domingo, febrero 24, 2008

Un cántaro vacío

III Domingo de Cuaresma
+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de Las Casas


En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria, llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José. Ahí estaba el pozo de Jacob. Jesús, que venía cansado del camino, se sentó sin más en el brocal del pozo. Era cerca del mediodía.

Entonces llegó una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dijo: “Dame de beber”. (Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana le contesto: “¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (Porque los judíos no tratan a los samaritanos). Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”.

La mujer le respondió: “Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo, ¿Cómo vas a darme agua viva? ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del que bebieron él, sus hijos y sus ganados?” Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed. Pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”.

La mujer le dijo: “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla”. Él le dijo: “Ve a llamar a tu marido y vuelve”. La mujer le contestó: “No tengo marido”. Jesús le dijo: “Tienes razón en decir: ‘No tengo marido’. Has tenido cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.

La mujer le dijo: “Señor, ya veo que eres profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte y ustedes dicen que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén”. Jesús le dijo: “Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos. Porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere que se le de culto. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”.

La mujer le dijo: “Ya sé que va venir el Mesías (es decir, Cristo). Cuando venga, él nos dará razón de todo”. Jesús le dijo: “Soy yo, el que habla contigo”.

En esto llegaron los discípulos y se sorprendieron de que estuviera conversando con una mujer; sin embargo, ninguno le dijo: ¿Qué le preguntas o de qué hablas con ella?” Entonces la mujer dejó su cántaro, se fue al pueblo y comenzó a decir a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Mesías?” Salieron del pueblo y se pusieron en camino hacia donde él estaba.

Mientras tanto, sus discípulos le insistían: “Maestro, come”. Él les dijo: “Yo tengo por comida un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos comentaban entre sí: “¿Le habrá traído alguien de comer?” Jesús les dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿Acaso no dices ustedes que todavía faltan cuatro meses para la siega? Pues bien, yo les digo: Levanten los ojos y contemplen los campos, que ya están dorados para la siega. Ya el segador recibe su jornal y almacena frutos para la vida eterna. De este modo se alegran por igual el sembrador y el segador. Aquí se cumple el dicho: ‘Uno es el que siembra y otro el que cosecha’. Yo los envié a cosechar lo que no habían trabajado. Otros trabajaron y ustedes recogieron su fruto”.

Muchos samaritanos de aquel poblado creyeron en Jesús por el testimonio de la mujer: ‘Me dijo todo lo que he hecho’. Cuando los samaritanos llegaron a donde él estaba, le rogaban que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días. Muchos más creyeron en él al oír sus palabras. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú nos has contado, pues nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es, de veras, el Salvador del mundo”. Jn 4, 5-42

Evangelios que son signos

Hay evangelios que uno no quisiera casi ni tocar a riesgo de dar su propia interpretación y disminuir la fuerza y vitalidad de las palabras de Jesús. El evangelio de la samaritana es uno de esos. San Juan nos lleva de la mano para contarnos no una historieta de la vida de Jesús, sino para profundizar en los signos que a él tanto le han impresionado. Así, a partir de un acontecimiento va profundizando en el significado de cada una de las palabras. Hoy no necesitamos de ningún hecho de vida: bástenos contemplar el cántaro vacío que va y viene en manos y hombros de la mujer. Miremos el brocal del pozo donde sucede el diálogo y adentrémonos en la serie de equívocos entre los significados del agua, de la adoración, del alimento y en fin de la misma vida. Cada palabra de Jesús parece dicha no solamente para aquella mujer, sino dicha para cada uno de nosotros. En este domingo, y en los siguientes, se nos presentan lecturas que están llenas de signos que debemos descubrir, dejarnos provocar por ellos y encontrar su mensaje y su vida.

