Federico Mastrogiovanni
Desde los monos blancos, activistas que en 2001 arribaron de Italia para apoyar a los zapatistas en Chiapas, jóvenes de España, Francia y Alemania encuentran en el sur profundo del país un territorio donde canalizar su energía política.
Pocos días después del 27 de marzo, en un pequeño pueblo del sur de Italia llamado Galatina, en la región de Puglia, un grupo de personas escribía asustado a la Secretaría de Asuntos Exteriores italiana para denunciar que en una foto de un periódico mexicano que habían visto en internet, aparecía una persona identificada como El subcomandante Marcos sin serlo, pues en realidad era un viejo amigo de ellos, un tal Leuccio Rizzo, de 38 años, que lleva los últimos dos años en México cooperando en algunas comunidades zapatistas de Chiapas. El mismo Leuccio escribió el primero de abril una carta al diario Reforma para aclarar el error, así como para denunciar al periódico por los daños que le crearon y que puedan crearle en el futuro. En las fotos aparecían algunos otros activistas que el periódico presentaba como italianos y cercanos a las comunidades zapatistas. Éstos no llevaban traje blanco, pero muchos mexicanos los han relacionado de inmediato con otros europeos que hace años empezaron a llegar a Chiapas.
Esta historia comienza en el año 2001, cuando activistas vestidos con traje blanco llegaron de Italia para ayudar al movimiento zapatista a organizar la seguridad en la campaña de Marcos por el país, cuya meta era la llegada al Zócalo capitalino. Los “desobedientes”, que en Italia se llamaban Tute bianche (trajes blancos), aquí recibieron pronto el nombre de monos blancos. Así describió a esos extranjeros la periodista Blanche Petrich el 14 de marzo de 2001 en La Jornada : “Los monos del zapatour pertenecen a la generación del post-fordismo, el modelo de reorganización industrial que atomizó las grandes concentraciones de producción bajo el control de un puñado de trasnacionales. Con ello sobreviene una rápida desorganización de los sindicatos y la pérdida de las conquistas laborales. (...) Para la generación de entre 20 y 40 años en Europa la precarización laboral es algo normal. Sólo 10 por ciento de los trabajadores italianos en ese rango de edad cuentan con un empleo estable. Los monos afinan el concepto de la desobediencia civil. Hartos de las palizas de la policía buscan formas de lucha que le reviertan a la policía su agresividad. Deciden entonces poner su cuerpo en juego. Diseñan trajes de protección corporal tipo La guerra de las galaxias y avanzan en las trifulcas con las manos en alto”.
El fenómeno de los monos blancos se acabó con la década, pero lo que no se acaba es el flujo de activistas y jóvenes europeos, en particular italianos, que dejan su país para lo que algunos llaman “turismo revolucionario” en las montañas del sureste mexicano. Según Antonella Passani, doctora en antropología e investigadora en ciencias sociales, estudios culturales y teorías postcoloniales en Roma, el asunto de los monos blancos y del llamado “turismo revolucionario” de los europeos en Chiapas es un fenómeno más complejo y menos banal de lo que parece: fuera de la ironía y de los aspectos folklóricos de quitarle el pasamontañas a un “turista revolucionario”, y más allá del subcomandante Marcos se puede encontrar otra cara de un fenómeno complejo que afecta a esa izquierda europea que cruza el océano y aterriza en la política mexicana. Detrás de las razones declaradas, se descubren caras ocultas, más complejas, menos obvias. Detrás de los errores de un periódico, hay historias implícitas que tal vez merecen ser contadas.
FM: ¿Se puede hablar de esto como un fenómeno social?
AP: Sí, es un fenómeno social. Es seguramente una cuestión generacional. Italia es un país en donde la participación política es muy alta con respecto a las otras democracias maduras. El deseo de una participación política rica en ideales no encuentra espacio en Italia y se proyecta a otros lugares, así el zapatismo ha dado una nueva utopia a los jóvenes italianos.
