XXVIII Domingo Ordinario
+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó corriendo un hombre, se arrodilló ante él y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre”.
Entonces él le contestó: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde muy joven”. Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo una cosa te falta: Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme”. Pero al oír estas palabras, el hombre se entristeció y se fue apesadumbrado, porque tenía muchos bienes.
Jesús, mirando a su alrededor, dijo entonces a sus discípulos: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!”. Los discípulos quedaron sorprendidos ante estas palabras; pero Jesús insistió: “Hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios”. Ellos se asombraron todavía más y comentaban entre sí: “Entonces, ¿quién puede salvarse?” Jesús, mirándolos fijamente, les dijo: “Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible”.
Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte”. Jesús le respondió: “Yo les aseguro: Nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, en esta vida, el ciento por uno en casa, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna”. (Mc 10, 17-30).
El Achoque
“La ambición nos hace ir terminando con todas las cosas – comenta preocupado Don Margarito, un anciano pescador del lago de Pátzcuaro – Ya no hay muchas especies que antes encontrábamos fácilmente. Ya casi no hay pescado blanco, ni truchas, pero el que sí se acabó de al tiro fue el achoque”. “¿Qué era eso del achoque?”, le pregunto e inmediatamente continúa su narración: “Era algo así como un renacuajo o como un ajolote. Cuando estábamos chiquillos, los sacábamos a puños junto con los pescados, recogíamos unos cuantos y los demás los devolvíamos al agua. Casi nadie lo quería comer. Pero hay nomás, que empiezan a decir que era muy sabroso, que servía como medicina sobre todo para la garganta y entonces empezamos a sacar cubetadas. Los vendíamos a un peso cada uno. Pero en un ratito que se van acabando. Ahorita, dicen que sólo hay en un convento de las madres de Pátzcuaro para hacer sus medicinas, o que otros lo tienen en un vivero, pero ya los niños de hoy no lo conocen. Por la ambición nos lo acabamos y así vamos acabando con todo”.
Para alcanzar la vida eterna
El evangelio de este día es uno de esos evangelios a los que le buscamos explicaciones y decimos que Jesús habla en forma figurada para no comprometernos en serio con lo que Él afirma. Sigue de camino con sus discípulos y van enseñando lo más importante para su seguimiento. Corriendo, se acerca un hombre y pregunta a Jesús: “¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Ya la misma pregunta en sí nos llama la atención. No parece que muchas personas estén interesadas en ganarse la vida eterna. Aparecen muchos libros y recetas para ganar dinero, éxito, poder, pero casi nadie estaría interesado en saber cómo ganarse la vida eterna, la plenitud de la vida. No sabemos si este hombre sea un sincero buscador de la verdad y que quiera seguir a Cristo, o si bien solamente se trate de un judío que quiere cumplir bien con su religión. La respuesta de Jesús, para muchos de nosotros, es ya bastante exigente: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre”. No insiste Jesús en muchas celebraciones o mucho culto, insiste en el amor y la relación con el prójimo. Así Jesús, como ya lo habían hecho muchos profetas anteriores, afirma que la ofensa en contra del ser humano es la que ofende a Dios. Para nuestra sorpresa el hombre afirma que lo ha cumplido todo desde pequeño. Cosa que ojalá pudiéramos decir cada uno de nosotros.
Lo miró con amor
Para hacer su propuesta Jesús, lo hace a partir del amor. Toda su exigencia se entiende solamente como respuesta del amor y por amor. “Una cosa te falta”, sí, es una sola cosa, pero es la decisiva: pensar en una manera nueva, mirar de otra forma la propia vida, tener otros intereses. Y ahí se complica todo, no es que el hombre rico no piense, sino que sus pensamientos funcionan, y muy bien, pero sólo en una dirección: defender, aumentar, consolidar las propias posesiones, hacer crecer su riqueza. No es capaz de pensar en otra forma de vivir. Y Cristo le propone un seguimiento radical, al mirarlo con amor, lo invita a ser su discípulo, que dejara de seguir apeteciendo el dinero, de confiar en el dinero. Le invita a vivir como Él mismo vive: en verdadera libertad, felicidad y amor. El apego a los bienes endurece el corazón, dificulta las relaciones con los demás, enfría la fraternidad humana, nos cierra al compartir con el necesitado. En una palabra: hace imposible el seguimiento de Cristo.
