Teopisca, Chis; 24 de octubre.- Grietas de más de 25 metros de profundidad, deslaves y reacomodos de tierra, temblores y destrucción de casas, se ha registrado desde hace 50 días, en el poblado Tzintul, del municipio de Teopisca, lo que provocó la huida de los habitantes.
Inicialmente los ruidos bajo la tierra fueron atribuidos a la crecida de dos arroyos que atraviesan la comunidad, pero sólo cuando los pobladores vieron que la tierra se empezaba a hundir y las paredes de las casas a cuartearse, se preocuparon.
Petronoa Gómez López, que desde hace más de medio siglo llegó a vivir Tzintul, cuenta: “Mi casa es de adobe. Una noche estaba durmiendo cuando oí el sonido, pensé que el gato se iba a comer un ratón, ¡Que va ser! La tierra se rajó, se partió, ahí (bajo) de mi cama”.
Con varios nietos e hijos, Gómez López de 62 años de edad, narra: “Ya tiene varios años que vivo en Tzintul. Yo era de tierra caliente. Vinimos a vivir ahí y conseguimos dos hectáreas con mi esposo”.
En la comunidad ubicada a unos 700 metros sobre el nivel del mar, Petrona creció a sus hijos y de ellos, sólo uno vive con ella, porque aun está soltero. “Este es mi coshito (el más chiquito)”, dice la angustiada mujer.
Agrega que en el pueblo ya no hay cultivos de maíz y frijol. En las áreas de siembra, ahora sólo hay barrancos y montículos de roca y piedra que sobresalen. “Todo se acabó”.
El ocho de septiembre, cuando iniciaron los primeros temblores, Gómez López no le dio importancia a lo que oía bajo de la tierra. “¿Qué cosa será esto?”, se preguntó, pero pensó que era producto de la fuerza del agua de los arroyos que circundan Tzintul.
La mujer especulaba que el exceso de agua circulaba bajo el suelo donde se erige su casa y esto generaba fuertes sacudidas, pero la preocupación creció, cuando su casa se resquebrajó y se vino al suelo.
Del hogar donde vivió por varias décadas no hay nada. “No hay (un) pedazo bueno”, dice Petrona, que se pregunta: “¿Dónde vamos a vivir ahora?”.
Cien años
El pueblo de Tzintul fue fundado hace 110 años. En la actualidad hay 57 familias, con un total de 220 personas, que mayoritariamente se dedican a la agricultura.
Bertha Hernández Hernández temió ser “tragada” por la tierra, por lo que no lo pensó más y decidió dejar la comunidad.
Ubicada a 27 kilómetros al suroriente del municipio de Teopisca, el pueblo delimita con comunidades de municipio de Venustiano Carranza, en la zona caliente.
En el lugar no hay escuela primaria, ni secundaria, sólo el Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe), tiene un aula bilingüe.
Pablo Méndez Moreno, el primer habitante de la comunidad que dejó su hogar hace 25 días, para buscar refugio con unos familiares en la cabecera municipal de Teopisca, asegura que de no haber sido por este fenómeno, permanecieran en el olvido por las autoridades. “Hasta ahora que estamos sufriendo nos tomaron en cuenta”, considera.
Frente a la casa de Méndez Moreno un ladera de una altura aproximada de 50 metros, no cesan los deslaves. “No ha parado de bajar la tierra”.
En el área donde vive, ya no se puede transitar, por el temor de ser “tragado” por la tierra.
No quieren salir
Un geólogo que llegó en días pasados a la comunidad temió adentrarse por el área donde Pablo tenía su casa. El estudioso quería checar la profundidad de las grietas, pero optó hacerlo en otra área más segura.
En la zona de desastre, las grietas se han “comido” los árboles, los han partido en dos o desplazado en otra área.
Pablo cree que lo que el fenómeno que se ha “tragado” la mayoría de las casas de Tzintul se debe a un volcán, porque ha oído decir que en un vertiente de la comunidad Flores Magón, emana agua hirviente.
Pese a la preocupación que existe en la comunidad aun hay 15 familias que no quieren dejar sus casas, pero se espera que en los próximos días sean evacuadas y trasladadas a un refugio.
Cómo Pablo, la mayoría de los habitantes quieren apoyo en el refugio, recursos para sobrevivir y que les ayuden a resarcir los daños en sus cultivos que les servirían para comer en los próximos meses.
