
San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, 4 junio.- El suicidio de jovenes indígenas es un tema de preocupación para la diócesis de San Cristóbal de Las Casas, cuyo obispo auxiliar Enrique Díaz Díaz, reflexionó sobre el tema y ligado al deterioro alarmante de la sociedad.
“La comunidad se quedó en un espantoso silencio durante muchos días. Duelen las palabras, duelen los murmullos, duelen los recuerdos, duele la risa de los niños, todo duele. A pesar de que transcurre ya mucho tiempo, toda la comunidad sigue en duelo. Es que nunca había acontecido en el pequeño poblado una tragedia tan espantosa: dos adolescentes se había suicidado. Primeramente uno y a los pocos días el otro”, relata el obispo de la diócesis más grande de Chiapas y con el índice más alto de pobreza, marginación y población indígena.
“Nunca como ahora habíamos vivido tantos suicidios en nuestro estado y en nuestras comunidades y eso ante el aparente progreso y las supuestas mejores condiciones de vida ¿Qué nos está fallando?”, cuestiona el religioso quien conmueve con su relato: “La vida parece detenerse, los ruidos lastiman y todos se preguntan por qué. Nadie acierta a dar una respuesta y se mira de reojo a los otros jóvenes y adolescentes y se hace exigente la pregunta: ¿qué pasará por sus mentes?
“Es cierto –agrega- que ha habido problemas, es cierto que la vida no es fácil, pero llegar al suicidio deja una herida en toda la comunidad. Las causas o pretextos pueden parecer muy particulares, pero todos se sienten un poco culpables. Los padres de los chicos están inconsolables, sienten como un fracaso no haber descubierto las tendencias de sus hijos, indagan, preguntan y no encuentran razones válidas. Toda la comunidad se siente culpable y adolorida”, tomando en cuenta el vínculo colectivo en esas comunidades rurales.
Aseguró que “nunca como ahora habíamos vivido tantos suicidios en nuestro estado y en nuestras comunidades y eso ante el aparente progreso y las supuestas mejores condiciones de vida ¿Qué nos está fallando?” pregunta.
El tema se tocó la semana pasada en la Asamblea Diocesana anual y el deterioro alarmante de lo que “llamamos nuestra madre Tierra, luchas y divisiones, acaparamiento y abandono, destrucción, tala inmoderada, sobrecalentamiento, basura, smog, desperdicios… ¡Estamos destruyendo nuestra casa!”.
Advirtió que la globalización que para algunos es “el gran sueño de hacer una aldea global donde no haya fronteras, donde se hagan comunes los valores, donde haya una integración de los pueblos, donde puede haber más riqueza, creatividad y oferta, juntamente con los beneficios, ha acarreado a nuestras comunidades, lo mismo que a todo el mundo, también graves calamidades”.
La globalización, consideró “está encerrando al hombre en criterios más egoístas y lo está llevando a ignorar los valores universales que dan dignidad al hombre y a la sociedad. Está creando el egoísmo, la frustración, la exclusión y la muerte.”
Y lamentó que quienes más sufren estos embates, sin siquiera advertirlo son los jóvenes, “se quedan sin las bases, pocas o muchas, que les ofrecía una comunidad, y se enfrentan a una batalla feroz entre la eficacia y la productividad, la comercialización y el consumismo y se enfrascan en una carrera que no tiene final.
“Corren y corren con ansiedad y no logran alcanzar la felicidad que tanto les prometen. Se quedan sin valores, sin anhelos y pierden las ganas de vivir.
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