+ Felipe Arizmendi Esquivel
http://www.diocesisancristobal.com.mx
VER
Llama la atención cómo unos medios informativos resaltan noticias sobre conductas inapropiadas de algún sacerdote, sea muy conocido, sea localizado en alguna región olvidada de la patria. ¿Qué les mueve, al darle tanto espacio al hecho y reiterar tantos días la noticia? ¿Es afán de verdad y de que se haga justicia? ¿O es la ocasión esperada para desprestigiar a la Iglesia Católica, y así intentar quitar fuerza moral a sus denuncias y a su predicación, porque no se ajusta a sus vicios? Se solazan en emitir descalificaciones, pues de esa manera quieren impedir que alguien les remueva la conciencia. Quizá en su historia personal hay cosas muy negativas, que quisieran legitimar u ocultar.
Hay creyentes que, al conocer estos hechos -unos reales e inocultables, otros no bien comprobados- se desalientan en su fe y quisieran abandonar la Iglesia y sus prácticas religiosas. Habían confiado demasiado en un sacerdote, y ahora se sienten decepcionados, engañados y frustrados. Abrumados, dicen que ya no creen en nadie. Quizá habían idolatrado un poco a un personaje, y ahora se dan cuenta de que es un ser humano más, con fragilidades como las de cualquiera. Esta crisis de fe afecta a la propia familia.
JUZGAR
La predicación y las actitudes de Jesús incomodan sobre todo a los poderosos y a los engreídos fariseos, que lo acosan por todas partes, espiándolo para ver en qué le pueden atrapar y condenar, para, así, quedarse tranquilos y no cambiar sus costumbres. Hoy también hay fariseos que aparecen muy rectos y honestos, pero que son sepulcros blanqueados, raza de víboras, expertos en envenenar y condenar a otros, para de esa manera encubrirse a sí mismos.
Cuando presentan ante Jesús a una mujer que había caído en adulterio, y que por tanto era culpable según la ley, Jesús no se suma a las voces condenatorias, ni le arroja piedras, al abrigo del anonimato de las masas, sino que advierte: “Aquel que no tenga pecados, que le arroje la primera piedra” (Jn 8,7). No es tolerante con el pecado; pero defiende y redime a la mujer. La perdona; pero le pide no volver a pecar. Este es el camino a seguir, cuando se conocen casos de sacerdotes con doble vida, o con fallas graves a su compromiso celibatario. No los podemos tolerar, ni solapar; mucho menos justificar. Debemos exigir una conversión de corazón y, si ésta no se da, los debemos excluir del ejercicio del ministerio pastoral. Sin embargo, no hemos de sumarnos a las voces farisaicas que condenan a toda la Iglesia por casos particulares, pues un sacerdote es parte importante de la Iglesia, pero no es toda la Iglesia.
En otro contexto, dice Benedicto XVI: “El Papa no es la estrella en torno a la cual gira todo. Es totalmente y sólo vicario. Remite a Otro que está en medio de nosotros… La misión de la Iglesia consiste en contribuir a que la gracia de Dios, del Redentor, se haga cada vez más visible a todos, y que a todos llegue la salvación” (A la Curia romana, 22 diciembre 2008). “La Iglesia reconoce que Cristo es más grande que ella, dado que su señorío se extiende también más allá de sus fronteras” (Catequesis 14 enero 2009). Por tanto, sacerdotes y obispos debemos llevar a los fieles hacia Cristo, no centrarlos en nuestra propia persona. Nosotros podemos fallar, pues somos pecadores; pero Cristo no falla y El es el único Salvador.
ACTUAR
Cuando compruebes las deficiencias de un sacerdote, en quien habías puesto tu confianza, no te solaces en difundir por todos los medios sus fallas. Ora por su conversión. No por ello te alejes de Cristo y de su Iglesia. Es tiempo de fortalecer tu fe y demostrar que has madurado. No es razón para huir y alejarse. Mucho menos para justificar tus propios errores. Del mal, hay que sacar bien y estar sobre alerta, como dice San Pablo: “El que crea estar en pie, mire no caiga” (1 Cor 10,12), pues “llevamos este tesoro en vasos de barro” (2 Cor 4,7). “Aun cuando alguno incurra en alguna falta, ustedes, los espirituales, corríjanle con mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado” (Gál 6,1). Tengamos “los ojos fijos en Jesús, el que inicia y consuma la fe” (Hebr 12,2).