FM: Pero se proyecta en Chiapas, no en África.
AP: Esto porque por un lado el zapatismo supo comunicarse al exterior de manera eficaz y atractiva, y por otro lado porque la lucha indígena tiene un imaginario muy poderoso. Los ideales de la izquierda radical son enriquecidos por el sentimiento de exotismo; por exotismo entiendo ver al llamado nativo o indígena como un ser no corrupto (a diferencia del hombre occidental), que vive en armonía con la naturaleza, que pertenece a una sociedad basada en la comunidad, percibida como más igualitaria que la industrializada. Una sociedad menos alienante.
FM: ¿Y esto es cierto?
AP: Claramente es un estereotipo. A lo mejor un estereotipo positivo, pero es un estereotipo que hizo explotar las taquillas de todo el mundo con la película Avatar, basada en el mismo esquema. El “otro” es puro, prístino, y nosotros somos los malos. Y el “otro” no tiene más que dos alternativas, ser matado o ser salvado por nosotros. Y aquí entra la perspectiva colonial occidental.
FM ¿Hay otras razones, por ejemplo, las políticas?
AP: En los años ochenta colapsaron las viejas clases sociales, pero no desaparecieron, se reconfiguraron, y los partidos de la izquierda italiana y europea no entendieron esto. Cuando se muere la idea del obrero la izquierda se pregunta, ¿a quién tenemos para defender? ¿Quién es el subalterno por quien tenemos que luchar? Más bien, el joven burgués que se quiere rebelar contra su familia y que necesita un pobre a quien salvar, ¿con quién va a luchar? En Italia se pierde la clase subalterna y si en Chiapas piden ayuda, pues uno se lanza a Chiapas, en una realidad, seguramente “otra”, pero no extrema.
FM: Los activistas vienen principalmente de Italia, España, Francia, Alemania. ¿Por qué?
AP: Porque en estos países hay una tradición muy fuerte de participación política que se encuentra con partidos que ya no son capaces de movilizar a la gente, y también porque ahí tienen la capacidad económica de hacerlo. En Italia pasa algo más y el vínculo con el zapatismo es más fuerte y es también cronológico. Si ponemos en línea el levantamiento de 1994 en Chiapas, los movimientos antiglobalización de Seattle en 1999 y el Social Forum de Genova en 2001, hay una coherencia de ideales muy fuerte. “Otro mundo es posible”, dicen los zapatistas, y eso se vuelve el lema del movimiento global. Al principio entonces había un razonamiento político fuerte y una lectura geopolítica mundial afín. Hace 10 años se iba a Chiapas con una idea fuerte de cambio político postercermundista y altermundista, y los que están ahí, que ahora tienen 38 o 40 años, lo hacen por un sentido de responsabilidad, de fuga de la precariedad alienante italiana. Y los más jóvenes porque ellos también quieren su parte del sueño del zapatismo, y van y la toman.
FM: La movilización hacia Chiapas, entonces, parece depender más de la cabeza de quien sale de Italia que de las propuestas de los zapatistas...
AP: En parte. Porque sin los zapatistas no habría toda esta fuerza de atracción. Seguramente son exóticos, pero al mismo tiempo representan una causa de la que se percibe la necesidad, y también voceros de algunas instancias importantes y actuales, como el derecho de los pueblos indígenas a la tierra, la lucha en contra de las transnacionales y los gobiernos colonialistas, una forma de participación comunitaria fuerte que critica el concepto de representación y habla de participación, de decisiones tomadas sólo si toda la comunidad está de acuerdo, luego el derecho a la no discriminación, a la salud y a la educación. Todos temas que por tradición política nuestra izquierda tendría, pero que ya no ejerce con la fuerza necesaria para que los jóvenes se sientan atraídos.
FM: Entonces, ¿por qué los jóvenes europeos en las comunidades zapatistas son más que los mexicanos?
