lunes, septiembre 24, 2007

Carta a Juan Sabines Guerrero

(Gobernador Constitucional del Estado de Chiapas)

Señor gobernador: Soy Arcadio Acevedo Martínez. Ensayo ser periodista desde 1968 (Semanario Palestra). Nací en Michoacán, por decisión paterna. Soy chiapaneco hace 34 años porque así me lo exigen mi voluntad, mi cuerpo, mis querencias.Aparte de un montón de hijos, he dado a esta tierra lo mejor que puedo (está bien, lo acepto: lo menos peor) en el desempeño de mi oficios, variopintos y nutridos como mis necesidades.

Nunca he sido el primero en nada, gobernador, ni el peor en todo. Pertenezco a la anónima y ordinaria medianía, pese a mis ínfulas. En más de tres décadas laboré, por fortuna, en los principales medios de comunicación de la época. De chiripa, pero fui pionero en algunos de ellos: La República en Chiapas, XETG, XEUD, XEIO, TRM Chiapas (antecesor de CANAL 10),
Expreso Chiapas, etc.

A lo largo y pedregoso, a lo diáfano y terrible, a lo ciego y prometedor de ese camino, derrumbado junto a otros periodistas en el quicio de la esperanza sin remedio, he visto desfilar gobiernos y gobernadores de todos los talantes e intenciones: represores, mecos, carismáticos, galanes, generosos, prietos, amarretas, inteligentes, ladrones, fieros, cínicos, demagogos, poetas, bobos, corruptores, deportistas, asesinos. Ricos todos e impunes.He visto a editores de prensa y dueños de medios electrónicos, domeñados a punta de convenios económicos por la Coordinación de Comunicación Social, en turno, servir de verdugos del régimen contra los periodistas insumisos. O inoportunamente dóciles.

He sido testigo de una Biblia completa de sucesos deplorables. Contemplé, por lustros, las proezas de un célebre trío de forajidos, hoy erigidos mártires de la libertad de expresión, jinetes del Apocalipsis vernáculo, guadaña en ristre, cabalgar por las dilatadas, acaudaladas estepas de las dependencias gubernamentales, por los llanos políticos, extorsionando a funcionarios de largas colas o rabones, bajo amenaza de llevarlos al paredón de tinta y papel, de calientes tipos.

He visto desaparecer infinidad de empresas editoriales y publicaciones para siempre jamás. O de manera intermitente, conforme la lluvia de billetes y prebendas arrecia o cesa.
Cuando las compuertas del erario público se han abierto sin pringa de discreción, he mirado, he escuchado hordas de comerciantes, de analfabetas, de lenones de ideales, de salteadores en terreno yermo, de abigeos conceptuales y de extorsionadores disfrazados de periodistas, suplantar a los representantes legítimos del gremio. Los he visto, los he oído lapidar a sus camaradas de infantería a cambio de chinchines, de pepitas de calabaza, de ventiscas.
Sometidos al potro inquisitorial del desempleo, he visto a los periodistas chiapanecos, huérfanos de prestaciones sociales, menos cotizados en el mercado de la credibilidad popular (en el tianguis de nuestro propio juicio, incluso) que una lámina cien veces regraneada.

Los periodistas chiapanecos me han visto; me he visto con este par de ojos míos que se han de comer los gusanos, tomar mendrugos de la mano que los ofertaba, con el fango hasta los tobillos, con la dignidad a media asta. Los he visto y me vieron, nos vimos prescribiéndonos mutuamente justificaciones familiares para amansar los reclamos de la conciencia.

Deleznable triunvirato poder-servilismo-cobardía, he visto en innúmeras ocasiones cerrarse las puertas de los círculos laborales, en las narices, en plena alma de quienes osaron manchar con un “no” el blanco rotundo de la aprobación multitudinaria, unísona, unánime.

He visto a hermanos de oficio empuñar la titularidad de COCOSO para vengar en nombre, santo y seña del gobernador, y algunos sin su consentimiento, presuntos o verdaderos agravios personales.Los hemos padecido, parapetados tras las murallas del efímero hueso, fumigar las parcelas gremiales con el maligno afán de erradicar lo que consideran mal endémico: la libre expresión del pensamiento.He escuchado a periodistas ofrecernos a sus congéneres el don del verbo libertario. Los he visto subir al monte en calidad de paladines mesiánicos, con la fe de sus camaradas al lomo.

Los he visto, enseguida, descender con el borrego dorado en hombros, predicando con gestos y señas el decálogo del silencio.Los he visto, ayuntados con los poderosos, amagar, sembrar el terror entre los descreídos. Entre los disímiles. También he visto a periodistas chiapanecos, cavadores de trincheras, flotando a la deriva en el mar de su propia sangre. Con un hueco en la sien más grande que las interrogaciones, asesinados a mansalva por regímenes depredadores.Actualmente, gobernador, escribo una columna para un modesto tabloide que hace años disfrutó, sin presunciones, de los 15 minutos de celebridad que le correspondieron en Tuxtla, a la sazón “capital mundial de los periódicos”.

En los escaparates de sus páginas se exhibieron las plumas de reconocidos literatos, políticos, luchadores sociales, guerrilleros, caricaturistas, intelectuales y muchos de los mejores reporteros de la prensa defeña (me resisto a apodarla “nacional”) y autóctona.

El sueldo era simbólico, pero nuestros sueños de tolerancia y respeto a la pluralidad eran reales, contantes y sonantes. La voz que el grupo compacto tendió a quienes no la tenían, era de veras. La sensación imperecedera de gozo interior que esos detalles solidarios, simples, de humanos en sintonía con los humanos, nos proporcionaban, sigue siendo real.

Sumando turnos, he completado cinco años de cotidiana labor en el diario. En sesenta meses, en mil 825 días, jamás me fue mutilado, restaurado o maquillado un texto, aun estando Pablo Salazar en su egocéntrico apogeo. Hasta el día en que celebramos el término de un sexenio paranoico y el advenimiento de la libertad de expresión, con la llegada de usted a la gubernatura.
A partir de ese día, el periodista Jacobo Elnecavé, subalterno de Jaime Culebro, titular de COCOSO, ha amenazando cada rato con privar al diario de la publicidad oficial si persisto en mi actitud, es decir, si continúo teniendo la osadía de externar mi juicio, certero o errado.

En consecuencia, mi columna ha venido apareciendo o no, a criterio de los temerosos editores. Por horas, aumenta la lista de temas vedados. Sé de compañeros que sufren el mismo vergonzante trato en diversos medios.Sé de otros que, por pánico o conveniencia de los patrones, han sido echados del medio en el que se desempeñaron largos años, con tal de no rascarle la panza al tigre.

El caso más sonado, a nivel gremial, es el de un conductor de noticieros de la Tv del gobierno chiapaneco, cesado por cubrir la nota de l@s cinco ancian@s muertas en un acarreo proselitista. Omito los nombres de los agraviados porque a nadie consulté antes de escribir esta carta.

A juicio mío, gobernador, dicho sea con respeto, la sentencia canina de López Portillo, “no te pago para que me pegues”, resulta más inválida que nunca, puesto que el dinero administrado por el gobierno es de todos los chiapanecos sin discriminación de sabores, olores ni colores.Opino: Si diversos ramos empresariales han ameritado el apoyo del gobierno en épocas difíciles, sin condiciones, no veo por qué el rubro editorial debe ser la excepción, por una parte.
Por otra, ayudar a salvaguardar el derecho de los chiapanecos a la libertad de expresión, no es la menos trascendente de las obligaciones de un gobierno, ni la que menos aporta al crecimiento espiritual, intelectual de la sociedad. Y del mismo gobierno.

Gobernador: nunca he militado en partido alguno. Me provocan claustrofobia los rediles. Me sacan roncha las cofradías. Soy hombre que ya no se cuece al primer hervor ni en cráter de volcán activo. Apenas destetado, viví en desorden (no me quejo, presumo).

Me alimento poco y a deshoras. Fumo. Duermo, cuando logro echarle un pial al sueño, a pestañeadas. Si como masco vidrio rezara, llegaría al cielo en un santiamén. Mis expectativas de permanencia en este maravilloso escenario de la vida, pues, son breves. Creo. (Ruego en mi fuero interno equivocarme).

Es esa conciencia del corto plazo, la urgencia de empatar mis aspiraciones con mis actos, lo que me impulsa a dirigirme a usted, sin pensar en las consecuencias. Consecuencias digo, no por temor a sufrir atentados contra mi integridad física (jamás los he sufrido) sino porque, en esta estúpida guerra intestina sostenida entre diversas asociaciones de periodistas, alentada por gente a su servicio, gobernador, sé de antemano que me habrán de llegar los lancetazos desde varias posiciones. No importa.

Si mi extenso panfleto hace pensar a un(a) periodista, a un ciudadano cualquiera, que podría signar cuanto digo, quedaré satisfecho. Si este libelo logra convencerlo de instruir públicamente a sus colaboradores en el sentido del respeto verdadero, irrestricto, incondicional a la expresión de las ideas, en tanto ceñidas a la ley, consideraré la misión cumplida con creces.

Le saluda y agradece la atención dispensada:Arcadio Acevedo Martínez.

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

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