1° Domingo de Cuaresma
+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas
En aquel tiempo, Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Pasó cuarenta días y cuarenta noches sin comer y, al final, tuvo hambre. Entonces se le acercó el tentador y le dijo: “Si Tú eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”. Jesús le respondió: “Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios»”.
Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: “Si Tú eres el Hijo de Dios, échate para abajo, porque está escrito: «Mandará a sus ángeles que te cuiden y ellos te tomarán en sus manos, para que no tropiece tu pie en piedra alguna»”. Jesús le contestó: “También está escrito: «No tentarás al Señor, tu Dios»”.
Luego lo llevó el diablo a un monte muy alto, y desde ahí le hizo ver la grandeza de todos los reinos del mundo y le dijo: “Te daré todo esto, si te postras y me adoras”. Pero Jesús replicó: “Retírate, Satanás, porque está escrito: «Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él solo servirás»”.
Entonces lo dejó el diablo y se acercaron los ángeles a servirle. (Mt 4, 1-11)
Un cáncer oculto
Fue sorprendente y muy triste la muerte de doña Rosa. Ella siempre había dicho que gozaba de muy buena salud, claro que no dejaba de quejarse de ciertos dolores en el estómago y algunos mareos, pero con unas yerbitas, una pastilla y seguía adelante. Por fin un día no pudo más, en medio de fuertes dolores que la hacían retorcerse, la tuvieron que llevar desde su comunidad hasta el hospital. Sus familiares bien a bien no supieron cuál era la enfermedad, pero les dijeron que tenía un tumor en el estómago y que la tenían que operar. Después de muchas discusiones sobre si lo permitían o no, la llevaron a operar y, como ellos dicen, “la abrieron, pero ya estaba invadida de cáncer y no le podían hacer nada, nada más una limpieza, la volvieron a cerrar y nos la entregaron”. Después la regresaron a su casa y los últimos días fueron penosísimos. Las pastillas y las inyecciones poco aliviaban el dolor y así en pocos días se nos fue. “Quién iba a pensar que desde hacía años el cáncer se estaba comiendo por dentro a Doña Rosa”.
Los dioses olvidados
Al leer en este domingo la lectura de las tentaciones de Jesús, viene a mi mente lo que un escritor llamaba “los dioses olvidados”: presentaba una serie de textos del Antiguo Testamento y sobre todo de los Profetas, donde nos hacía ver de una manera muy clara cómo el pueblo de Israel se empeñaba en cumplir una serie de ceremonias y ritos, pero se olvidaba de lo más importante para cumplir la ley del Señor. Eran capaces de mirar con lupa los más pequeños mandatos, pero olvidarse de lo más importante en el servicio del Señor: el verdadero amor a Dios y el consecuente amor al prójimo. Y así presentaba cómo la injusticia, la ambición, el desprecio por el hermano, el engaño aun con pretextos religiosos, el egoísmo, la autosuficiencia, venían a ser verdaderos “dioses olvidados” que poco a poco entraban al corazón del pueblo y que hacían que se olvidara de Dios. Si bien, se acercaban al Señor y lo honraban, lo hacían sólo externamente y no en su corazón.
Cuando alguien leía las tentaciones que hoy nos propone el Evangelio de San Mateo, se quedó desconcertado imaginando cómo paseaban juntos el demonio y Jesús y cómo lo llevaba de la mano para ir poniendo cada una de las tentaciones. Debemos decir que esta narración no podemos tomarla en un sentido literal, pues que nos llevaría a un mundo de ciencia ficción; sin embargo el evangelista quiere testimoniar realidades y hechos que tienen vigencia, no solamente en tiempos de Jesús, sino que son muy reales en nuestro mundo y en nuestra historia… y lo más triste es que van metiéndose en nuestra vida sin darnos cuenta. El relato de Mateo está muy elaborado y usa un lenguaje simbólico y alegórico para describir todas las tentaciones por las que tuvo que pasar Jesús a lo largo de su vida, y la triple prueba las engloba a todas. Pero también nos pone en guardia sobre las tentaciones actuales que silenciosamente, malignamente se van metiendo en el corazón del hombre: la injusticia, la ambición, el egoísmo, en fin, el poner en el centro al hombre y el olvidarse de Dios.
