sábado, octubre 27, 2007

Nosotros, fariseos

XXX Domingo Ordinario

+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas


En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás:

“Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias'.

El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: 'Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador'.

Pues bien, yo les aseguro que éste bajo a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido". (Lc 18, 9-14).

Travesuras de niños
Se acercaron los niños con la sonrisa picaresca de quien pretende hacer una travesura. “Oye, ¿qué es lo primero se necesita para llenar con agua una botella que tenga el cuello muy estrecho?” me dijeron y esperaron murmurando entre ellos. Ya me imaginaba víctima de otra de sus bromas. “Un embudo o algo parecido, para que no se derrame el agua de fuera de la botella” contesté, tanteando el terreno. Soltaron la carcajada y dijeron al unísono: “No. Lo primero que se necesita para llenar de agua una botella de cuello muy angosto es que ¡esté vacía!”. Y se fueron corriendo a gastarle la broma a otro inocente (?).

El cuento de Jesús
El cuento que hoy nos ofrece Jesús es una aplicación muy concreta de la adivinanza de los niños. La parábola del fariseo y del publicano contrapone dos actitudes espirituales, dos maneras de orar, dos formas de creer y de relacionarse con Dios y con los demás, dos formas de vivir y enfrentar la vida. Una de la de quien se siente lleno de todo, pagado de sí mismo; la otra, de quien se siente abierto a la gran bondad de Dios, a su infinita misericordia. Jesús no compara en su ejemplo, un pecador con un justo, sino un pecador humilde con un justo satisfecho de si mismo y que mira por encima del hombro a los otros.

Nosotros, fariseos
Parecería que esta parábola no tiene nada de actual, pero es dolorosamente actualizada por muchos de nosotros. Creyéndonos justos, nos apoyamos en nuestra religión y en nuestras posiciones para mirar a los demás como inferiores, despreciarlos, juzgarlos y condenarlos. Muchos de los conflictos actuales a nivel local y a nivel mundial, no son otra cosa que la prepotencia de quien se siente dueño del mundo, que utiliza a Dios y a la religión para sentirse satisfecho y para aprovecharse de los demás. Hay quienes pagan hasta la última veladora al Señor, pero no tienen empacho en despojar al pobre, “legalmente”, de sus tierras, de su agua y de su casa y ¡no se sienten ladrones! Hay quienes embriagan con sus licores y sus mentiras a nuestros indígenas y después lo condenan por borrachos y flojos, en cambio ellos se sienten muy dignos.

El fariseo hace toda una presentación de sí mismo, pero ¡siempre diciendo lo que no es! “no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano”, sabe muy bien lo que no es, pero no sabe lo que es, ni lo que hay en su interior, pues cuando intenta hacer presente su persona viene decir: “ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias”, como si todo su valor dependiera del dinero o de lo que no se come. Pero, ¿quién es en realidad? Jesús viene a trastocar el orden establecido por el sistema judío y si miramos las cosas con detenimiento, también viene a trastocar todo nuestro sistema. No importa lo exterior, sino lo que hay realmente en el interior. Parecería que el hombre moderno está lleno de materialismo, de comparaciones, de competencia feroz contra los demás. Que vale solo por lo que tiene. Se llena de todo y no deja lugar para experimentar dentro de si mismo el gran amor de Dios. El pecado del fariseo y de nuestro mundo, es reducirlo todo a comercio, a vanidad, a orgullo y no dejar espacio ni para Dios ni para el prójimo.

Los predilectos de Dios
La primera lectura de este domingo nos enseña que Dios no entra en este mundo de comercialización y de intercambio. Si por alguien tiene Dios predilección es por los pobres y humildes. “El Señor es un juez que no se deja impresionar por apariencias. No menosprecia a nadie por ser pobre y escucha las súplicas del oprimido. No desoye los gritos angustiosos del huérfano ni las quejas insistentes de la viuda.” (Ecclo 35,15-17). ¡Cómo quisiéramos que hoy esto también fuera realidad! Que los jueces, que las autoridades, no se dejen impresionar por las apariencias, que no menosprecien a nadie, que escuchen las súplicas de un pueblo que se muere de hambre, no logra superar los límites extremos de la pobreza y que no sabe a quien clamar justicia.

Y debemos dejar muy claro: no es que Jesús esté de acuerdo con el pecado. Los publicanos o, como algunos lo traducen, los recaudadores de impuestos, eran tenidos por el pueblo como traidores y los rechazaban porque vivían a costa de los sufrimientos del pueblo. Jesús no está de acuerdo con la injusticia, pero cuando encuentra la conversión, cuando encuentra un corazón dispuesto, da la salvación, por eso termina su narración diciendo: “pues bien, yo les aseguro que éste bajo a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido" Sólo el que está vacío de sí mismo puede llenarse de Dios. Sólo quien tiene espacio en su corazón puede recibir a sus hermanos.

La parábola de Jesús nos lleva a examinarnos seriamente cómo es nuestra actitud. Detrás de los dos personajes se puede descubrir la oposición entre dos tipos de justicia: la del hombre que cree que es capaz de alcanzarla cumpliendo la exterioridad de la ley; o la justificación que Dios concede al pecador que se reconoce como tal y se convierte. A un corazón cerrado y atiborrado de orgullo, no puede entrar ni el hermano ni Dios.

Por eso en su oración, parodiando al publicano, Mazariegos y Botana, exclamaban: Señor, me siento perdido. Tú dices que inútil que madrugue, que es inútil que me acueste tarde, que es inútil que coma el pan de la fatiga. Tú dices: ¡que lo das a tus amigos mientras duermen! Quiero ser tu amigo y nada exigirte. Quiero ser tu amigo y vivir de tu gratuidad. Quiero ser tu amigo y aceptar tu salvación. Quiero ser tu amigo y aceptar tu salvación. Quiero ser tu amigo y dejarme querer por ti. Tus dones, Señor, son la riqueza de mi corazón. Tu gracia en mí, es tu vida sin término… Oh Dios, Dios gratuito. Dios del pobre, del que desde su barro, busca todo de su gracia.
Amén.

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