZLN.
El resto de los mayores había dejado la organización: uno trabajaba para Sedesol, otro tenía un negocio en Ocosingo, otra más vivía en la Ciudad de México.
Pero las bases, como hace años, vivían pobres y marginadas. ctello@milenio.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario