Fiesta de San Pedro y San Pablo, apóstoles
+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de Las Casas
“En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas”.
Luego les preguntó. “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Jesús le dijo entonces: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo” Mateo 16, 13-19
Nuevo representante
Primero se puso amarillo, después no lograba pasar saliva, pero finalmente respondió a la asamblea en sentido positivo. Lo habían elegido representante de su comunidad. Tendría que dilucidar muchas cuestiones, dar su palabra y resolver muchos problemas. Él, que siempre había preferido un trabajo callado, sencillo, sin cuestionamientos pero entregado con cariño al día a día de su compromiso, ahora debería levantar su voz. “No me ofrezco para ningún puesto, pero no puedo negarme a lo que la comunidad me pide”, me comentó después. “Solamente confío en la Palabra del Señor y me pongo en sus manos. Él sabrá los caminos por los que nos quiere conducir”. Así, callado, con gran confianza en la fuerza del Señor, con un trabajo entregado a la comunidad, ha ido realizando su trabajo. Y miren que el que no hablaba ahora toma con fuerza la palabra, el que pasaba desapercibido, ahora toma las decisiones y se hace responsable por su comunidad. Palabra de Dios y amor a la comunidad son sus pilares. Así son los instrumentos del Señor.
Columnas de la Iglesia
Si quisiéramos, humanamente, decir quiénes son de los personajes que más han influido en la construcción de la Iglesia y en la difusión del Evangelio de Jesús, indudablemente aparecerían los nombres de Pedro y Pablo, los dos santos que en este día recordamos. Ellos asumen la misión de Jesús, se involucran, arriesgan su vida por el Evangelio. Los Hechos de los Apóstoles nos narran la vida de cada uno de ellos y van realizando las mismas acciones que Jesús realizaba: un amor grande al Evangelio; una entrega constante a los más pobres. Repiten los mismos actos de Jesús, consuelan, curan, resucitan a los muertos y atienden a los más necesitados. Ofrecen una entrega sin condiciones a la naciente comunidad, sin importar peligros, sin importar cárceles o golpes. ¿De dónde sacan fortaleza estos dos grandes hombres para ir abriendo caminos insospechados a la Iglesia naciente?
¿Quién soy para ti?
Indudablemente su fortaleza brota del encuentro que cada uno de ellos tuvo con Jesús y que cambió radicalmente su vida. Pedro, el pescador de Galilea, el hombre intrépido y atrabancado que sin miramientos se entrega en amor pleno a Jesús pero que después tuvo que ir descubriendo el verdadero significado del Reino, el sentido de la cruz y la resurrección, y aprendió, no sin dificultad, a irse “amoldando” a la voluntad y al proyecto de Jesús. Cristo le cambia sus intereses y perspectivas, le despoja de sus concepciones de mesías, de su ambición, le rompe la fuerza de su espada y le entrega unas llaves que abren un reino diferente. Su encuentro con Jesús cada día fue como la gota de agua que poco a poco va martillando la roca hasta romperla y transfórmala. Cristo cambia a Pedro, su corazón y sus intereses. Pablo también se encuentra con Jesús pero de un modo muy diferente, de golpe y porrazo. Jesús lo tumba del caballo de sus seguridades, le quita la espada de su poder, las cartas de autorización quedan sin efecto y es constituido, como él mismo dice, como un aborto, pero un nuevo apóstol. Su fuerza es la de Jesús.
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
La confesión de fe de Pedro que hoy escuchamos en el Evangelio y las numerosas confesiones de fe que nos presentan las cartas de Pablo, son la base de toda su predicación. No es sólo un formulario bonito, expresado en una frase acuñada por la primitiva Iglesia, es la vivencia y la experiencia que a diario tienen que proclamar a pesar de las cárceles y los golpes. Por eso cada día en lugar de permanecer encadenados, se les abren nuevos horizontes para llevar la Buena Nueva del “Cristo muerto y resucitado, del Cristo Hijo de Dios vivo” El texto de este día es considerado el centro del evangelio tanto por su situación, a medio libro, como por su contenido; pero es también considerado el centro de la vida de todo cristiano. Nuestra confesión de fe debe brotar de un encuentro profundo con Jesús en su Palabra, en los hermanos, en la Eucaristía y en la vida. No podremos ser discípulos si no tenemos un verdadero encuentro con Jesús. También hoy Cristo nos hace la pregunta que le hacía a Pedro: “Y para ti ¿quién soy?” Pero no espera una respuesta aprendida del catecismo o heredada de nuestros padres, sino experimentada en carne propia. ¿Quién es para nosotros Jesús? De esto dependerá todo nuestro actuar.