AP: Yo creo que de alguna manera los zapatistas se han comunicado mejor afuera que adentro, en el sentido que la audiencia europea estaba más lista para recibir valores post-productivos, inmateriales, mientras que en México todavía es muy fuerte la cuestión de las necesidades primarias. Por otro lado, es más fácil solidarizarse con un sujeto que está lejos. Los italianos no se sienten culpables con los zapatistas. Hay un ejemplo muy claro. En Italia los gitanos son muy marginalizados, son evidentemente subalternos, pero nadie o casi nadie se moviliza en nombre de ellos. Los italianos sabemos que nosotros pusimos a los gitanos en campamentos que parecen basureros, así como en México se sabe que la cuestión indígena es —en parte causada por, pero no solamente— una cuestión de colonialismo interno. Se crearía lo que en antropología se llama exceso de intimidad. Para los italianos los indígenas son puros y exóticos, para los mexicanos son premodernos.
FM: ¿Qué entiendes exactamente por exotismo?
AP: Es un aspecto del colonialismo. El colonialismo no ha sido sólo sumisión violenta del “otro”, sino también fascinación e invención de una alteridad construida por oposición. Es decir, sensorial, libre, igualitaria, prelógica, poética, espiritual. Entonces los internacionalistas en Chiapas, un poco sin querer, llevan este aspecto colonialista de alguna manera con ellos, en el creer que tienen que salvar al otro, que entonces es más débil, sin defensa, a veces incapaz. El subcomandante Marcos de alguna manera ha enviado mensajes de solidaridad a los movimientos no globales en momentos clave, y muchos miembros de la comandancia han viajado por toda Europa y por Italia dando apoyo a los movimientos italianos, pero de todas formas se crea este desequilibrio. Es muy importante subrayar que estas son claves de interpretación de un fenómeno. No estoy diciendo que quien se va a Chiapas a cooperar con los zapatista piensa conscientemente todo esto; creo, no obstante, que estos elementos nos ayudan a entender lo que pasa.
Desde los monos blancos, activistas que en 2001 arribaron de Italia para apoyar a los zapatistas en Chiapas, jóvenes de España, Francia y Alemania encuentran en el sur profundo del país un territorio donde canalizar su energía política.
Pocos días después del 27 de marzo, en un pequeño pueblo del sur de Italia llamado Galatina, en la región de Puglia, un grupo de personas escribía asustado a la Secretaría de Asuntos Exteriores italiana para denunciar que en una foto de un periódico mexicano que habían visto en internet, aparecía una persona identificada como El subcomandante Marcos sin serlo, pues en realidad era un viejo amigo de ellos, un tal Leuccio Rizzo, de 38 años, que lleva los últimos dos años en México cooperando en algunas comunidades zapatistas de Chiapas. El mismo Leuccio escribió el primero de abril una carta al diario Reforma para aclarar el error, así como para denunciar al periódico por los daños que le crearon y que puedan crearle en el futuro. En las fotos aparecían algunos otros activistas que el periódico presentaba como italianos y cercanos a las comunidades zapatistas. Éstos no llevaban traje blanco, pero muchos mexicanos los han relacionado de inmediato con otros europeos que hace años empezaron a llegar a Chiapas.
Esta historia comienza en el año 2001, cuando activistas vestidos con traje blanco llegaron de Italia para ayudar al movimiento zapatista a organizar la seguridad en la campaña de Marcos por el país, cuya meta era la llegada al Zócalo capitalino. Los “desobedientes”, que en Italia se llamaban Tute bianche (trajes blancos), aquí recibieron pronto el nombre de monos blancos. Así describió a esos extranjeros la periodista Blanche Petrich el 14 de marzo de 2001 en La Jornada : “Los monos del zapatour pertenecen a la generación del post-fordismo, el modelo de reorganización industrial que atomizó las grandes concentraciones de producción bajo el control de un puñado de trasnacionales. Con ello sobreviene una rápida desorganización de los sindicatos y la pérdida de las conquistas laborales. (...) Para la generación de entre 20 y 40 años en Europa la precarización laboral es algo normal. Sólo 10 por ciento de los trabajadores italianos en ese rango de edad cuentan con un empleo estable. Los monos afinan el concepto de la desobediencia civil. Hartos de las palizas de la policía buscan formas de lucha que le reviertan a la policía su agresividad. Deciden entonces poner su cuerpo en juego. Diseñan trajes de protección corporal tipo La guerra de las galaxias y avanzan en las trifulcas con las manos en alto”.