La ambición
La ambición del dinero, aunque a veces no lo tengamos, nos lleva a destruir y destruirnos con tal de poseer. El rico nunca se conforma con lo que ya tiene, siempre ambiciona más y destruye. El grave problema de nuestro mundo, como lo afirma el papa Benedicto en su carta Caritas in Veritate, no es la falta de alimentos pues “la riqueza crece en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades…en las zonas más pobres, algunos gozan de un tipo de superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora”. El verdadero problema es la ambición. La ambición provoca la corrupción, la violación de derechos humanos, la ilegalidad, la destrucción del medio ambiente a favor de unos cuantos, miseria y pobreza. Nuestro planeta, semidestruido y agotado, nos grita que ha sido testigo en carne propia, de ambiciones que lo han saqueado y puesto al borde de su destrucción. El agua, el aire, los árboles, las minas, lejos de ser una fuente de ingresos y bienestar para todos los hermanos, se han convertido en botín de unos cuantos que saquean y arrebatan y al final dejan las zonas estériles y vacías. La afirmación de Jesús: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios”!, es muy dura si nos la tomamos en serio.
Con el corazón libre
Seguir a Jesús es muy exigente. La invitación que hace con amor a ser uno de los suyos exige tener el corazón libre. No sólo hay que dejar todos los bienes, sino que hay que repartirlo a los pobres. No basta respetar la justicia, hay que ir a la raíz del mal y fundamento de la injusticia: la ambición de la riqueza. Así aquel hombre prefiere seguir “cumpliendo” mandamientos, pero no se arriesga a la aventura de una entrega total y un amor verdadero que ofrece Jesús. De ahí también el escándalo de los discípulos y las interpretaciones sencillas y fáciles que muchos buscan para poder “pasar por el ojo de una aguja”. Lo importante es la libertad del corazón.
Como cada domingo la Palabra de Dios nos viene a exigir y a cuestionar profundamente. Acerquémonos a Jesús con todas nuestras posesiones, poquitas o muchas, y veamos si no nos están atando el corazón. Miremos si nuestra ambición no ha dañado a personas, a la naturaleza, a la familia, o nuestra relación con Dios. Descubramos juntos con Jesús qué es lo que nos hace falta para encontrar una vida verdadera y plena. Y entonces escuchemos las palabras amorosas de Jesús: “Ven y sígueme”.
Te pedimos, Señor, que tu gracia nos purifique y nos libere, nos inspire y acompañe siempre, para que podamos descubrirte en todos y amarte y servirte en cada uno. Amén.
+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó corriendo un hombre, se arrodilló ante él y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre”.
Entonces él le contestó: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde muy joven”. Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo una cosa te falta: Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme”. Pero al oír estas palabras, el hombre se entristeció y se fue apesadumbrado, porque tenía muchos bienes.
Jesús, mirando a su alrededor, dijo entonces a sus discípulos: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!”. Los discípulos quedaron sorprendidos ante estas palabras; pero Jesús insistió: “Hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios”. Ellos se asombraron todavía más y comentaban entre sí: “Entonces, ¿quién puede salvarse?” Jesús, mirándolos fijamente, les dijo: “Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible”.
Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte”. Jesús le respondió: “Yo les aseguro: Nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, en esta vida, el ciento por uno en casa, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna”. (Mc 10, 17-30).
El Achoque
“La ambición nos hace ir terminando con todas las cosas – comenta preocupado Don Margarito, un anciano pescador del lago de Pátzcuaro – Ya no hay muchas especies que antes encontrábamos fácilmente. Ya casi no hay pescado blanco, ni truchas, pero el que sí se acabó de al tiro fue el achoque”. “¿Qué era eso del achoque?”, le pregunto e inmediatamente continúa su narración: “Era algo así como un renacuajo o como un ajolote. Cuando estábamos chiquillos, los sacábamos a puños junto con los pescados, recogíamos unos cuantos y los demás los devolvíamos al agua. Casi nadie lo quería comer. Pero hay nomás, que empiezan a decir que era muy sabroso, que servía como medicina sobre todo para la garganta y entonces empezamos a sacar cubetadas. Los vendíamos a un peso cada uno. Pero en un ratito que se van acabando. Ahorita, dicen que sólo hay en un convento de las madres de Pátzcuaro para hacer sus medicinas, o que otros lo tienen en un vivero, pero ya los niños de hoy no lo conocen. Por la ambición nos lo acabamos y así vamos acabando con todo”.