Sobre esta piedra
Pedro y Pablo son dos hombres que en distintos momentos recibieron la misión de cuidar la Iglesia de Jesús, que son conscientes que no es obra personal, y que se entregan a ella por completo. “El Evangelio que anuncio no lo he recibido de manos de hombres sino por revelación de Jesucristo” afirmará Pablo. “En el nombre de Jesús, el Nazareno, camina” le dirá Pedro al paralítico. Todo lo hacen en nombre de Jesús y con un gran amor a la Iglesia que a penas empieza a caminar. Dos hombres que se reconocen pecadores, pequeños y limitados, y sin embargo llevan el don precioso de la salvación a todos los hombres. Nunca se cansan de proclamar el Evangelio y nunca se cansan de manifestar su amor a los hermanos porque el encuentro con Jesucristo en los pobres, es una dimensión constitutiva de nuestra fe en Cristo.
En la fiesta de estos dos grandes apóstoles surgen muchos interrogantes a quienes hoy recibimos esta preciosa herencia de la fe. A nosotros también nos ha invitado Jesús a la construcción de su Reino. Nosotros también, pequeños y pecadores, tenemos una tarea importante en su proyecto. Pero tenemos que responder con nuestra vida las preguntas que él mismo nos hace: ¿Quién es Cristo para nosotros hoy? ¿Cómo y dónde vivimos el encuentro diario con Jesús? ¿Cuál es nuestro compromiso misionero? ¿Qué estilo de Iglesia estamos construyendo?
Dios nuestro, que nos llenas de santa alegría con la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, haz que tu Iglesia se mantenga fiel a las enseñanzas de estos apóstoles, de quienes recibió el anuncio de la fe. Amén
+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de Las Casas
“En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas”.
Luego les preguntó. “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Jesús le dijo entonces: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo” Mateo 16, 13-19
Nuevo representante
Primero se puso amarillo, después no lograba pasar saliva, pero finalmente respondió a la asamblea en sentido positivo. Lo habían elegido representante de su comunidad. Tendría que dilucidar muchas cuestiones, dar su palabra y resolver muchos problemas. Él, que siempre había preferido un trabajo callado, sencillo, sin cuestionamientos pero entregado con cariño al día a día de su compromiso, ahora debería levantar su voz. “No me ofrezco para ningún puesto, pero no puedo negarme a lo que la comunidad me pide”, me comentó después. “Solamente confío en la Palabra del Señor y me pongo en sus manos. Él sabrá los caminos por los que nos quiere conducir”. Así, callado, con gran confianza en la fuerza del Señor, con un trabajo entregado a la comunidad, ha ido realizando su trabajo. Y miren que el que no hablaba ahora toma con fuerza la palabra, el que pasaba desapercibido, ahora toma las decisiones y se hace responsable por su comunidad. Palabra de Dios y amor a la comunidad son sus pilares. Así son los instrumentos del Señor.
Columnas de la Iglesia
Si quisiéramos, humanamente, decir quiénes son de los personajes que más han influido en la construcción de la Iglesia y en la difusión del Evangelio de Jesús, indudablemente aparecerían los nombres de Pedro y Pablo, los dos santos que en este día recordamos. Ellos asumen la misión de Jesús, se involucran, arriesgan su vida por el Evangelio. Los Hechos de los Apóstoles nos narran la vida de cada uno de ellos y van realizando las mismas acciones que Jesús realizaba: un amor grande al Evangelio; una entrega constante a los más pobres. Repiten los mismos actos de Jesús, consuelan, curan, resucitan a los muertos y atienden a los más necesitados. Ofrecen una entrega sin condiciones a la naciente comunidad, sin importar peligros, sin importar cárceles o golpes. ¿De dónde sacan fortaleza estos dos grandes hombres para ir abriendo caminos insospechados a la Iglesia naciente?