El fenómeno de los monos blancos se acabó con la década, pero lo que no se acaba es el flujo de activistas y jóvenes europeos, en particular italianos, que dejan su país para lo que algunos llaman “turismo revolucionario” en las montañas del sureste mexicano. Según Antonella Passani, doctora en antropología e investigadora en ciencias sociales, estudios culturales y teorías postcoloniales en Roma, el asunto de los monos blancos y del llamado “turismo revolucionario” de los europeos en Chiapas es un fenómeno más complejo y menos banal de lo que parece: fuera de la ironía y de los aspectos folklóricos de quitarle el pasamontañas a un “turista revolucionario”, y más allá del subcomandante Marcos se puede encontrar otra cara de un fenómeno complejo que afecta a esa izquierda europea que cruza el océano y aterriza en la política mexicana. Detrás de las razones declaradas, se descubren caras ocultas, más complejas, menos obvias. Detrás de los errores de un periódico, hay historias implícitas que tal vez merecen ser contadas.
FM: ¿Se puede hablar de esto como un fenómeno social?
AP: Sí, es un fenómeno social. Es seguramente una cuestión generacional. Italia es un país en donde la participación política es muy alta con respecto a las otras democracias maduras. El deseo de una participación política rica en ideales no encuentra espacio en Italia y se proyecta a otros lugares, así el zapatismo ha dado una nueva utopia a los jóvenes italianos.
FM: Pero se proyecta en Chiapas, no en África.
AP: Esto porque por un lado el zapatismo supo comunicarse al exterior de manera eficaz y atractiva, y por otro lado porque la lucha indígena tiene un imaginario muy poderoso. Los ideales de la izquierda radical son enriquecidos por el sentimiento de exotismo; por exotismo entiendo ver al llamado nativo o indígena como un ser no corrupto (a diferencia del hombre occidental), que vive en armonía con la naturaleza, que pertenece a una sociedad basada en la comunidad, percibida como más igualitaria que la industrializada. Una sociedad menos alienante.
FM: ¿Y esto es cierto?
AP: Claramente es un estereotipo. A lo mejor un estereotipo positivo, pero es un estereotipo que hizo explotar las taquillas de todo el mundo con la película Avatar, basada en el mismo esquema. El “otro” es puro, prístino, y nosotros somos los malos. Y el “otro” no tiene más que dos alternativas, ser matado o ser salvado por nosotros. Y aquí entra la perspectiva colonial occidental.
FM ¿Hay otras razones, por ejemplo, las políticas?
AP: En los años ochenta colapsaron las viejas clases sociales, pero no desaparecieron, se reconfiguraron, y los partidos de la izquierda italiana y europea no entendieron esto. Cuando se muere la idea del obrero la izquierda se pregunta, ¿a quién tenemos para defender? ¿Quién es el subalterno por quien tenemos que luchar? Más bien, el joven burgués que se quiere rebelar contra su familia y que necesita un pobre a quien salvar, ¿con quién va a luchar? En Italia se pierde la clase subalterna y si en Chiapas piden ayuda, pues uno se lanza a Chiapas, en una realidad, seguramente “otra”, pero no extrema.
FM: Los activistas vienen principalmente de Italia, España, Francia, Alemania. ¿Por qué?
