+ Felipe Arizmendi Esquivel
http://www.diocesisancristobal.com.mx
VER
Los obispos mexicanos estamos realizando nuestra LXXXVI Asamblea Plenaria, con la participación de 129 laicas y laicos de las diócesis, que de alguna manera actúan en política, economía, cultura y medios de comunicación. Son las cuatro áreas en que por ahora estamos insistiendo, pero no descartamos otras de gran importancia, como la familia, la educación, el trabajo, las relaciones internacionales, el deporte, etc. Queremos reforzar el lugar imprescindible que tienen como bautizados, no sólo al interior de la Iglesia, sino sobre todo en su campo más propio, que es el secular.
La mayoría de los políticos, economistas, universitarios y comunicadores se consideran casi todos católicos. Sin embargo, el rumbo del país no va por senderos de paz y armonía, de respeto a la verdad y de transparencia, de justicia y equidad social, de solidaridad. Esto significa que ciudadanos y líderes no han infundido en la sociedad los valores fundamentales del Evangelio; que no han sido formados como verdaderos discípulos de Cristo; que su actuación pública no refleja su fe cristiana. De esto, todos nos sentimos responsables.
JUZGAR
Es una constatación generalizada que muchos bautizados no se sienten Iglesia; que no asumen su responsabilidad evangelizadora; que siguen pensando que la misión confiada por Cristo a su Iglesia la deben realizar los clérigos y las religiosas; que la Iglesia debe reducirse al culto, a una predicación etérea y a hacer obras de beneficencia social, pero no influir con los valores evangélicos en la transformación de las leyes, de las costumbres, de la política y de la economía.
Sin embargo, la palabra de Jesucristo es muy clara y contundente: Ustedes son la luz del mundo, la sal de la tierra… Vayan y prediquen… Hagan discípulos a todos… Enséñenles a observar cuanto les he dicho… Y esto no se reduce al interior de las conciencias, al círculo íntimo de las familias, a los recintos sagrados, sino que debe llegar a las calles y a las cámaras legislativas, a las escuelas y universidades, a las finanzas y al mercado, a los medios informativos, a las expresiones artísticas y culturales, a las costumbres y tradiciones. Pero hacer esto efectivo no es tarea de los obispos, sacerdotes, religiosas y ministros de culto, sino de laicas y laicos católicos, bien formados en el Catecismo y en la Doctrina Social de la Iglesia, que puedan presentar la enseñanza de Cristo, sobre todo con la coherencia de su vida, como una vía efectiva para humanizar y civilizar a los hombres y mujeres de hoy.
El Evangelio no es una evasión, ni una imposición divina que destruye al ser humano, ni una esclavitud del pensamiento, sino el camino para que este mundo sea más justo y fraterno. Quienes no lo crean, acérquense a Jesús y verán cómo su vida personal, familiar y social adquiere un nuevo sentido, logra la plenitud de sus más hondas expectativas. Convencer de esto en las susodichas las estructuras temporales, es tarea de laicas y laicos que, a partir de un encuentro vivo y personal con Cristo, sean audaces para evangelizar.
El Papa Juan Pablo II nos decía: “La evangelización del Continente no puede realizarse sin la colaboración de los fieles laicos” (EAm 44). Benedicto XVI lo insiste de una y otra forma. En Aparecida, decimos que “su misión propia y específica se realiza en el mundo, de tal modo que, con su testimonio y su actividad, contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio” (210).
ACTUAR
Es necesario que los responsables de la coordinación pastoral en diócesis y parroquias no acaparemos tareas, sino que promovamos más a laicas y laicos para que asuman su vocación evangelizadora en donde viven y trabajan. Esto implica dedicar buena parte de nuestro tiempo a formarles, pues “para cumplir su misión con responsabilidad personal, los laicos necesitan una sólida formación doctrinal, pastoral, espiritual y un adecuado acompañamiento para dar testimonio de Cristo y de los valores del Reino en el ámbito de la vida social, económica, política y cultural” (Aparecida, 212).