¿Quién soy para ti?
Indudablemente su fortaleza brota del encuentro que cada uno de ellos tuvo con Jesús y que cambió radicalmente su vida. Pedro, el pescador de Galilea, el hombre intrépido y atrabancado que sin miramientos se entrega en amor pleno a Jesús pero que después tuvo que ir descubriendo el verdadero significado del Reino, el sentido de la cruz y la resurrección, y aprendió, no sin dificultad, a irse “amoldando” a la voluntad y al proyecto de Jesús. Cristo le cambia sus intereses y perspectivas, le despoja de sus concepciones de mesías, de su ambición, le rompe la fuerza de su espada y le entrega unas llaves que abren un reino diferente. Su encuentro con Jesús cada día fue como la gota de agua que poco a poco va martillando la roca hasta romperla y transfórmala. Cristo cambia a Pedro, su corazón y sus intereses. Pablo también se encuentra con Jesús pero de un modo muy diferente, de golpe y porrazo. Jesús lo tumba del caballo de sus seguridades, le quita la espada de su poder, las cartas de autorización quedan sin efecto y es constituido, como él mismo dice, como un aborto, pero un nuevo apóstol. Su fuerza es la de Jesús.
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
La confesión de fe de Pedro que hoy escuchamos en el Evangelio y las numerosas confesiones de fe que nos presentan las cartas de Pablo, son la base de toda su predicación. No es sólo un formulario bonito, expresado en una frase acuñada por la primitiva Iglesia, es la vivencia y la experiencia que a diario tienen que proclamar a pesar de las cárceles y los golpes. Por eso cada día en lugar de permanecer encadenados, se les abren nuevos horizontes para llevar la Buena Nueva del “Cristo muerto y resucitado, del Cristo Hijo de Dios vivo” El texto de este día es considerado el centro del evangelio tanto por su situación, a medio libro, como por su contenido; pero es también considerado el centro de la vida de todo cristiano. Nuestra confesión de fe debe brotar de un encuentro profundo con Jesús en su Palabra, en los hermanos, en la Eucaristía y en la vida. No podremos ser discípulos si no tenemos un verdadero encuentro con Jesús. También hoy Cristo nos hace la pregunta que le hacía a Pedro: “Y para ti ¿quién soy?” Pero no espera una respuesta aprendida del catecismo o heredada de nuestros padres, sino experimentada en carne propia. ¿Quién es para nosotros Jesús? De esto dependerá todo nuestro actuar.
Sobre esta piedra
Pedro y Pablo son dos hombres que en distintos momentos recibieron la misión de cuidar la Iglesia de Jesús, que son conscientes que no es obra personal, y que se entregan a ella por completo. “El Evangelio que anuncio no lo he recibido de manos de hombres sino por revelación de Jesucristo” afirmará Pablo. “En el nombre de Jesús, el Nazareno, camina” le dirá Pedro al paralítico. Todo lo hacen en nombre de Jesús y con un gran amor a la Iglesia que a penas empieza a caminar. Dos hombres que se reconocen pecadores, pequeños y limitados, y sin embargo llevan el don precioso de la salvación a todos los hombres. Nunca se cansan de proclamar el Evangelio y nunca se cansan de manifestar su amor a los hermanos porque el encuentro con Jesucristo en los pobres, es una dimensión constitutiva de nuestra fe en Cristo.
En la fiesta de estos dos grandes apóstoles surgen muchos interrogantes a quienes hoy recibimos esta preciosa herencia de la fe. A nosotros también nos ha invitado Jesús a la construcción de su Reino. Nosotros también, pequeños y pecadores, tenemos una tarea importante en su proyecto. Pero tenemos que responder con nuestra vida las preguntas que él mismo nos hace: ¿Quién es Cristo para nosotros hoy? ¿Cómo y dónde vivimos el encuentro diario con Jesús? ¿Cuál es nuestro compromiso misionero? ¿Qué estilo de Iglesia estamos construyendo?
Dios nuestro, que nos llenas de santa alegría con la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, haz que tu Iglesia se mantenga fiel a las enseñanzas de estos apóstoles, de quienes recibió el anuncio de la fe. Amén
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