AP: Porque en estos países hay una tradición muy fuerte de participación política que se encuentra con partidos que ya no son capaces de movilizar a la gente, y también porque ahí tienen la capacidad económica de hacerlo. En Italia pasa algo más y el vínculo con el zapatismo es más fuerte y es también cronológico. Si ponemos en línea el levantamiento de 1994 en Chiapas, los movimientos antiglobalización de Seattle en 1999 y el Social Forum de Genova en 2001, hay una coherencia de ideales muy fuerte. “Otro mundo es posible”, dicen los zapatistas, y eso se vuelve el lema del movimiento global. Al principio entonces había un razonamiento político fuerte y una lectura geopolítica mundial afín. Hace 10 años se iba a Chiapas con una idea fuerte de cambio político postercermundista y altermundista, y los que están ahí, que ahora tienen 38 o 40 años, lo hacen por un sentido de responsabilidad, de fuga de la precariedad alienante italiana. Y los más jóvenes porque ellos también quieren su parte del sueño del zapatismo, y van y la toman.
FM: La movilización hacia Chiapas, entonces, parece depender más de la cabeza de quien sale de Italia que de las propuestas de los zapatistas...
AP: En parte. Porque sin los zapatistas no habría toda esta fuerza de atracción. Seguramente son exóticos, pero al mismo tiempo representan una causa de la que se percibe la necesidad, y también voceros de algunas instancias importantes y actuales, como el derecho de los pueblos indígenas a la tierra, la lucha en contra de las transnacionales y los gobiernos colonialistas, una forma de participación comunitaria fuerte que critica el concepto de representación y habla de participación, de decisiones tomadas sólo si toda la comunidad está de acuerdo, luego el derecho a la no discriminación, a la salud y a la educación. Todos temas que por tradición política nuestra izquierda tendría, pero que ya no ejerce con la fuerza necesaria para que los jóvenes se sientan atraídos.
FM: Entonces, ¿por qué los jóvenes europeos en las comunidades zapatistas son más que los mexicanos?
AP: Yo creo que de alguna manera los zapatistas se han comunicado mejor afuera que adentro, en el sentido que la audiencia europea estaba más lista para recibir valores post-productivos, inmateriales, mientras que en México todavía es muy fuerte la cuestión de las necesidades primarias. Por otro lado, es más fácil solidarizarse con un sujeto que está lejos. Los italianos no se sienten culpables con los zapatistas. Hay un ejemplo muy claro. En Italia los gitanos son muy marginalizados, son evidentemente subalternos, pero nadie o casi nadie se moviliza en nombre de ellos. Los italianos sabemos que nosotros pusimos a los gitanos en campamentos que parecen basureros, así como en México se sabe que la cuestión indígena es —en parte causada por, pero no solamente— una cuestión de colonialismo interno. Se crearía lo que en antropología se llama exceso de intimidad. Para los italianos los indígenas son puros y exóticos, para los mexicanos son premodernos.
FM: ¿Qué entiendes exactamente por exotismo?
AP: Es un aspecto del colonialismo. El colonialismo no ha sido sólo sumisión violenta del “otro”, sino también fascinación e invención de una alteridad construida por oposición. Es decir, sensorial, libre, igualitaria, prelógica, poética, espiritual. Entonces los internacionalistas en Chiapas, un poco sin querer, llevan este aspecto colonialista de alguna manera con ellos, en el creer que tienen que salvar al otro, que entonces es más débil, sin defensa, a veces incapaz. El subcomandante Marcos de alguna manera ha enviado mensajes de solidaridad a los movimientos no globales en momentos clave, y muchos miembros de la comandancia han viajado por toda Europa y por Italia dando apoyo a los movimientos italianos, pero de todas formas se crea este desequilibrio. Es muy importante subrayar que estas son claves de interpretación de un fenómeno. No estoy diciendo que quien se va a Chiapas a cooperar con los zapatista piensa conscientemente todo esto; creo, no obstante, que estos elementos nos ayudan a entender lo que pasa.
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