Dame de beber

Rompe Jesús todos los esquemas: la rivalidad de los pueblos, la discriminación de la mujer y la acusa de pecado. Así es Jesús: va al fondo y busca encontrar en el fondo de cada persona la fuente que hay en ella misma y que sólo él es capaz de hacer brotar. No le pone frente a la cara a la mujer un espejo para humillarla, antes se presenta como necesitado, como sediento y después, ignorando las palabras agresivas de la mujer, le ofrece una imagen de ella misma, de lo que puede ser, de una belleza que se puede alcanzar quitando las costras que entorpecen la imagen. Un espejo sólo muestra lo externo del rostro y dejan a la persona amargada al contemplar sus imperfecciones o muy pagada de sí misma al reconocer su belleza, externa. En cambio Jesús le ofrece una imagen inédita, nueva, esplendente. No se trata de restaurar al hombre viejo (o a la mujer vieja), sino de hacer nacer un hombre nuevo. Y esta es la manera de actuar de Jesús: mirar más allá de los ojos y en su mirada mostrar su amor.

Ya esto bastaría para cuestionarnos fuertemente en nuestras actitudes frente a los diversos. El migrante, la mujer, el desvalido… con frecuencia son considerados al menos sospechosos de delito. Nos da miedo mirarlos a los ojos y mostrarles nuestro amor. Preferimos cerrar las cortinas y vivir en nuestra privacidad. Y así, dejamos a los migrantes a su propia suerte, abandonamos al herido o al preso, y juzgamos por el exterior de las personas. O bien los enfrentamos con el miedo propio de quien busca no perder posiciones. Jesús hace todo lo contrario, se acerca, se manifiesta necesitado, se manifiesta con sed y termina ofreciendo una fuente de agua viva.


Buscando la propia fuente

Esta es la táctica de Jesús: cavar en el corazón del hombre, hacerlo consciente de sus propias nostalgias, poner al desnudo sus necesidades más profundas y descubrirle todas sus ingentes posibilidades. Pero el hombre, al igual que aquella mujer, busca escapar de lo profundo y busca la felicidad en cosas pasajeras. Se conforma con saciar la sed en las aguas pasajeras de los placeres que nos ofrece el mundo. Pasa “de marido en marido”, buscando el verdadero amor y al final se encuentra más insatisfecho y vacío que nunca. Un cántaro roto que nunca logrará llenarse; que mientras más busca, menos encuentra porque no está buscando en el fondo de su corazón. Jesús sigue invitando a mirar hacia dentro de nosotros. La misma adoración a Dios, no es algo externo, prácticas bellas pero huecas, que más parecen satisfacer los propios egoísmos que buscar verdaderamente al Dios de la vida. Hay que adorar al Señor en espíritu y verdad.

Una sed insaciable

Nos encontramos de frente a la sed de un pueblo en el desierto (Primera lectura), a la sed de Jesús, a la sed de la mujer junto al pozo. La sed es símbolo de una necesidad íntima, vital, tormentosa. Más allá de la sed fisiológica, una sed más profunda en cada hombre, en cada sociedad, en cada comunidad: cada vez buscamos más cosas para apagarla pero nada basta, nada la satisface. “Si conocieras el don de Dios…” Si supiéramos lo que en verdad necesitamos, aunque la publicidad, las modas y las ambiciones se conjuren para crearnos necesidades. Nos agarramos a lo superfluo y nos negamos lo necesario. Necesitamos escuchar y no dejamos de hablar; necesitamos al hermano y le ponemos fronteras; necesitamos el verdadero amor y buscamos comprarlo; necesitamos a Dios y le cerramos el corazón.

Jesús excava un manantial en el interior de la persona: “el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”. “Dentro de él”, no en el exterior. La fuente que da vida y fecundidad brota del interior del hombre. Para ofrecer su don, Jesús pide que nos volvamos a Él con un corazón unificado, no disperso, que no busquemos en otro, o en otras cosas, lo que sólo en nuestro interior puede hacer brotar.

Queden este tercer domingo de cuaresma las palabras de Cristo muy prendidas de nuestro corazón y busquemos dar respuesta a cada una de ellas. ¿De qué tiene sed Jesús y qué podemos hacer para apagarla? ¿Qué cosas sacian nuestra sed y qué significa para nosotros que Jesús sea el agua viva? ¿Cómo es nuestro encuentro con los diferentes, nuestro respeto, nuestra acogida, nuestra comprensión?

Señor Jesús mira nuestra sed infinita de felicidad, de pan y cariño, de liberación total, de fraternidad y justicia, de solidaridad y derechos humanos y concédenos descubrirte a ti en lo profundo de nuestros deseos, para saciarnos de ti. Amén.

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