Pan y circo
La primera de las tentaciones nos llevaría a un mundo que solamente vive del placer, del disfrutar y del gozo egoísta. Nada raro en nuestro mundo escuchar: “Si a mi me gusta, a nadie le hago daño… ¿qué les importa a otros?” Y sin embargo nos llama Jesús a descubrir lo profundamente erróneo de esta afirmación. Cuando nosotros solamente nos guiamos por los propios gustos y satisfacciones, dejamos fuera a los hermanos, degeneramos nuestro propio cuerpo y nuestro propio ser. Sí, para darnos gusto y saciar nuestros apetitos atentamos contra la dignidad y el derecho de los demás y contra nuestra propia dignidad. Cuántos gobiernos e instituciones se conforman con “pan y circo” y distraen a los ciudadanos de sus verdaderas necesidades y derechos. Es más fácil acallar y dar atole con el dedo y no responder a las verdaderas necesidades de nuestras comunidades. Es fácil también en lo personal caer solamente en el sentirse a gusto y satisfacer los propios deseos, sin una moral que nos dirija, sin un sentido comunitario que nos lleve a mirar más allá de nuestra propia comodidad.
Que no tropiece tu pie
Claro que nadie quiere tropezar y caer, pero es el pretexto que encuentra el demonio para hacer resaltar la fama, el aparecer, el apantallar. Y nuestro mundo tiene la tentación de quedarse más en la máscara que en el propio ser, más en la apariencia que en el contenido, más en la opinión de los demás que en el ser interior. Nos hemos vaciado de nosotros mismos y de Dios y quedamos a merced de las opiniones ajenas y de las modas y las ideologías. Se convierte el hombre en veleta, sin principios: hoy es de una religión, de un partido, de una tendencia; mañana, ha cambiado y se adapta a lo que mejor le conviene con tal de estar a tono con las nuevas tendencias. Y llegamos a una religión comodina y fácil, que dé gusto a todos y que no respete ni a Dios ni a los demás.
Adorarás al Señor tu Dios
La tercera tentación, aparentemente la menos difícil, es la que más se nos ha metido en nuestro corazón: quitar a Dios de la vida, de las relaciones y del corazón. Vivir adorando sólo al hombre y sus deseos, ponerlo por centro; y como cada hombre es diferente, acabamos teniendo tantos dioses como personas hay en el mundo. Se ha olvidado el hombre de Dios y aquí encuentra su propia perdición. No puede el hombre erigirse en su propio ídolo, pues llegará a la injusticia, llegará al egoísmo y llegará a un totalitarismo. Es la base de toda tentación: hacerse semejante a Dios, olvidar la condición de creatura, negar la posibilidad de pecado.
Es el primer domingo de Cuaresma y hay una clara invitación. Debemos descubrir qué cáncer corre por nuestras venas y silenciosamente nos está matando. No es cuestión de asustarnos con el demonio, pero tampoco es hora de olvidar su astucia. Se necesita creer más en Dios que en el demonio. La gracia es infinitamente más fuerte que el mal, pero sería peligroso olvidarse de la propia fragilidad.
¿Qué dioses olvidados han ocupado nuestro corazón: la injusticia, el placer, el egoísmo o la mentira? Hoy necesitamos recordar que la misericordia y el amor de Dios siempre están a la puerta para que les abramos nuestro corazón.
Concédenos, Dios todopoderoso, que nuestra Cuaresma sea un verdadero desierto donde nos encontremos a nosotros mismos, donde descubramos la inmensidad de tu amor y donde comprendamos que la verdadera conversión pasa por el encuentro con el hermano más pobre y desamparado. Amén.
viernes, febrero 08, 2008
Los dioses olvidados
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