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Llama la atención cómo unos medios informativos resaltan noticias sobre conductas inapropiadas de algún sacerdote, sea muy conocido, sea localizado en alguna región olvidada de la patria. ¿Qué les mueve, al darle tanto espacio al hecho y reiterar tantos días la noticia? ¿Es afán de verdad y de que se haga justicia? ¿O es la ocasión esperada para desprestigiar a la Iglesia Católica, y así intentar quitar fuerza moral a sus denuncias y a su predicación, porque no se ajusta a sus vicios? Se solazan en emitir descalificaciones, pues de esa manera quieren impedir que alguien les remueva la conciencia. Quizá en su historia personal hay cosas muy negativas, que quisieran legitimar u ocultar.
Hay creyentes que, al conocer estos hechos -unos reales e inocultables, otros no bien comprobados- se desalientan en su fe y quisieran abandonar la Iglesia y sus prácticas religiosas. Habían confiado demasiado en un sacerdote, y ahora se sienten decepcionados, engañados y frustrados. Abrumados, dicen que ya no creen en nadie. Quizá habían idolatrado un poco a un personaje, y ahora se dan cuenta de que es un ser humano más, con fragilidades como las de cualquiera. Esta crisis de fe afecta a la propia familia.
JUZGAR
La predicación y las actitudes de Jesús incomodan sobre todo a los poderosos y a los engreídos fariseos, que lo acosan por todas partes, espiándolo para ver en qué le pueden atrapar y condenar, para, así, quedarse tranquilos y no cambiar sus costumbres. Hoy también hay fariseos que aparecen muy rectos y honestos, pero que son sepulcros blanqueados, raza de víboras, expertos en envenenar y condenar a otros, para de esa manera encubrirse a sí mismos.
Cuando presentan ante Jesús a una mujer que había caído en adulterio, y que por tanto era culpable según la ley, Jesús no se suma a las voces condenatorias, ni le arroja piedras, al abrigo del anonimato de las masas, sino que advierte: “Aquel que no tenga pecados, que le arroje la primera piedra” (Jn 8,7). No es tolerante con el pecado; pero defiende y redime a la mujer. La perdona; pero le pide no volver a pecar. Este es el camino a seguir, cuando se conocen casos de sacerdotes con doble vida, o con fallas graves a su compromiso celibatario. No los podemos tolerar, ni solapar; mucho menos justificar. Debemos exigir una conversión de corazón y, si ésta no se da, los debemos excluir del ejercicio del ministerio pastoral. Sin embargo, no hemos de sumarnos a las voces farisaicas que condenan a toda la Iglesia por casos particulares, pues un sacerdote es parte importante de la Iglesia, pero no es toda la Iglesia.
En otro contexto, dice Benedicto XVI: “El Papa no es la estrella en torno a la cual gira todo. Es totalmente y sólo vicario. Remite a Otro que está en medio de nosotros… La misión de la Iglesia consiste en contribuir a que la gracia de Dios, del Redentor, se haga cada vez más visible a todos, y que a todos llegue la salvación” (A la Curia romana, 22 diciembre 2008). “La Iglesia reconoce que Cristo es más grande que ella, dado que su señorío se extiende también más allá de sus fronteras” (Catequesis 14 enero 2009). Por tanto, sacerdotes y obispos debemos llevar a los fieles hacia Cristo, no centrarlos en nuestra propia persona. Nosotros podemos fallar, pues somos pecadores; pero Cristo no falla y El es el único Salvador.
ACTUAR
Cuando compruebes las deficiencias de un sacerdote, en quien habías puesto tu confianza, no te solaces en difundir por todos los medios sus fallas. Ora por su conversión. No por ello te alejes de Cristo y de su Iglesia. Es tiempo de fortalecer tu fe y demostrar que has madurado. No es razón para huir y alejarse. Mucho menos para justificar tus propios errores. Del mal, hay que sacar bien y estar sobre alerta, como dice San Pablo: “El que crea estar en pie, mire no caiga” (1 Cor 10,12), pues “llevamos este tesoro en vasos de barro” (2 Cor 4,7). “Aun cuando alguno incurra en alguna falta, ustedes, los espirituales, corríjanle con mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado” (Gál 6,1). Tengamos “los ojos fijos en Jesús, el que inicia y consuma la fe” (Hebr 12,2).
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