Para alcanzar la vida eterna
El evangelio de este día es uno de esos evangelios a los que le buscamos explicaciones y decimos que Jesús habla en forma figurada para no comprometernos en serio con lo que Él afirma. Sigue de camino con sus discípulos y van enseñando lo más importante para su seguimiento. Corriendo, se acerca un hombre y pregunta a Jesús: “¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Ya la misma pregunta en sí nos llama la atención. No parece que muchas personas estén interesadas en ganarse la vida eterna. Aparecen muchos libros y recetas para ganar dinero, éxito, poder, pero casi nadie estaría interesado en saber cómo ganarse la vida eterna, la plenitud de la vida. No sabemos si este hombre sea un sincero buscador de la verdad y que quiera seguir a Cristo, o si bien solamente se trate de un judío que quiere cumplir bien con su religión. La respuesta de Jesús, para muchos de nosotros, es ya bastante exigente: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre”. No insiste Jesús en muchas celebraciones o mucho culto, insiste en el amor y la relación con el prójimo. Así Jesús, como ya lo habían hecho muchos profetas anteriores, afirma que la ofensa en contra del ser humano es la que ofende a Dios. Para nuestra sorpresa el hombre afirma que lo ha cumplido todo desde pequeño. Cosa que ojalá pudiéramos decir cada uno de nosotros.
Lo miró con amor
Para hacer su propuesta Jesús, lo hace a partir del amor. Toda su exigencia se entiende solamente como respuesta del amor y por amor. “Una cosa te falta”, sí, es una sola cosa, pero es la decisiva: pensar en una manera nueva, mirar de otra forma la propia vida, tener otros intereses. Y ahí se complica todo, no es que el hombre rico no piense, sino que sus pensamientos funcionan, y muy bien, pero sólo en una dirección: defender, aumentar, consolidar las propias posesiones, hacer crecer su riqueza. No es capaz de pensar en otra forma de vivir. Y Cristo le propone un seguimiento radical, al mirarlo con amor, lo invita a ser su discípulo, que dejara de seguir apeteciendo el dinero, de confiar en el dinero. Le invita a vivir como Él mismo vive: en verdadera libertad, felicidad y amor. El apego a los bienes endurece el corazón, dificulta las relaciones con los demás, enfría la fraternidad humana, nos cierra al compartir con el necesitado. En una palabra: hace imposible el seguimiento de Cristo.
La ambición
La ambición del dinero, aunque a veces no lo tengamos, nos lleva a destruir y destruirnos con tal de poseer. El rico nunca se conforma con lo que ya tiene, siempre ambiciona más y destruye. El grave problema de nuestro mundo, como lo afirma el papa Benedicto en su carta Caritas in Veritate, no es la falta de alimentos pues “la riqueza crece en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades…en las zonas más pobres, algunos gozan de un tipo de superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora”. El verdadero problema es la ambición. La ambición provoca la corrupción, la violación de derechos humanos, la ilegalidad, la destrucción del medio ambiente a favor de unos cuantos, miseria y pobreza. Nuestro planeta, semidestruido y agotado, nos grita que ha sido testigo en carne propia, de ambiciones que lo han saqueado y puesto al borde de su destrucción. El agua, el aire, los árboles, las minas, lejos de ser una fuente de ingresos y bienestar para todos los hermanos, se han convertido en botín de unos cuantos que saquean y arrebatan y al final dejan las zonas estériles y vacías. La afirmación de Jesús: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios”!, es muy dura si nos la tomamos en serio.
Con el corazón libre
Seguir a Jesús es muy exigente. La invitación que hace con amor a ser uno de los suyos exige tener el corazón libre. No sólo hay que dejar todos los bienes, sino que hay que repartirlo a los pobres. No basta respetar la justicia, hay que ir a la raíz del mal y fundamento de la injusticia: la ambición de la riqueza. Así aquel hombre prefiere seguir “cumpliendo” mandamientos, pero no se arriesga a la aventura de una entrega total y un amor verdadero que ofrece Jesús. De ahí también el escándalo de los discípulos y las interpretaciones sencillas y fáciles que muchos buscan para poder “pasar por el ojo de una aguja”. Lo importante es la libertad del corazón.
Como cada domingo la Palabra de Dios nos viene a exigir y a cuestionar profundamente. Acerquémonos a Jesús con todas nuestras posesiones, poquitas o muchas, y veamos si no nos están atando el corazón. Miremos si nuestra ambición no ha dañado a personas, a la naturaleza, a la familia, o nuestra relación con Dios. Descubramos juntos con Jesús qué es lo que nos hace falta para encontrar una vida verdadera y plena. Y entonces escuchemos las palabras amorosas de Jesús: “Ven y sígueme”.
Te pedimos, Señor, que tu gracia nos purifique y nos libere, nos inspire y acompañe siempre, para que podamos descubrirte en todos y amarte y servirte en cada uno. Amén.
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