jueves, julio 30, 2009

SUPERDESARROLLO Y MISERIA

+ Felipe Arizmendi Esquivel

VER
Somos testigos de grandes contrastes: Por un lado, personas muy ricas, con una ansiedad insaciable de acaparar, que se ufanan de derrochar sin reparo, y por otra, millones que no tienen lo básico para alimentarse, para sanar, para estudiar, para sobrevivir. Mientras unos vacacionan en lugares exóticos, otros no pueden descansar ni en domingo, porque no tendrían para comer. Y esto dentro del mismo país, de la misma región o ciudad.


El Papa Benedicto XVI, siguiendo la tradición de la Doctrina Social de la Iglesia, que es experta en humanidad, nos ha ofrecido una Carta Encíclica, titulada Caritas in veritate (La caridad en la verdad), en que analiza las raíces de la actual crisis económica y financiera, alimentaria y climática, que afectan a todo el mundo, y nos propone caminos éticos para salir adelante. Este documento se enmarca en el XL aniversario de la gran Encíclica Populorum progressio de Pablo VI, que sigue siendo actual y valedera. En este y en sucesivos artículos, ofrezco a ustedes algunos elementos de su análisis y de sus propuestas.

JUZGAR
Dice el Papa: “La riqueza mundial crece en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades. En los países ricos, nuevas categorías sociales se empobrecen y nacen nuevas pobrezas. En las zonas más pobres, algunos grupos gozan de un tipo de superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora. Se sigue produciendo el escándalo de las disparidades hirientes. Lamentablemente, hay corrupción e ilegalidad tanto en el comportamiento de sujetos económicos y políticos de los países ricos, nuevos y antiguos, como en los países pobres” (22).

Hoy, muchas áreas del planeta se han desarrollado, aunque de modo problemático y desigual, entrando a formar parte del grupo de las grandes potencias destinado a jugar un papel importante en el futuro. Pero se ha de subrayar que no basta progresar sólo desde el punto de vista económico y tecnológico. El desarrollo necesita ser ante todo auténtico e integral. El salir del atraso económico, algo en sí mismo positivo, no soluciona la problemática compleja de la promoción del hombre, ni en los países protagonistas de estos adelantos, ni en los países económicamente ya desarrollados, ni en los que todavía son pobres, los cuales pueden sufrir, además de antiguas formas de explotación, las consecuencias negativas que se derivan de un crecimiento marcado por desviaciones y desequilibrios” (23).

ACTUAR
¿Qué hacer, para corregir estas graves desigualdades? Desde nuestra fe en Dios Padre, que nos hace hermanos, sostenemos que la solución no depende sólo de medidas económicas y técnicas, sino de una conversión de los corazones, para amarnos como hermanos y ser solidarios unos de otros. La fe no es una evasión espiritualista, sino un compromiso con los pobres y los que sufren, pues nos ofrece caminos de justicia y de fraternidad, precisamente porque nuestra visión del ser humano es trascendente, y no meramente económica. Este es el camino que nos ha enseñado Jesucristo, y que nos ha convencido a quienes lo hemos conocido: El nos hace hermanos.

Así lo expresa el Papa: “Las causas del subdesarrollo no son principalmente de orden material… El subdesarrollo tiene una causa más importante aún: es la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos. Esta fraternidad, ¿podrán lograrla alguna vez los hombres por sí solos? La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos. La razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad. Ésta nace de una vocación transcendente de Dios Padre, el primero que nos ha amado, y que nos ha enseñado mediante el Hijo lo que es la caridad fraterna” (19).

Veamos a los otros como hermanos, compartamos algo o mucho de lo que somos, sabemos o tenemos, y este mundo será otro. Esto no depende de los gobiernos, de un sistema económico, ni de las instancias financieras mundiales, sino de nuestro propio corazón.

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