Las familias que han dejado la comunidad ya no quieren regresar a Tzintul, por lo que piden que les ayuden a conseguir tierras para formar un nuevo centro de población, pero está convencido que a partir de ahora, “la vida va ser más dura”.
Inicialmente los ruidos bajo la tierra fueron atribuidos a la crecida de dos arroyos que atraviesan la comunidad, pero sólo cuando los pobladores vieron que la tierra se empezaba a hundir y las paredes de las casas a cuartearse, se preocuparon.
Petronoa Gómez López, que desde hace más de medio siglo llegó a vivir Tzintul, cuenta: “Mi casa es de adobe. Una noche estaba durmiendo cuando oí el sonido, pensé que el gato se iba a comer un ratón, ¡Que va ser! La tierra se rajó, se partió, ahí (bajo) de mi cama”.
Con varios nietos e hijos, Gómez López de 62 años de edad, narra: “Ya tiene varios años que vivo en Tzintul. Yo era de tierra caliente. Vinimos a vivir ahí y conseguimos dos hectáreas con mi esposo”.
En la comunidad ubicada a unos 700 metros sobre el nivel del mar, Petrona creció a sus hijos y de ellos, sólo uno vive con ella, porque aun está soltero. “Este es mi coshito (el más chiquito)”, dice la angustiada mujer.
Agrega que en el pueblo ya no hay cultivos de maíz y frijol. En las áreas de siembra, ahora sólo hay barrancos y montículos de roca y piedra que sobresalen. “Todo se acabó”.
El ocho de septiembre, cuando iniciaron los primeros temblores, Gómez López no le dio importancia a lo que oía bajo de la tierra. “¿Qué cosa será esto?”, se preguntó, pero pensó que era producto de la fuerza del agua de los arroyos que circundan Tzintul.
La mujer especulaba que el exceso de agua circulaba bajo el suelo donde se erige su casa y esto generaba fuertes sacudidas, pero la preocupación creció, cuando su casa se resquebrajó y se vino al suelo.
Del hogar donde vivió por varias décadas no hay nada. “No hay (un) pedazo bueno”, dice Petrona, que se pregunta: “¿Dónde vamos a vivir ahora?”.
Cien años
El pueblo de Tzintul fue fundado hace 110 años. En la actualidad hay 57 familias, con un total de 220 personas, que mayoritariamente se dedican a la agricultura.
Bertha Hernández Hernández temió ser “tragada” por la tierra, por lo que no lo pensó más y decidió dejar la comunidad.
Ubicada a 27 kilómetros al suroriente del municipio de Teopisca, el pueblo delimita con comunidades de municipio de Venustiano Carranza, en la zona caliente.
En el lugar no hay escuela primaria, ni secundaria, sólo el Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe), tiene un aula bilingüe.
Pablo Méndez Moreno, el primer habitante de la comunidad que dejó su hogar hace 25 días, para buscar refugio con unos familiares en la cabecera municipal de Teopisca, asegura que de no haber sido por este fenómeno, permanecieran en el olvido por las autoridades. “Hasta ahora que estamos sufriendo nos tomaron en cuenta”, considera.
Frente a la casa de Méndez Moreno un ladera de una altura aproximada de 50 metros, no cesan los deslaves. “No ha parado de bajar la tierra”.
En el área donde vive, ya no se puede transitar, por el temor de ser “tragado” por la tierra.
No quieren salir
Un geólogo que llegó en días pasados a la comunidad temió adentrarse por el área donde Pablo tenía su casa. El estudioso quería checar la profundidad de las grietas, pero optó hacerlo en otra área más segura.
En la zona de desastre, las grietas se han “comido” los árboles, los han partido en dos o desplazado en otra área.
Pablo cree que lo que el fenómeno que se ha “tragado” la mayoría de las casas de Tzintul se debe a un volcán, porque ha oído decir que en un vertiente de la comunidad Flores Magón, emana agua hirviente.
Pese a la preocupación que existe en la comunidad aun hay 15 familias que no quieren dejar sus casas, pero se espera que en los próximos días sean evacuadas y trasladadas a un refugio.
Cómo Pablo, la mayoría de los habitantes quieren apoyo en el refugio, recursos para sobrevivir y que les ayuden a resarcir los daños en sus cultivos que les servirían para comer en los próximos meses.
Las familias que han dejado la comunidad ya no quieren regresar a Tzintul, por lo que piden que les ayuden a conseguir tierras para formar un nuevo centro de población, pero está convencido que a partir de ahora, “la vida va ser más dura”.
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