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Los obispos mexicanos estamos realizando nuestra LXXXVI Asamblea Plenaria, con la participación de 129 laicas y laicos de las diócesis, que de alguna manera actúan en política, economía, cultura y medios de comunicación. Son las cuatro áreas en que por ahora estamos insistiendo, pero no descartamos otras de gran importancia, como la familia, la educación, el trabajo, las relaciones internacionales, el deporte, etc. Queremos reforzar el lugar imprescindible que tienen como bautizados, no sólo al interior de la Iglesia, sino sobre todo en su campo más propio, que es el secular.
La mayoría de los políticos, economistas, universitarios y comunicadores se consideran casi todos católicos. Sin embargo, el rumbo del país no va por senderos de paz y armonía, de respeto a la verdad y de transparencia, de justicia y equidad social, de solidaridad. Esto significa que ciudadanos y líderes no han infundido en la sociedad los valores fundamentales del Evangelio; que no han sido formados como verdaderos discípulos de Cristo; que su actuación pública no refleja su fe cristiana. De esto, todos nos sentimos responsables.
JUZGAR
Es una constatación generalizada que muchos bautizados no se sienten Iglesia; que no asumen su responsabilidad evangelizadora; que siguen pensando que la misión confiada por Cristo a su Iglesia la deben realizar los clérigos y las religiosas; que la Iglesia debe reducirse al culto, a una predicación etérea y a hacer obras de beneficencia social, pero no influir con los valores evangélicos en la transformación de las leyes, de las costumbres, de la política y de la economía.
Sin embargo, la palabra de Jesucristo es muy clara y contundente: Ustedes son la luz del mundo, la sal de la tierra… Vayan y prediquen… Hagan discípulos a todos… Enséñenles a observar cuanto les he dicho… Y esto no se reduce al interior de las conciencias, al círculo íntimo de las familias, a los recintos sagrados, sino que debe llegar a las calles y a las cámaras legislativas, a las escuelas y universidades, a las finanzas y al mercado, a los medios informativos, a las expresiones artísticas y culturales, a las costumbres y tradiciones. Pero hacer esto efectivo no es tarea de los obispos, sacerdotes, religiosas y ministros de culto, sino de laicas y laicos católicos, bien formados en el Catecismo y en la Doctrina Social de la Iglesia, que puedan presentar la enseñanza de Cristo, sobre todo con la coherencia de su vida, como una vía efectiva para humanizar y civilizar a los hombres y mujeres de hoy.
El Evangelio no es una evasión, ni una imposición divina que destruye al ser humano, ni una esclavitud del pensamiento, sino el camino para que este mundo sea más justo y fraterno. Quienes no lo crean, acérquense a Jesús y verán cómo su vida personal, familiar y social adquiere un nuevo sentido, logra la plenitud de sus más hondas expectativas. Convencer de esto en las susodichas las estructuras temporales, es tarea de laicas y laicos que, a partir de un encuentro vivo y personal con Cristo, sean audaces para evangelizar.
El Papa Juan Pablo II nos decía: “La evangelización del Continente no puede realizarse sin la colaboración de los fieles laicos” (EAm 44). Benedicto XVI lo insiste de una y otra forma. En Aparecida, decimos que “su misión propia y específica se realiza en el mundo, de tal modo que, con su testimonio y su actividad, contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio” (210).
ACTUAR
Es necesario que los responsables de la coordinación pastoral en diócesis y parroquias no acaparemos tareas, sino que promovamos más a laicas y laicos para que asuman su vocación evangelizadora en donde viven y trabajan. Esto implica dedicar buena parte de nuestro tiempo a formarles, pues “para cumplir su misión con responsabilidad personal, los laicos necesitan una sólida formación doctrinal, pastoral, espiritual y un adecuado acompañamiento para dar testimonio de Cristo y de los valores del Reino en el ámbito de la vida social, económica, política y cultural” (Aparecida, 212).
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